No tener miedo, no dar miedo, librar del miedo
Tribuna de opinión
La imposición, la coacción, el chantaje y el engaño no son adecuados para las personas libres
Tenemos muchos prejuicios y uno de ellos es pensar que las cosas de Dios, de la Iglesia dan miedo. En el Evangelio de hoy Jesús repite por tres veces “no temáis”. Y parece que esta expresión viene recogida 365 veces en la Biblia. Es como si Dios nos despertara cada mañana con un no tengas miedo, vive feliz, ten paz; Yo estoy contigo.
Tenemos muchos miedos, basta recordar los oscuros días de la pandemia. Miedo a la vida, a la enfermedad, miedo al compromiso, a casarse, a tener hijos, a no ser aceptados, a perder nuestra comodidad y nivel de vida, a que nos engañen, nos roben, a lo desconocido, a soñar, a que nos compliquen la vida, incluso a ser diferentes. El primer miedo del hombre se remonta al suceso de la manzana: después del pecado original Adán y Eva se saben desnudos y se ocultan de Dios, temen el castigo, el demonio les ha borrado la imagen de Dios misericordioso. Caín, después de matar a su hermano, también teme. El miedo brota del alejamiento de Dios. También la fealdad, lo zafio, provoca aprensión.
El miedo se potencia con la soledad, con la sensación de abandono e impotencia. No tener a quién acudir, quién me ayude. Por eso los niños temen la soledad. La sociedad individualista reinante, al dejarnos solos, favorece los miedos. Todo lo tengo que resolver yo, no está bien visto pedir ayuda, y menos acudir a Dios.
He conocido a san Juan Pablo II y a san Josemaría, ambos nos invitan a no tener miedo. Recuerdo la mañana del comienzo del pontificado: “¡Hermanos y hermanas! ¡No tengáis miedo de acoger a Cristo y de aceptar su potestad! ¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!” Fue un hombre lleno de valentía, sin miedo a la verdad, ni a los poderosos de la tierra ni a las fuerzas del mal.
Y san Josemaría: “La solución es amar. San Juan Apóstol escribe unas palabras que a mí me hieren mucho: “qui autem timet, non est perfectus in caritate. Yo lo traduzco así, casi al pie de la letra: el que tiene miedo, no sabe querer. –Luego tú, que tienes amor y sabes querer, ¡no puedes tener miedo a nada! –¡Adelante!”. En la última estancia del Pontífice en España, en Cuatro Vientos, Diego Torres cantó: “Quitarnos los miedos/ dejarlos afuera/ pintarse la cara/ color esperanza/ tentar al futuro/ con el corazón”.
Para quitarnos los miedos debemos recordar que tenemos un Padre lleno de amor y poderosísimo. Comentaba Benedicto XVI: “Por consiguiente, el creyente no se asusta ante nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos amó hasta sacrificarse a sí mismo, muriendo en la cruz por nuestra salvación.
Cuanto más crecemos en esta intimidad con Dios, impregnada de amor, tanto más fácilmente vencemos cualquier forma de miedo”. Podemos acudir a Aquel que solo quiere nuestro bien: “¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo”, sigue diciendo el Papa. Tengamos la humildad y el sentido común de dejarnos ayudar, aconsejar por los nuestros y por los buenos amigos. Si amamos, nos damos y buscamos el bien de los que queremos y tenemos fe, estaremos vacunados contra el temor.
No dar miedo. Parece que la autoridad civil, académica, familiar y religiosa, tiene que dominar con sus criterios y normas, y para ello valerse del poder. Sin el poder, sin la fuerza, se sienten inútiles. Y esto es un error: la imposición, la coacción, el chantaje, el engaño, la intimidación no son adecuados para las personas libres. Pueden valer para las dictaduras, para controlar irracionales, pero no para las personas. La verdad tiene tanta fuerza que basta con proponerla: ella arrastrará a los que se saben libres. Usar el miedo, atemorizar es propio de débiles, de los que no tienen razón, de los que se saben inferiores. Dios, en cambio, con su misericordia y amor, da alegría, paz y seguridad.
No tener miedo, no dar miedo, librar del miedo. Esta trilogía la predicó Ermes Ronchi al Papa Francisco y a la Curia Romana en 2016: “Librar del miedo significa trabajar activamente para eliminar este envoltorio del miedo depositado en el corazón de tantas personas”. Lo lograremos con nuestra cercanía e interés. Haciendo que se sientan queridos, importantes para nosotros. Escucharlos, hacernos cargo de lo que les pasa, esto requiere atención y por supuesto tiempo.
A los niños se les enseñaba, porque es así, que tenían un Ángel siempre a su lado, que Jesús los amaba. Esto les daba seguridad y espantaba los miedos. También sirve para los mayores. Vamos a quitar los miedos.
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