No hay censura para esconder el despelote (1-2)
Córdoba CF - Sporting de Gijón | La Crónica
La autodestrucción del Córdoba escribe otro capítulo regalando el triunfo a un Sporting que apenas tuvo que esperar los habituales errores de su rival
El Arcángel exhibe hartazgo y sonoras críticas al plantel y la gestión
Con Franco resucitado con aquello de la exhumación, la censura que tan de moda estuvo bajo los años del destape de su dictadura, apareció por sorpresa en El Arcángel. Pero ni así lograron los gestores de la entidad, a los que la autocrítica les vendría de perlas tal y como se está desarrollando la faena, tapar el despelote en el que se ha convertido un Córdoba que vive empeñado en su autodestrucción.
Sólo así se puede explicar el desenlace de un partido, otro más, que los blanquiverdes jugaron para no perder, pero perdieron. ¿Cómo se analiza eso? Bastante más fácil de lo se podría pensar: porque es un equipo sin la más mínima tensión competitiva, un grupo que cada fin de semana ofrece regalos, con la grosería en aumento, al rival de turno para dejarle el triunfo en bandeja.
Los dos que agradeció el Sporting de Gijón difícilmente puedan verse en un patio de colegio. Imposible pensar en algo diferente al ridículo con estas acciones. Mucho menos en una permanencia que se ve a diez puntos, con 36 en juego. ¿Creemos en las matemáticas? La mayoría ya no. Porque si es cierto que los números respaldan aún la heroica que dicen respirar directivos y profesionales cordobesistas, la cruda realidad habla de algo sobrenatural a estas alturas. Faltan alrededor de 25 porque hasta ahora el casillero sólo recoge 22, menos que nadie, cuando en juego se han puesto hasta 90. ¿Milagro? Ni con todos los santos del cielo parece que esta vez vaya a ser posible.
Sobre todo porque en la batalla semanal, en ese examen que entre el verde y la pelota, siempre aparece el suspenso como nota. Hay futbolistas que no están, mental o físicamente, o en el conjunto de ambas; y lo peor es que en algunos casos ni se les espera. El aviso de Rafa Navarro todavía en caliente o el enfado del capitán Fernández nada más producirse el pitido final se tiene que notar en la toma de decisiones futura.
Porque al menos en lo que resta se tiene que notar que el Córdoba quiere seguir en el fútbol profesional. Y si no es posible, el adiós tiene que ser honroso, no como el último a la élite que quedó bañado de vergüenza y horror. En sus manos queda la respuesta.
Porque de momento, a la primera oportunidad tras la debacle de Almendralejo, al cuadro blanquiverde no se le notó de principio esa sangre inyectada en el ojo que cabía esperar ante la última oportunidad para subirse al tren de la ilusión, ese que tiene como fin de trayecto un bono en forma de salvación. Ya fuera por la hora, en plena siesta, o por el convencimiento interior de que la situación pinta en chino mandarín, el lema de los discursos recientes no tuvo reflejo en el terreno de juego.
Y eso no fue la mejor carta de presentación. Con un 4-2-3-1 con un doble pivote sin apenas fútbol, apostando por la contención de forma clara, el único plan era dejar pasar los minutos sin sufrir e intentar exprimir al máximo alguna transición, inicialmente volcadas al perfil izquierdo ocupado por Jaime Romero. Quizás la idea, viendo las urgencias, es la más lógica a la que puede aspirar ahora mismo este CCF, pero...
El ambiente no estaba precisamente para esperar favores tras un curso salpicado de decepciones de continuo. Unas veces por la actuación colectiva, otras –las más– por los fallos individuales. De Extremadura salió seriamente tocado Carlos Abad, reforzado por el técnico y que en su primera aparición dejó alguna duda al atrapar con dificultad un balón largo, frontal, que incluso le botó antes para hacerlo más fácil. El runrún no se hizo esperar en la grada, aunque el tinerfeño no tardó en apagarlo con un paradón abajo, al palo más alejado de su zona, tras un latigazo de Djurdjevic para culminar una buena acción de Aitor García.
Carrillo abre el marcador
Esa aproximación fue la única del Sporting en la primera media hora. Los rojiblancos no ofrecieron demasiado tampoco, retrasando líneas a campo propio para tratar de hacer daño con la velocidad de sus puntas. Un tiro de Andrés desde la frontal fue el primer aviso para Mariño, que poco después respiró al ver cómo Flaño no era capaz de conectar en posición inmejorable un envío desde el costado de Jaime. Sin hacer gran cosa, el control era de los blanquiverdes.
Y pronto llegó la recompensa en forma de gol. Una salida lanzada por De las Cuevas acabó con un centro de Fernández y el cabezazo perfecto de Carrillo a la red. Era el minuto 30 y el Córdoba se ponía por delante –la séptima vez en los ocho encuentros más recientes–, sin duda la mejor medicina para aplacar un clima de crispación. El tema ahora era cómo darle continuidad. El cuadro de Rafa Navarro siguió igual, y con apenas ese mayor empuje, esa intensidad mínimamente recuperada, lograba mantener a raya a su oponente.
Entonces llegó una pelota parada, un saque de esquina, y la enésima muestra de falta de contundencia en el juego sin pelota: Carrillo despejó blandito de cabeza y el balón, tras tocar en la espalda de Álex Perez, le quedó franco para que Peybernes firmara el empate, que trajo de nuevo los nervios a un equipo que no está hecho para aguantar golpes. Por suerte, las siguientes apariciones de Alegría y Djurdjevic fueron reducidas por el entramado defensivo.
Una zaga que sufrió un cambio obligado por la lesión de Chus Herrero, relevado por Quintanilla. El tema estaba en ver cómo encararía el CCF el segundo acto. Y no lo hizo mal de salida, pues Carrillo estuvo a punto de enganchar un pase lateral de Jaime. Pero fuera por esa primera aproximación o por la lógica aparición del cansancio, el encuentro empezó a romperse, ya con más espacios. Y eso supuso la pérdida de control por parte local, y una bendición para el Sporting, sabedor de su mayor calidad para definir y decidir en la igualdad.
Un error de infantiles
Quintanilla y Fernández tuvieron que irrumpir al límite para entrometerse ante la mala intención de Djurdjevic, aunque fue Abad el que resultó providencial para sacar un testarazo a quemarropa del ariete serbio. La vulnerabilidad de los blanquiverdes ante este nuevo decorado empezaba a ser latente, si bien unos ramalazos de rabia de Blati, Fernández y Jaime, y un par de acciones de un Aguado fresco que asustaron a Mariño empujaron a pensar con un final distinto.
Y eso lo vio también el técnico, que jugó a ganador cambiando el dibujo para acabar con dos delanteros. El movimiento no era malo, si bien requería tener la iniciativa y la pelota. Pero todo se torció con un error de infantiles en un balón frontal, con dos toques aéreos y un despeje con la mirada de ¡tres futbolistas! que terminó en el gol de Carmona.
Fue la última puñalada a la ilusión del cordobesismo, que se dividió entre los que abandonaban el estadio y los que se levantaban en unas protestas que sólo tapó Piovaccari con una jugada que acabó en Mariño. Esto se acaba, y con una tristeza y una vergüenza que no hay censura que tape.
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