La vida que regresa
A pesar de su corta trayectoria como ciudad, la historia reconoce a Medina Azahara como un símbolo de grandeza, un lugar en el que recrear la fortaleza del Califato
A las faldas de Sierra Morena, en torno al año 936, Abderramán III (Califa de Córdoba) mandó construir un complejo palatino. No era sólo una vivienda situada a apenas ocho kilómetros de Córdoba, sino la sede del gobierno del Califato. El califa pretendía mostrar con aquella construcción la fortaleza de su poder, dejar claro que era el sucesor de Mahoma, alguien que merecía, ni más ni menos, que un complejo residencial y administrativo como Medina Azahara.
De la grandeza de aquella ciudad palatina quedan unos vestigios en forma de yacimiento que es único en el mundo. Eso sí, el máximo esplendor de Medina Azahara duró apenas unas décadas, derruida 80 años después de su construcción, a día de hoy se conoce una ínfima parte de lo que el conjunto supuso en la época de esplendor del Califato.
Aunque llegó a servir de cantera de donde sacar material para otras construcciones, la recuperación y conservación del monumento permiten pasear hoy día por sus piedras y hacerse una ligera idea de la opulencia de la ciudad. Con un nombre de origen desconocido, aunque muchos afirman que Azahara era una de las mujeres favoritas del califa, la investigación ha permitido conocer cada una de las partes de este yacimiento al cual se le dedicaron altísimas sumas de dinero.
Emisarios y embajadores acudían hasta este punto para visitar al califa. Acompañados por guardias a caballo, los representantes institucionales iban de Córdoba a Medina Azahara y una vez en el monumento, tenían que pasar por diversos lugares antes de encontrarse con el califa, de manera que pudieran observar en su máximo esplendor la grandeza que tenían ante sí.
El terreno obligó a construir Medina Azahara en varias terrazas, la parte más alta estaba dedicada al califa, la terraza central concentraba la administración y la última, la más baja, era lugar del pueblo. La máxima expresión de Medina Azahara, donde podría resumirse toda esa opulencia de la que muchos hablan, era el Salón Rico, del que se conserva gran parte. Además, es símbolo inequívoco del arte califal omeya durante el reinado de Abderramán III.
Sabido esto, no es de extrañar que Medina Azahara haya conseguido la designación de la Unesco como Patrimonio Mundial. La historia que guarda, a pesar de su breve duración, hace de la ciudad palatina un lugar donde volver a recrear lo que los historiadores ya han confirmado. Un espacio de muestra de poder, de gusto por los buenos materiales, de sabiduría, incluso, en torno a la jardinería.
Pasear ahora por el yacimiento debe traer a la mente el recuerdo de la corta vida de una ciudad dentro de una ciudad. Rememorar la fortaleza de un gobierno que situó a Córdoba en el centro del mundo. Medina Azahara, en definitiva, invita a regresar al pasado para plantear, con el reciente nombramiento, la necesidad de que encare el futuro como lo que fue: un símbolo de Córdoba y del mundo.
Estas son algunas de las claves de la vida en la Ciudad que brilla:
Tuberías de plomo para irrigar los jardines
Dividida en tres terrazas, para la construcción de Medina Azahara se aprovecharon las condiciones del terreno. En el último de ellos, o el más bajo, se situaban los jardines públicos, y en el alto, los privados. Las mismas tuberías de plomo que distribuían el agua a las residencias y baños la hacían llegar a las numerosas albercas y fuentes para irrigar estos jardines. Las investigaciones apuntan a que estos jardines, el alto y el bajo, probablemente tenían un uso tanto privado como público. Sin embrago, en las recepciones que el califa celebraba, los jardines no se citan en el recorrido de los invitados, como sí lo hacen la mayoría de calles y edificios del monumento. Aunque los análisis no han obtenido resultados concluyentes, sí han revelado la presencia en la ciudad palatina de especies aromáticas, ornamentales o cultivadas con fines culinarios en esos jardines.
Al oeste de Ya’far, la vivienda de la alberca
Ya’far ibn Abd al-Rahmán fue el primer ministro durante el Califato de Abderramán III. Su nombre se relaciona con la dirección de las obras del Pabellón central de Medina Azahara y la ampliación de la Mezquita. Tenía una vivienda propia en la ciudad palatina con varias naves, cada una de destinada a algún ámbito diferenciado (personal, oficial y de servicio). Al oeste de este espacio se situaba la Vivienda de la Alberca, la única de toda Medina Azahara que se articulaba alrededor de un espacio central que ocupaba un jardín. Se conservan dos de las arquerías que daban al patio, formadas cada una por tres arcos de herradura que se encontraban decorados en exceso por atauriques. Precisamente estas decoraciones, también conocidas como arabescas, compondrán gran parte de la investigación con la que se continuará en la ciudad palatina.
La encrucijada central de la parte del alcázar
La encrucijada central de la parte del Alcázar de Medina Azahara formaba un espacio trapezoidal en el que se reunían y descansaban los soldados antes de ser enviados a sus destinos en diferentes puntos de la ciudad. Además de este cuerpo de guardia, también había una escalera para conectar los distintos niveles de este punto que llegaban hasta dos grandes edificios, estos de planta cuadrangular, ambos con grandes patios. Era en el escalón inferior donde se ubicaban las viviendas del servicio, que tenían que atender las necesidades del Alcázar, es decir, las necesidades del califa, sus mujeres, su heredero y los grandes dignatarios. Aquí es donde se recibían las órdenes para llevar la comida y la bebida ya que era el lugar donde guardar la mayoría de los víveres. La restauración de parte de este espacio se hizo con cemento para diferenciar lo original de lo restaurado.
Hasta cinco naves para el edificio basilical
El Edificio Basilical Superior se situaba en el sector oficial del Alcázar y las investigaciones apuntan a que el gran salón debía de ser sede de uno de los órganos de la administración del estado califal, aunque por el momento resulta difícil definir con precisión su funcionalidad concreta. Constaba de cinco naves longitudinales, separadas por arcadas soportadas por columnas, y una nave transversal que se abre sobre una amplia plaza, no ajardinada en su origen. El edificio conserva prácticamente íntegro su pavimento original de ladrillo. Por su parte, el revestido de los muros se realizó con mortero pintado de almagra en el zócalo y blanco en el resto. Esta misma alternancia cromática pudo ser utilizada también en la ornamentación de las arquerías. El salón está flanqueado al oeste por estancias de servicio y al este por una importante vivienda en torno a un patio.
El elemento más singular de las viviendas
Una cúpula semiesférica de ladrillo, elevada sobre una base cuadrada de sillería y con un boca en forma de arco de medio punto conforman el horno de las viviendas del servicio, uno de los elementos más singulares de este punto de la ciudad palatina. Nadie cuestiona que cumplía una función culinaria por el hecho, precisamente, de que estuviera en las dependencias del servicio. En este horno se preparaban las comidas que después llegarían a las mesas de los mandatarios de Medina Azahara. Había dos viviendas del servicio que estaban separadas por una estancia donde había un almacén y un baño. Esta separación se hizo acorde con las disposiciones legales musulmanas que apuntaban que los hornos no debían de estar cerca de las viviendas, para evitar, claro está, las molestias por olores o humo que este horno pudiera generar.
Un Gran Pórtico para las paradas militares
En el sector oficial del Alcázar, en la entrada oriental a Medina Azahara,, se levantó un Gran Pórtico con 15 arcos. Esta galería tuvo una terraza de la que no quedan restos y en el centro había una especie de templete donde el califa pasaba revista a las caballerías. En un primer momento no tenía ningún tipo de correspondencia con su parte de atrás, lo que lleva a confirmar que su objetivo era puramente efectista.Es decir, para llamar la atención de los compromisarios que allí llegaban y se encontraban con la imponente galería de arcos. Por aquí entraban las embajadas y se organizaba una gran ceremonia para demostrar a esos embajadores el aparato del poder califal. El objetivo, que esos embajadores conocieran Medina Azahara, una ciudad de la que habían oído hablar mucho y que al hacerlo, sus pensamientos se vieran sobrepasados por la grandeza de los hechos.
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