Mucho más que simples molinos

Martos y San Antonio abren sus puertas al público

Una de las visitas al Molino de Martos.
Una de las visitas al Molino de Martos. / Laura Martín
Javier Sánchez

02 de julio 2019 - 00:00

Los molinos de Martos y San Antonio han abierto al público, con acceso gratuito, para difundir la historia de los dos edificios industriales y de las aguas que vuelca el río Guadalquivir desde los primeros pasos de la capital.

La aceña –como eran denominados los molinos en árabe– de Martos data su construcción en la época musulmana. No obstante, es posible que su origen sea de periodo visigodo o tardorromano. Este singular edificio ha protagonizado la industria harinera de la zona, por su tamaño y por la permanencia, que ha evolucionado a la par que la ciudad. Actualmente se trata de un museo propiedad del Ayuntamiento de Córdoba y regentado por el Jardín Botánico, que fecha su última reconstrucción en 2004, por el arquitecto Juan Navarro.

En la entrada se sitúa una expografía sobre la elaboración del pan y el funcionamiento de las tahonas y molinos hidráulicos, acompañada de tres maqueta del sistema industrial.

Unas visitas guiadas explican el sistema de regolfo y de batán en las aceñas del río Guadalquivir

En la planta inferior, el olor a piedra mojada es inconfundible. Una larga estancia de estilo renacentista permite estudiar la industria harinera cordobesa. Durante la época medieval, el molino hacía uso de cinco piedras circulares de moler, hasta el siglo XVI que pasaron a ser diez. En este siglo se instaló un nuevo sistema llamado de regolfo. Una de las historiadoras, Charo Caballo, explica que “este sistema era más fácil y no necesitaba del engranaje”. Consistía en aprovechar el agua de los canales subterráneos que movían las piedras.

Como curiosidad, Caballo revela que cada piedra tenía su propio nombre para diferenciar el grano, que era de diferentes proveedores. Algunos de los nombres eran Alajuela, Estraceja, Tocasalva, Godoya o Calatrava.

Se pueden diferenciar dos tipos de ruedas. De una sola pieza de piedra caliza traída de Carcabuey, e incluso de mármol de Cabra. Las otras, formadas por varias piezas alrededor de un eje, denominadas ruedas francesas. Otra de las singularidades de estas ruedas son los fósiles del periodo prejurásico incrustados.

Un visitante le revelaba a Caballo que, cuando era joven, las subidas del río cubrían los molinos y que desde el mismo edificio se lanzaba al agua, donde se formaba una playa cercana. Estos edificios estaban expuestos a las subidas del río, “a veces se inundaba por completo”, explica Caballo. Esta situación exigía una rehabilitación constante. Sin embargo, en la actualidad, la historiadora indica que el remanso del río ha cambiado y “al de Martos no llega ya el agua, pero en el de San Antonio sigue ocurriendo”.

Las subidas del río cubrían los molinos y algunos cordobeses se lanzaban al agua desde el mismo edificio

Otra de las difusoras del molino de Martos, Concha Gutiérrez, explica que recibía agua de seis presas distintas. “Ésta, en concreto, era la presa de San Julián”, aclara. Precisamente, “al no llegar el agua a los canales, el molino dejó de funcionar”, explica Caballo, que estuvo en funcionamiento hasta el siglo XIX.

El aprovechamiento molinero no era el único al que se dedicaban. En la casa contigua, se ubica el batán. Contenía máquinas de madera movidas por el caudal que golpeaban los paños de lana para enfurtir el tejido. La procedencia de la lana era de ovejas merinas del Campo de la Verdad. “La industria textil cordobesa llegó a ser puntera en el siglo XVI”, explica Gutiérrez.

Por otro lado, el molino de San Antonio es mostrado por otras dos historiadoras, Antonia Garrido y María Dolores Gómez y, “aunque tiene mucha historia, no se conoce tanto”, reconoce Gómez. San Antonio tuvo en funcionamiento sus cuatro ruedas molineras hasta 1940, cuando “se prohibió hacer harina”, explica. Posteriormente, fue taller de barcos, hasta los años 60, cuando fue abandonado hasta su reconstrucción, a manos del arquitecto cordobés, Juan Cuenca.

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