Prisionero de pasiones (1-2)
LaLiga 1|2|3
Un gol con el alma de Aythami en el minuto 89 da al Córdoba una victoria que lo saca de la zona de descenso tras siete meses y medio, y le permite depender de sí mismo para salvarse en la jornada final
Esa carta que no llega. Ese timbrazo en el móvil que no suena. Ese 'me gusta' que antes aparecía en cada foto y ahora no emite señales. El mensaje del 'whatsapp' que dejó de aparecer días atrás. Todo eso te carcome por dentro, te hace dar mil vueltas a la cabeza, buscando respuestas a algo que no la tiene realmente. Es así. Juegos de pasión, bajo el manto del amor, que te convierten en prisionero de algo que nunca fue tuyo. O sí. O tal vez. Sólo el tiempo tiene capacidad para despejar ese horizonte. Y lo puede hacer a la semana, o tras más de siete meses. La alegría será la misma una u otra vez. Es el sinsentido de algo que tiene atado en corazón y alma. Como el Córdoba, el equipo acostumbrado a quemar años en días, a jugar siempre al filo de la navaja, a moverse en arenas movedizas sin caer nunca. Ayer volvió a hacerlo. Otra vez. Y como en las últimas volvió a acabar feliz, con los ojos llorosos, pero henchido de felicidad plena. Por lo conseguido y por el paso para conseguir algo más grande, eso que muchos tildaban de milagroso y que hoy ya no lo es tanto. O sí. Quién sabe.
Porque el CCF de León, de Oliver, de Sandoval, de Aythami, Quintanilla, Reyes y Pawel continúa empeñado en reescribir la historia, su propia historia. Tras siete meses y medio, 31 jornadas, metido de lleno en el fango, ya vuelve a tener la cabeza fuera para ver al resto como iguales. La victoria en Reus, con un gol de ariete puro de quien apenas pisa el área contraria (Quintanilla) y otro con el alma de un capitán sin brazalete que ha venido para quedarse (Aythami) ya en el último suspiro y tras sufrir como un perro, permite a los blanquiverdes alcanzar la última jornada fuera de la zona roja, dependiendo de sí mismo para atar la permanencia. El Sporting aparecerá en El Arcángel con la tercera plaza en juego, pero qué más da. El Arcángel tiene que ser una olla sobre la que terminar de dar cocción a una remontada épica. Como épico fue ganar ayer.
Porque aunque amenazó en el primer minuto con un testarazo desviado de Vallejo tras una falta botada por Reyes, al Córdoba le costó entrar en el partido. Como en las últimas semanas, y es lógico, la presión por tener que ganar a un conjunto liberado de cualquier tipo de tensión se tradujo en un puñado de imprecisiones en el juego corto y algún que otro desajuste defensivo. Algo que Sandoval quiso atajar de inmediato con el paso de Valentín al puesto de libre y Aythami al perfil diestro de esa línea de tres que tan bien le está funcionando en esta fase decisiva del campeonato.
Fue una primera modificación lógica tras un susto de Juan Domínguez que repelió Vallejo y, sobre todo, para tratar de frenar el juego directo que, bien apoyado en Lekic o buscando la velocidad de Fran Carbiá, se convirtió en una recurrida acción ofensiva del Reus. Porque aunque el cuadro local no tenía prisas en la elaboración, la presión blanquiverde en la medular le obligaba a tirar de balón largo, y ahí encontraba demasiadas vías de agua sobre las que percutir, aunque por suerte sin poder ver de cerca a Pawel.
El CCF no terminaba de encontrar su sitio en el verde ante tanto ida y vuelta sin control. Y entonces se agarró a la pelota parada para mostrar las uñas. Vallejo volvió a tener una clara oportunidad en el área pequeña tras un toque de Aythami para prolongar otra falta botada por Reyes, mientras que Guardiola y Edu Ramos lo intentaron desde la frontal sin crear siquiera inquietud a Edgar Badía. Pero el premio llegó con las torres en el área, tirando de pizarra. El toque desde la esquina corto de Reyes lo colgó Aguza para que Aythami tirara de calidad para poner un regalo que Guardiola no pudo recoger para gozo de Quintanilla. Minuto 25 y un escenario idílico.
Porque con ventaja en el marcador, el conjunto blanquiverde se acabó de soltar. No tanto con balón como sin él, pues pasó a morder, a apretar, a atosigar a los locales. Era el momento de mostrar quién se jugaba de verdad algo, a quién le iba la vida en esta batalla. Y aunque de una acción de rebote Juan Domínguez obligó a Pawel a lucir reflejos para atajar una volea mordida, también Miramón se tuvo que emplear a fondo para sacar un balón de Guardiola que Galán ya se disponía a empujar.
Precisamente el lateral diestro fue el bastión al que se agarró el Reus para dar las señales más serias de peligro en el arranque del segundo periodo, aunque sin dar trabajo a Pawel. El Córdoba ya había replegado algo más sus líneas, sin descoserse tanto por ir a la presión, aunque fue en una acción con robo en campo ajeno cuando Aguza probó de nuevo a Badía para dejar muestras de que el equipo no se había marchado, ni mucho menos, de un partido vital y con mucho que contar aún.
El plan fue pasar a jugar juntos y salir a la contra. Y de salida Jovanovic, recién ingresado en el verde para relevar a Reyes, se sacó un derechazo buscando el ángulo que el meta se quitó de lo alto como pudo. López Garai, consciente del cariz que podía tomar el encuentro, sacrificó un medio para dar entrada a un punta (Edgar Hernández) y acto seguido metió a Máyor por un cansadísimo Lekic. Su idea era seguir atacando con todo en busca del empate, algo que los rojinegros hallaron con una falta frontal que el cordobés de Cañete de las Torres Pichu Atienza colocó junto al palo.
El gol sentó como un jarro de agua fría al Córdoba, que desapareció del partido por unos instantes a pesar de que Sandoval quiso frenar el golpe en seco dando entrada a Narváez por Vallejo para disponer un dibujo más ofensivo. Pero el que sostuvo primero al equipo con vida fue Pawel, vital al sacar un cabezazo a quemarropa de Edgar Hernández en el área pequeña en un despiste de la zaga. Acto seguido, para compensar, Jovanovic mandó a las nubes un balón suelto en el punto de penalti tras una buena manopla de Badía al zurdazo de Javi Galán.
Con un cuarto de hora por jugar, el partido estaba más en el aire que nunca. El Reus, empujado por su afición, siguió pisando el acelerador aprovechando los huecos cada vez mayores de un equipo en descomposición, noqueado por los nervios y la presión de tener que ganar para depender en la fecha final de sí mismo. Una exigencia que Sandoval entendió máxima para pasar a una línea de cuatro en los últimos diez minutos y jugársela con Alfaro para pasar a un 4-2-3-1 de libro.
Pero el choque estaba demasiado volcado hacia el portal de Pawel, y lo primero que había que hacer era equilibrar el dominio y pasar a tener algo más el balón. Algo difícil ante la facilidad con la que Vitor Silva movía a los suyos, ante unos futbolistas blanquiverdes que corrían mucho, pero sin hallar apenas rédito a su esfuerzo. El CCF estaba groggy. Fernández se cruzó para taponar un latigazo de Edgar Hernández y Pawel tuvo que exprimirse para frenar otro intento de Máyor.
Sin embargo, el destino, con la pelota parada, tenía guardada una recompensa mágica para el conjunto cordobesista, que volvió a adelantarse con un gol de Aythami, otra vez nacido en la esquina, a sólo un minuto del 90. El alargue volvió a ser sufrido, como toda esta temporada, con los once valientes de Sandoval dejándose en el verde el último aliento y la afición mandando auxilio desde la grada. Así hasta el pitido final. Otra vez tocó llorar. Pero qué gusto da hacerlo así. Y ojalá toque repetirlo el domingo, porque uno es prisionero de sus pasiones. Y así será por siempre.
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