Wallada bint al-Mustakí, la Safo de Córdoba
Historia de Córdoba con nombre de mujer
La princesa y poetisa Omeya, testigo del esplendor y el declive de al-Ándalus que transgredió todas las normas de su tiempo
Prototipo de belleza clásica de su estirpe y descendiente directa de los omeyas de Damasco, heredó de ellos el título de princesa y los cabellos, ojos y piel claros, como reflejaron los versos de Ibn Zaydun
Helvia, la madre de Séneca
Nada nuevo aportamos al concluir en que el califato de los Omeyas cordobeses (929-1003), iniciado con Abderramán III, supuso el apogeo económico y cultural de Al-Ándalus, una coyuntura en la que sus científicos, poetas y pensadores asombraron a Occidente, al igual que sus sabias, poetisas, copistas, secretarias o consejeras de hombres ilustres, que destacaron tanto en ciencias cuanto en letras, sin obviar a las esposas, madres o esclavas, grandes mecenas de hospitales, mezquitas, leproserías y otros importantes edificios religiosos. Otras contribuyeron a la construcción de edificios civiles, como hiciera Azahara, con el inicio de las obras de la Ciudad Califal. La mayoría quedarían veladas, cuando no transfiguradas, por la historiografía española, hasta bien entrado el siglo XX en que arabistas e investigadoras como Teresa Garulo, Pérès, García Gómez o María Jesús Vigueras vierten luz sobre ellas y nuestro pasado. Hasta entonces, las mujeres andalusíes, a excepción de alguna vinculada a gobernantes, estuvieron asociadas a biografías masculinas, con frecuencia, sin traspasar la pura anécdota.
Este es el caso de la poetisa Wallada, cuya figura transciende en parte por su relación con Ibn Zaydun, hijo de un prestigioso jurisconsulto cordobés, considerado el más grande poeta de la etapa andalusí. Los poemas que ambos se intercambian dan jugosas noticias de la posición social, del fuerte carácter y hasta de la estética de la princesa Omeya, nacida en la Almunia del Romano de Córdoba en el año 1001 de la era cristiana y desaparecida el 26 de marzo de 1091. Su vida transcurrió, pues, en una etapa marcada por las luchas de poder y los terribles acontecimientos que desembocaron en las fragmentación o taifas, tras la destrucción Medina Azahara, la muerte de Alhakem II, la incapacitación del pequeño príncipe Hixem II y la subida al poder del caudillo Almanzor.
Wallada perteneció al grupo de mujeres de clase privilegiada, aristócratas y esclavas que hicieron de Córdoba la ciudad con mayor número de poetisas y escritoras de su tiempo. El fenómeno había arrancado durante el reinado de Abderramán II a raíz de la llegada desde Bagdad del músico Ziryab, cuando sus grandes cantoras/compositoras imparten sus artes en las academias y harenes cordobeses.
Era hija de Muhammad III al-Mustakfí, el penúltimo califa Omeya, entronizado el 18 de enero de 1024 y derrocado en mayo de 1025, tras huir del Alcázar disfrazado de mujer. Nada sabemos, por fuentes primarias, de la madre de Wallada, aún cuando, fruto del imaginario, en la primera biografía novelada de la princesa (Wallada, la ultima luna, M. Cabello, 2001-2005-2014) aparezca su funeral. Autores y autoras posteriores, han confundido verdad y ficción, llegando incluso a otorgarle nombre y origen. Pero el califa no tuvo descendencia masculina, acontecimiento que solía ir acompañado de algunos privilegios para la madre, como el de que su nombre transcendiera. Hallamos, sin embargo, una referencia de Ibn Hayyán acusando a al-Mustakfí de “dejarse mandar por una mujer perversa”, dato que no prueba, necesariamente, que esa mujer fuese la madre de nuestra poetisa.
La condición de noble le permitió a Wallada adquirir una exquisita formación literaria y musical que desarrolló con brillantez cuando Muhammad III al-Mustakfí murió envenenado por uno de sus oficiales en la en la frontera de Uclés, en el verano de 1025. Wallada acababa de cumplir 24 años esa primavera. Por norma o ley, las mujeres debían de contraer matrimonio con un pariente cercano. La inexistencia de un hermano y heredero, le permitió adquirir los derechos reales. Y fue entonces cuando, huyendo de los convencionalismos sociales, vendió sus derechos, abrió su propia academia femenina e inició una trayectoria pública que la consagró como la más destacada poetisa arábigo- andaluza de su tiempo, siendo conocida en el mundo islámico como la Safo de Córdoba, “la más alabada, y vilipendiada, desde sus coetáneos hasta nuestros días -como reza el prólogo de la ya mencionada biografía-. A ello contribuyó su relación amorosa con Ibn Zaydun, alto funcionario de los Banu Yahwar, enemigos acérrimos de los Omeyas y en cuya llegada al poder estuvo implicado. Las circunstancias políticas obligaron a mantener su relación en secreto. En aquel silencio se gestaron los bellísimos poemas de amor que se enviaban a modo de misiva; en la infidelidad del poeta, con una esclava negra de Wallada, se gestó el posterior desdén de la princesa, sus terribles sátiras, los desgarradores poemas de Ibn Zaydun, su exilio y la consagración de una leyenda bajo la sombra irreal de su esclava Muhía".
Fruto del imaginario es asimismo la relación lésbica con su esclava Muhía, que se le atribuye en Wallada, la última luna y que se da por cierta en numerosos escritos posteriores. De Muhía solo se conservan dos sátiras que dedicó a su maestra. También se le atribuyen a Wallada poemas de otras poetisas andalusíes en numerosos blogs y artículos recientes, incluso académicos. Y es que la concepción de la historia de Al-Ándalus, y muy especialmente la de sus mujeres, responde a las premisas de Ortega en La España Invertebrada, al decir que “hablar del pasado nacional es hacerlo de lo desconocido ya que “todas las ideas que hoy viven alojadas en las cabezas españolas son ineptas y, a menudo, grotescas". Así, desde el 711 de Tariq hasta las Capitulaciones de 1492 nuestro pasado se concibe como una sola etapa, circunscrita al marco geográfico de la actual Andalucía y dominado el islamismo actual ortodoxo. Tiene su génesis en los harenes otomanos y del norte de África, en los viajeros románticos del XIX y la corriente orientalista, que confundieron a genios como Mozart, Rossini y Bizet y recrearon Jean Lauren o Fortuny.
Wallada bint al-Mustakí vivió protegida hasta el final de sus días por el visir Ibn Abdus y desapareció en Córdoba el 26 de marzo de 1091, coincidiendo con la entrada de los Almorávides, circunstancia que impediría que fuera sepultada en el actual Miraflores “donde los Omeyas entierran a sus mujeres” , en palabras de Ibn Hazm, o en el cementerio “Shacunda, al otro lado del Wadi al-Quebir “ como recrea su última luna. Su desaparición coincide con la muerte de Fath al-Mamun, hijo de al-Mutamid y esposo de Zayda, más conocida como la mora encantá de Almodóvar, ambas a caballo entre la realidad y la leyenda de una Andalucía orientalizada que aún vive alojada en una buena parte de las cabezas españolas y del imaginario que, con más entusiasmo que rigor, sigue anclado en anacrónicas ideas. Y en este totum revolutum prevalece, durante más de un milenio, la imagen de bellas mujeres “vacías de toda idea que no sea la unión sexual” que describió Ibn Hazm de Córdoba.
De ahí, quizá, que autoras como Fátima Mernissi, insistiera en: "Lo que usted está diciendo es una idea importada”.
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