Competir como punto de partida
Córdoba CF
El estreno de Rafa Navarro cambió la cara a un CCF que supo plantar batalla a un rival superior
El empate del Lugo en Oviedo vuelve a dejar en seis puntos la distancia con la permanencia
Hasta la última jugada del encuentro, que terminó provocando el empate final del Málaga, la actuación del Córdoba en el estreno en el banquillo de Rafa Navarro fue notable. Con sus armas, que no son las que puede tener un rival que aspira a volver a la élite por la vía rápida, los blanquiverdes supieron equilibrar una batalla a priori desigual para sumar un punto que bien pudieron ser tres.
Líneas juntas para achicar el campo, contundencia para evitar acciones como la del triste epílogo, y esfuerzo colectivo y compromiso a bocanadas fueron las cartas de presentación de un equipo que compitió, con mayúsculas. Y es por eso que, pese al varapalo de la despedida, el derbi debe ser el primer paso para crecer y creer en una permanencia que el próximo domingo ante el Extremadura (Francisco de la Hera, 16:00) vivirá una final por todo lo alto (o lo bajo, pues ambos están en descenso). De momento, el empate del Lugo en Oviedo mantiene la distancia a seis puntos, dos partidos.
Tal y como había advertido en los días previos, el CCF de Navarro presentó un 4-2-3-1 que desde el primer momento no tuvo reparos en replegarse en campo propio, dejando hacer a su oponente en zonas sin peligro real. Con el técnico mandando una y otra vez a la línea defensiva ganar metros fuera del área, el objetivo era jugar en apenas un cuarto de campo, juntar las líneas al máximo para reducir los espacios para las apariciones de un rival con muchísima calidad en su vanguardia.
Ese patrón en el juego sin pelota, el gran hándicap del CCF desde el arranque del campeonato y al que ni Sandoval ni Curro Torres lograron poner remedio, dio otro aire al equipo cuando recuperaba. Nada de posesiones pausadas en un cuadro cordobesista con un plan diferente: correr, primero para robar, para auxiliar al compañero, para minimizar riesgos; luego para salir al contragolpe, para intentar hacer daño con transiciones a pocos toques, acabando normalmente con centros de fuera hacia adentro.
Y todo ese planteamiento funcionó de maravilla durante más de 90 minutos. El Málaga, con mayor posesión y más presencia en campo contrario, se marchó al descanso sin disparar a puerta, con un bagaje reducido a un tiro alto de Bare desde la corona del área y una llegada de N’Diaye en segunda línea abortada in extremis por Fernández. Por contra, en esos primeros 45 minutos, Carrillo hizo un gol, anulado por fuera de juego previo de Jaime Romero, y luego fue objetivo de un claro un penalti por Luis Hernández cuando llegaba para empujar la pelota a la red.
Una mayor concentración defensiva
Sería difícil ponerle pegas a ese guion, que tuvo continuidad tras el descanso, incluso cuando el cansancio provocó que el partido se abriera y el Málaga dio un paso al frente, metiendo todo su arsenal sobre el verde. La solidaridad, el compromiso, la voluntad de esfuerzo y el verdadero afán por ser un grupo competitivo y sin fisuras llevaron al Córdoba incluso a adelantarse, y a seguir luego dejándose el alma para defender la renta.
Esta vez no hubo lugar a la remontada, como en las anteriores cinco jornadas, entre otras cosas porque los dos únicos errores graves ante de la última jugadas "de infantiles" –así la catalogó Rafa Navarro en sala de prensa– que costó el 1-1 tuvieron solución por corazón, saber estar y esa pizca de suerte siempre necesaria y tantas veces invisible: Fernández sacó bajo palos un cabezazo de Blanco Leschuk después de que Harper ganara el balón entre los centrales, y Abad resolvió un testarazo a quemarropa de N’Diaye tras un córner ensayado que pilló a la defensa dormida (luego Seleznov, de manera incomprensible, remató fuera con toda la puerta libre para él).
En definitiva, el Córdoba de Rafa Navarro supo adaptarse perfectamente a lo que desde ya requiere esta situación dramática en la que lleva instalado meses, y que será su hábitat hasta el final del campeonato. Y eso pasa por cambiar las florituras por saber estar; por jugar atrás con el portero para que pegue un balonazo en lugar de dar un pase absurdo; por despejar todo balón que ronda el área sin necesidad de buscar una combinación fácil para salir...
Pero también por saltar por mil balones aun sabiendo que luego quizás no tengan continuidad; por remangarse para echar una mano a un compañero en apuros aunque sea fuera de sitio; por correr un punto más que el contrario, para atrás y para adelante; y por defender el escudo y los colores blanquiverdes que, en caso de tener que caer, sólo deben hacerlo con orgullo, honor y pasión. Aunque con estos ingredientes, al menos hay esperanza de que no toque besar la lona, porque competir es el mínimo exigible, el punto de partida de todo.
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