El ascenso del Córdoba CF, en los ojos de Carlitos
Córdoba CF - Barcelona Atlètic | El otro partido
Desde el recibimiento hasta el pitido final, el cordobesismo demostró que esta fiesta no se iba a escapar… ni en los momentos de más dificultad
Sólo por ver la alegría infinita de esos jóvenes aficionados, niños que son el futuro del club, ya ha valido la pena todo
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Córdoba/Hace una semana, con el partido en el Estadi Johann Cruyff en sus coletazos finales, Carlitos se acercó a su padre y le dijo al oído, medio disimulando, como para que no lo viera nadie: “Tengo miedo”. A sus cinco años, en su casa le han metido el gusanillo del Córdoba CF, también del fútbol, pero sobre todo la identificación con los colores blanco y verde, unidos, que suenan mejor. El miedo del domingo dio con el avance de la semana paso a otras sensaciones: nervios, camuflados con risas; inquietud, sobre todo al final del día, e ilusión, mucha ilusión. Esa que sus ojos, brillosos, puros, irradiaban mientras los de su padre dejaban caer alguna lágrima. El ascenso ya era real. ¡Qué alegría más grande!
Sobre todo después de un domingo que se hizo larguísimo, para coronar una semana eterna. La música que suena en El Arcángel como banda sonora diaria; la camiseta del equipo, de su equipo, indumentaria habitual. Así llegó, como loco, a la fan zone, de la mano de su madre, con esa liturgia que supone ir al Reino de El Arenal. “Vamos a ganar”, dijo al ser cuestionado, sin dudas, con la verdad que siempre sale de la boca de los niños. El convencimiento del más pequeño del grupo se solapaba con la incertidumbre de los que se las han visto de mil colores, de los que tienen argumentos más allá del deseo. Y mira que sobre el albero, con calor para dar y regalar, el ambiente era el de las grandes ocasiones.
Cientos de cordobesistas, miles, desafiaron a las altas temperaturas para adelantar su llegada al estadio. Era día grande, y había que estar desde primera hora. Aunque eso, con el 40 asomando en cada uno de los termómetros que pueblan la ciudad, era casi un desafío extremo. Los hubo que hicieron acampada en El Arenal y disfrutaron de la fan zone como si fuera una feria; los hubo que se hidrataron de lo lindo en los alrededores, y los hubo también que llegaron ya con la siesta echada, para evitar el sol todo lo posible. En ese grupo, no por voluntad propia, llegó Carlitos, justo para el recibimiento, que disfrutó.
A los hombros de su madre, tomó posiciones poco antes de la hora fijada para la llegada del autocar del equipo. Las bengalas daban color al momento; los cánticos hacían el resto. La temperatura subía por momentos, y eso con la que estaba cayendo… La expedición blanquiverde apareció puntual a su cita, aunque luego tardó más de la cuenta en bajar del bus, quizás por motivos de seguridad. Muchos seguidores empezaron a tomar camino de sus bocanas para evitar luego las colas de entradas; otros se quedaron hasta el final, viviendo una bienvenida a los que debían hacer la última faena. “Qué guay”, exclamó el joven cordobesista, que ya vivió el de la Ponfe. “Luego que ganemos también”, dijo.
Una hora antes del partido, los graderíos ya estaban a la mitad. Con la salida de los equipos al terreno de juego, la primera mecha se encendió. El público reanudó su parte del partido, que empezó a tomar forma con la retirada a los vestuarios; la despedida fue como diciendo: “Os esperamos, guerreros”. La batalla ya estaba definida, y el Barcelona Atlètic salió mejor. “Tengo miedo”, repitió Carlitos, otra vez al oído. Esta vez su sensación era compartida, hasta que Héctor Fort hizo el 0-1 poco antes del cuarto de hora. Como en la primera eliminatoria, El Arcángel reaccionó e hizo de sostén de un equipo que estaba tocado.
El empate, primer momento de éxtasis
Pero no hundido. Como el boxeador que busca las cuerdas para que el crono pase evitando el cuerpo a cuerpo con un enemigo superior, el Córdoba CF buscó protección. Ania aprovechó la obligada pausa de hidratación -el partido ya retrasó su comienzo una hora por el calor- para ajustar piezas y sus jugadores lo agradecieron. Poco a poco fueron mejor, hasta que llegó el primer momento de éxtasis con el centro de Calderón y el empate de Toril. “Golazo”. La temperatura subió dos grados más y eso provocó que en la grada hubiera un par de desvanecimientos que obligaron a intervenir a las asistencias y detener el partido, provocando un descuento interminable. Un susto. Otro.
El descanso sirvió para tomar aire, para mirar a un lado, para resumir lo vivido… y para que los niños desfogaran. También para conocer la afluencia al partido: 21.485 espectadores, apenas diez menos que la mejor entrada en la historia de El Arcángel, ante el Real Madrid en Primera División, apenas 150 menos que el aforo que la propia entidad recoge en su página web. También el intermedio hizo que el Córdoba CF supiera mantener la inercia con la que se había ido a los vestuarios. Ahora jugaba más en campo rival, y eso, con el empuje de la grada, era tener mucho ganado. Pero más quedaba. Mucho.
Lo primero, celebrar por todo lo alto el tanto de Toril. “Este sí lo hemos visto bien, papá”. Las ganas de llorar empezaron a aflorar. El ascenso empezaba a tocarse con la punta de los dedos. El estadio entró en ebullición, coincidiendo, casualidad o no, con ese paso por el minuto 54 que un día dejó de ser especial con el canto del himno. Desde ahí hasta el final, tocaba dar la mano a los soldados de Ania, solidarios en el esfuerzo, ansiosos de recibir aire de la grada para aguantar la ventaja. A partir de ahí, el Córdoba CF comenzó a jugar con doce, con trece, con catorce… miles. Piernas y corazón para coger con las manos un premio merecido, labrado durante diez largos meses.
El partido que nos "cambia la vida"
Porque ya con el 90 asomando, ya no se podía escapar. “A nosotros este partido nos cambia la vida”, dijo Iván Ania en la previa. Sabio, con las palabras precisas, como durante toda la temporada. El equipo pronto se dará cuenta de los cambios; los aficionados ya han empezado a saborearlos esta misma noche, que será sin duda la más larga del año. También esa generación nueva, de la que forma parte Carlitos, que, por suerte, ha tenido que esperar mucho menos que otros para celebrar algo así. Porque el salto de hace dos años fue distinto, por todo. Esta vuelta al fútbol profesional es la que vuelve a situar al Córdoba en el mapa. Y también a su gente. Lloren, rían o hagan lo que quieran. Den rienda suelta a sus emociones. Y, si tienen la oportunidad, vívanlo con sus hijos. Porque eso es para siempre.
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