La vida que se abre paso en los asentamientos de Córdoba
Solidaridad
En la capital cordobesa viven cientos de personas, la mayoría rumanos y de etnia gitana, en más de una veintena de asentamientos, que llevan años en los mismos lugares
Cruz Roja apoya a más de 600 personas que viven en asentamientos en Córdoba
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La mamá de Víctor cocina macarrones con salsa de tomate, con las sardinas hace bocadillos y con la carne, montaditos. Lo que se prepara en el día, se come en el día; no hay tápers que valgan cuando no hay agua potable ni electricidad para enchufar una nevera. Pero sonríe y deja ver tres dientes de plata que brillan tras su piel morena, curtida, coronada con un pañuelo que cubre su pelo negro y deja aún mas visibles sus ojos, que a veces parecen azules, otras verdes o grises.
El acceso a la vía donde se levanta un asentamiento chabolista en el Camino de Carbonell, en Córdoba capital, es testigo de un fanatismo: Messi y Cristiano, eternos rivales en sus mejores años en el fútbol, comparten un grafiti improvisado sobre unas puertas de madera que están puestas, unas sobre las otras, para crear una pared. Parece frágil, pero ni las últimas borrascas, que acabaron con cientos de árboles en la ciudad, pudieron derriba las chabolas del asentamiento, uno de los más antiguos de la capital cordobesa. En él viven, aunque van y vienen, al menos 50 personas, la mayoría de origen rumano y de etnia gitana.
Nada es casualidad. En la misma vía transitan coches de todo tipo a todas horas. Unos metros más adelante se ubica la Ciudad Deportiva del Córdoba CF, ahora bajo la dirección de un grupo inversor con capital de Bahréin. Coches de alta gama suben y bajan por el lugar y Víctor (37 años) espera que le den paso para salir, con un carro improvisado con restos de lo que alguna vez fueron dos camas, madera y unas ruedas, a recoger chatarra y objetos en los contenedores de los barrios de Córdoba.
Se levanta a las 07:00, se lava la cara, toma café, deja a sus tres hijas en el colegio y se va a "buscarse la vida". A veces trae 20, a veces 10 y otras ni un euro. Y repite, así desde los 13 años, aunque a veces con la fortuna de haber trabajado en otros sectores, como la limpieza. Víctor tiene la misma cara de su madre, va en chándal negro y zapatillas, camina y se detiene siempre con los brazos atados a la espalda.
En Camino de Carbonell, Paso Canadiense y Camino de la Barca II parece que todos comparten la misma rutina. Se levantan a las 07:00, se lavan la cara, toman café, y se van en busca de chatarra para venderla. Algunas mujeres salen a trabajar con sus maridos, pero la mayoría se queda en casa velando porque a los niños no les falte de nada. Ninguno cuenta de la vida que sucede más allá de las fronteras que los separan del resto de la ciudad: "Nosotros trabajamos, comemos y volvemos. Hablar, hablamos poquito, y no nos gusta salir", cuentan en una mezcla de español con rumano.
La infancia en un asentamiento
Ese vínculo con Córdoba lo mantienen los niños, que han nacido aquí, van al cole, celebran el Día de Andalucía con desayuno molinero y comparten con otros. En Camino de Carbonell los menores son diez y la Policía Local vela por que todos estén escolarizados. Si no van al colegio Alcalde Jiménez Ruiz, van al instituto Galileo Galilei, los que quedan más próximos al asentamiento. Desde la delegación de Servicios Sociales la principal preocupación son ellos, los niños. Para los que viven en el lugar también lo son: guardan el agua y la comida para ellos; luego comen, se duchan o beben los demás.
Mediante las visitas, el Consistorio realiza el seguimiento de la escolarización y asistencia regular de los menores a sus colegios. En este sentido, la labor también se orienta a la detección de casos de mendicidad infantil, explotación o situaciones de maltrato a los menores. La mendicidad ejercida con niños "es casi inexistente", según informa el Ayuntamiento, desde que se puso en marcha el plan en el año 2006.
Cuando las familias cruzan la frontera de la Autovía del Sur los fines de semana, suelen ir al parque. Los niños tienen grandes bicicletas o balones de fútbol que combinan con sus uniformes del Barça o el Madrid. La Asociación para la Defensa Social de Adolescentes y Menores (Adsam) se ha encargado, en distintas ocasiones, de llevar a cabo un programa para la integración de menores y familias en situación de exclusión social residentes en infraviviendas. Uno de los proyectos consistía en salidas de ocio de un día de duración para los menores, con paseos por la ciudad, el cine o la piscina en verano.
Las familias también crecen
"La vida es así, el que está sano está bien", bromea entre risas Adrián, mientras recoge un carro de comida para llevarle a su hermano, que es sordomudo. Pero la vida, que es así, también se abre paso en los asentamientos. Nace, muere, convive, ocurre. La cancela del asentamiento de Camino de la Barca II todavía está adornada de Navidad y de ella cuelga un cartel amarillo que reza Entidad protegida. Es febrero, cae la tarde y en el lugar solo se escuchan los coches de la autovía y el caminar de dos perros viejos que ya están muy cansados para ladrar. "¿Te acuerdas cuando eran unos cachorros?", le pregunta uno de los voluntarios de Cruz Roja al responsable del proyecto de asentamientos de la entidad, David Palomino, que lleva cuatro años atendiendo a estas familias. La escena da cuenta del tiempo que ha pasado atendiendo a las mismas personas en el mismo lugar.
Mientras instalan una mesa al lado de la furgoneta para repartir los lotes de comida que forman parte del proyecto de atención, de la cancela sale una mujer con una bata azul marino que no llega a cubrir lo suficiente los cuatro meses de embarazada que lleva consigo. Soraya es cordobesa y llegó, con su marido, que es catalán, hace tres meses al asentamiento. Antes, vivían en la calle. Tiene otros cuatro hijos, pero no están con ella, ni ella quiere que lo estén "en estas condiciones", dice.
A Soraya le gusta ir a la Feria y a las Cruces de Mayo, pero es especialmente devota de la Virgen de los Dolores, que sale en Viernes Santo desde la iglesia hospital de San Jacinto, en Capuchinos. "Este año le tengo una petición especial, pero no te la digo, que no se cumple", expresa, aunque sí adelanta algo: quiere un techo para sus hijos. El último se llamará Hugo, nacerá este verano y formará parte de los niños nacidos en los asentamientos que la administración local busca proteger.
Es la primera vez que los voluntarios de la organización humanitaria la ven. Ellos los conocen a todos, saben los apellidos que se repiten y quiénes son familia, las enfermedades que padecen, los que van y vuelven a su país huyendo del intenso calor cordobés en verano, los que salen durante las campañas agrícolas o los que cambian de asentamientos. El "gran problema", comenta el responsable de Cruz Roja en los asentamientos, es el acceso a la vivienda. Con los trabajos que logran conseguir les da, a duras penas, para comer y mantener a los niños en el cole.
Las chabolas, hechas de manera improvisada con materiales como madera, cartón, telas o partes de electrodomésticos, tienen antenas para ver la TV, en las que consiguen engancharse a la electricidad o con baterías de coches, bloques de cemento en el techo que sirven para que no se vuelen las telas impermeables que ayudan a que la lluvia no entre y moje los colchones y enseres. Soraya expresa que está "mejor" que antes porque "al menos aquí nos refugiamos de la lluvia y el frío", pero no titubea al afirmar que está "cansada de estar aquí". "Se me quitan hasta las ganas de levantarme, pero hay que seguir", afirma, como si de un mantra que se repite día a día se tratase.
Casi todas las chabolas de los asentamientos tienen una mesa y sillas a modo de terraza en sus puertas. Montones de latas de cerveza a un costado dan la bienvenida, testigos de las tardes en que las familias se juntan y pasan el rato. Si no es así, prenden una fogata en la que queman y separan la chatarra, y se sientan a charlar alrededor. Más de una vez las mismas fogatas han hecho saltar las alarmas en el Parque Central de Bomberos.
Tras nueve años viviendo en un asentamiento cordobés que ha estado en el mismo lugar por más de una década, Víctor y su familia ya son parte de la sociedad. Dice que prefiere vivir aquí que en su país, pero habla poco español y, como sus compañeros, convive poco con las tradiciones, actividades y fiestas de la ciudad.
Atención en el terreno
En Córdoba hay cerca de una veintena de asentamientos en los que viven cientos de personas. Solo el año pasado fueron atendidas 600 por Cruz Roja, que también visitó enclaves similares en puntos de la provincia como Rute, Baena, Priego de Córdoba, Palma del Río, Puente Genil o Adamuz, que suelen ser más provisionales al estar habitados por trabajadores temporeros de diferentes campañas agrícolas, como la de la aceituna o la del ajo.
La Consejería de Inclusión Social, Juventud, Familias e Igualdad de la Junta financia estos proyectos de atención y con el Ayuntamiento de Córdoba tiene suscrito un convenio para abastecer de agua cada 15 días aproximadamente a un asentamiento de la capital que carece de acceso al servicio. Desde el Consistorio defienden que sus visitas tienen "un carácter informativo, educativo y de orientación hacia los recursos en general". También existió una Mesa de Asentamientos para trabajar en el plan de mejora de estas zonas, que no se convoca desde hace años.
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