UD Almería - Córdoba CF | La previa
El Córdoba CF quiere empezar a llenar la maleta fuera de casa en Almería
UD Almería - Córdoba CF | La crónica
Ser cordobesista lleva consigo una penitencia. Es un peaje conocido y aceptado cuando uno decide proclamar fidelidad a los colores blanco y verde. La historia de este club está plagada de decepciones, con algún alegrón que por lo inesperado lo hace inolvidable; repleta de capítulos de sufrimiento y agonía que han tejido una armadura alrededor del corazón. Pero todos esos pasajes han podido ser siempre vividos con la cabeza alta, sin sentir la pena, el hartazgo, el sonrojo y la vergüenza que da ver a este Córdoba que en Almería dio un paso más hacia el precipicio de la Segunda B. Ya hace mucho tiempo que parece que le gusta asomarse al vacío y hasta que no se caiga no va a cejar en su empeño. Quedan quince jornadas para regatear de nuevo a su suerte, un peregrinar de más de tres meses que, salvo sorpresa, no hará de la mano de Curro Torres, sentenciado en el Mediterráneo.
Y no sólo por los casi 400 aficionados desplazados a tierras almerienses, que pidieron su marcha. Tampoco por la directiva, que ya lo colocó en la cuerda floja hace tres semanas. Ni tan siquiera por un Almería eficaz y efectivo en sus llegadas que supo nadar entre las dudas que su enemigo le creó en la primera media hora de juego para, a raíz de la igualada, vivir una tarde plácida. La sentencia al entrenador hispano alemán le llegó por sus propios jugadores, una plantilla que sigue lejos del nivel exigido para competir en el fútbol profesional. Un bloque que se derrumba al más mínimo golpe, frágil de mente, lento de piernas y sin la actitud ni la concentración que se requiere para luchar de tú a tú por salvar el culo en LaLiga 1|2|3.
Ojito, eso no se quiere decir que Curro Torres no sea culpable o máximo responsable de la situación, que lo es. Baste echar un vistazo a sus números: 10 puntos de 39, con apenas dos victorias; siete derrotas en 13 partidos, y la permanencia a seis puntos, cuando a su llegada el déficit era de dos. Parece claro que la reacción no ha sido tal, y el panorama es hoy todavía más negro que hace unos meses. Por el aumento de la desventaja; por haber quemado la bala del mercado de invernal, que no ha acabado de provocar el ansiado paso adelante, y porque el calendario sigue pasando hojas hacia un epílogo que en estos momentos invita a cualquier cosa menos a ser optimista.
Porque al final, el fútbol es de los futbolistas. Y de lo que díficilmente tenga culpa el entrenador, sea cual sea su nombre, es de que sus jugadores no sepan leer en el verde qué toca hacer en cada momento. O que se deshagan cuando el rival les zarandea lo más mínimo, y así entierren todo lo bueno hecho con anterioridad. Es difícil señalar al banquillo de la pérdida de Luis Muñoz que provoca el empate, de que Vallejo decida seguir a dos metros del balón en lugar de achicar, o de que Carlos Abad deje abierto su palo.
Es imposible poner el ojo en la banda cuando tus zagueros están fuera de sitio, en dos toques el extremo llega a línea de fondo, burla al que llega al corte y la pone para que otro, solo, aparezca y fusile la portería. Es complicado al menos echar toda la culpa a los de fuera de que en un córner con tus once jugadores en el área haya dos remates del contrario y el balón finalice en la red. Todo eso más que buscar culpables, lo que crea es un bochorno absoluto, un sentimiento de rabia y unas ganas enormes de mandar más allá de la Conchinchina todo lo que tenga relación con el balón, el fútbol y el CCF.
Y eso que la faena en Almería tuvo un inicio esperanzador, a pesar de los numerosos contratiempos acumulados durante los días previos. Con tres cambios en el once, con la idea de dar continuidad al dibujo con tres centrales y blindar la medular, el cuadro cordobesista fue superior de salida a su rival, al que ni siquiera le terminaba de funcionar su presión adelantada.
Con juego al toque intercalado con algún envío directo, el Córdoba ya avisó con una carrera de Andrés, y dos contras de Menéndez y De las Cuevas con pésima elección en la definición (no hubo ni remate en ambas) antes de que una combinación desde campo propio y de perfil a perfil acabara con el gol de Carrillo, que sólo tuvo que empujar el pase perfecto de Fernández. Otra vez, y ya iban cinco, la ventaja inicial correspondía a los blanquiverdes, más parecidos en ese instante al equipo que asaltó al Heliodoro que al que se derrumbó ante el Alcorcón, el Albacete o el Granada.
Pero esa imagen de seriedad, de saber manejar nervios y situación, se desvanecieron cuando todo parecía encaminado a la calma más placentera. Como el otro día ante los nazaríes, un ataque con el bloque en posición ofensiva acaba en una contra letal del contrario. Esta vez fue Luis Muñoz el que emuló a Quintanilla, y Corpas el que hizo de Vadillo; al contrario que en El Arcángel, el extremo rojiblanco no cedió atrás, sino que tiró al palo corto y sorprendió a Abad. Errores encadenados y empate. Y otro partido totalmente diferente ya.
Porque todo lo bueno que había hecho el CCF en ese primer tercio de encuentro pasó a mejor vida. Al equipo pareció olvidársele ya qué hay que hacer en un campo de juego, y como en anteriores citas, desapareció. Y lo peor es que esta vez no hubo siquiera el mínimo atisbo de reacción. Ni antes del descanso, que llegó después de tres o cuatro llegadas claras locales, sin acierto en el último pase; ni mucho menos después, pues la reanudación terminó por desnudar por completo a los blanquiverdes, que pronto quedaron fuera de combate.
Con Corpas desatado y un agujero por el perfil izquierdo, una pared originó la jugada de la remontada, culminada por Juan Carlos. En la foto, Vallejo y Luis Muñoz de nuevo retratados. Como el resto del entramado defensivo sólo diez minutos más tarde, cuando de un córner nació el 3-1 con dos remates sin la más mínima oposición. Y eso, un rival con hambre como el Almería, que se ve por primera vez en varios años con un curso tranquilo y la posibilidad de soñar con algo más que salvar el cuello, no lo iba a desaprovechar, por supuesto.
Con todo perdido, Curro Torres agitó el banquillo. Carbonell y Piovaccari al campo –antes ya había ingresado Jaime por un enfadadísimo Andrés Martín– para pasar al 4-4-2. Pero esto no iba ya de acumular jugadores ofensivos ni de sistema. La cabeza hacía tiempo que había dejado de funcionar en el Córdoba, y el tramo final apenas recogió un remate de De las Cuevas que se fue fuera, marcando el camino que salvo sorpresa tomará el técnico.
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