'La viudita' a la que le negaron la felicidad

Mencía de Ávalos y Merino sufrió en sus carnes las injusticias de una sociedad, la del siglo XVII, que cerraba las puertas al amor cuando los implicados eran de distintas clases sociales

'La viudita' a la que le negaron la felicidad
'La viudita' a la que le negaron la felicidad

Acontecía el año 1654. El conde de Cabra, Francisco Fernández de Córdoba y Folch de Cardona, se había quedado viudo de su primera esposa, Isabel Fernández de Córdoba y Figueroa. Tres años más tarde, quiso casarse nuevamente y he aquí el problema: que eligió como segunda esposa a una viuda de Castro del Río, doña Mencía de Avalos y Merino, que era vasalla suya y que tras morir su marido se encontraba con dos niños.

El rechazo de la familia nobiliaria del conde a su casorio con la viudita, como la llamaban los Fernández de Córdoba, iba a traer aparejados serios problemas para ambos, problemas que conocemos gracias a ese pionero del periodismo que fue Jerónimo de Barrionuevo y Peralta, quien incluyó alguna noticia de estos amoríos "improcedentes" en sus avisos ( 1654-1658) publicados por José María Díez Borque bajo el título Avisos del Madrid de los Austrias, una especie de crónica periodística de la época que acerca al lector a aspectos de la vida cotidiana del siglo XVII de la monarquía hispánica que gobernaba Felipe IV.

Barrionuevo detalla cómo "el conde, que había quedado viudo de su primer matrimonio con una hermana del marqués de Priego, se había enamorado perdidamente de una viuda natural de la localidad de Castro del Río". La relación entre el conde y la viuda acabó en boda, aunque celebrada secretamente al no contar con el beneplácito de los Fernández de Córdoba, que la consideraban socialmente desigual. El matrimonio provocó tal escándalo que hasta el monarca intervino en el asunto, según contó Barrionuevo en su entrada del 28 de febrero de 1657. Lo reflejó así: "Su majestad, se dice, ha enviado a prender al conde de Cabra, hijo del de Sesa, por haberse casado con su amiga, que la tenía en un convento en Lucena, viuda, con dos hijos de su marido, cosa que por acá se habla muy mal". Una semana más tarde daba pelos y señales de lo apuntado en su anterior aviso y afirmaba que "doña Mencía de Avalos y Merino se llama la mujer con que se ha casado el conde de Cabra en Lucena. Es vasalla suya, aunque hija de algo. Han ido a prenderle don Juan Golfín, oidor de Granada y don Francisco de Cabra, alcalde de aquella Audiencia". Le llevaron a León al convento de San Marcos, el viejo hospital situado en el Camino de Santiago, convertido en cárcel de Estado, donde estuvo preso don Francisco de Quevedo. Luego se decidió conducirlo a Segovia. El conde de Cabra se mantenía en sus trece, afirmando que doña Mencía era su mujer y que no había de serlo otra. Argumentaba en su defensa que era mujer noble por parte de padre y limpia, en alusión a no tener ascendientes judíos ni musulmanes, por parte de madre. Se refería a ella como persona excelentísima y de gran belleza.

El matrimonio de don Francisco y doña Mencía tuvo otra consecuencia familiar. El marqués de Priego, su cuñado, desafió al novio por haberse casado tan desigualmente. El conde le respondió que su esposa era tan buena como él, que otros habían escogido peores mujeres y que hacía muchos años que la solicitaba "sin haberle tocado una mano". Asimismo, el enlace tenía al duque de Sesa, padre del conde, muy disgustado. Según Barrionuevo: "Con tanto sentimiento que ni se deja ver, ni admite visitas, ni sale de casa". La relación del conde con la viudita dio como fruto una hija, a la que bautizaron María Regina. Ingresó en el convento de las Capuchinas de Córdoba, donde transcurrió toda su vida. Al parecer su padre, que era patrono del convento, la visitaba con frecuencia. Si bien el conde en un principio apostó fehacientemente por su amor, resistiéndose y manteniéndose en sus trece, terminaría cediendo ante los envites y chantajes tramados por su familia, y el matrimonio fue anulado.

Más injusto fue el final que le deparará el destino a su enamorada. A doña Mencía se la mantuvo hasta su muerte, ocurrida en 1679, en el convento de Alcaudete donde había sido recluida. El conde contrajo nuevo matrimonio con doña Ana de Pimentel y Enríquez, marquesa de Távara. A diferencia del anterior, que fue un matrimonio por amor, este lo fue por conveniencia. Esta historia de amor frustrada dio lugar a una canción popular que se mantuvo viva en la memoria de la gente, como acertadamente señala el duque de Maqueda en su trabajo sobre el conde de Cabra y el cancionero popular. A finales del siglo XIX, el maestro Ramos Carrión, al escribir el libreto de la zarzuela Agua, azucarillos y aguardiente, que se estrenó en el teatro Apolo en el año 1897, con música del maestro Checa, recordó la canción popular y la introdujo en el coro de las niñeras. Años más tarde esa historia de amor también inspiró a Federico García Lorca una obra juvenil, La viudita que se quería casar.

Si al pasar por la calle Medina y Corella os paráis tan sólo un simple instante, podréis encontrar una cancioncilla en la pared. Esta canción no es otra que La viudita del Conde de Cabra, que fue escrita en el año 1918. "...La viudita, la viudita, la viudita se quiere casar / con el conde, conde de Cabra, conde de Cabra se casará / Yo no quiero conde de Cabra, conde de Cabra, triste de mí / que a quien quiero solamente, solamente es a ti..."

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