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Córdoba CF - Villarrobledo | La Crónica
Javi Flores regateó las lágrimas el miércoles, cuando le tocó dar la cara en nombre del grupo por la grave situación económica del club. Ayer tal vez tuviera que sortearlas también, aunque esta vez de alegría, de liberación. El capitán blanquiverde, en su vuelta al equipo, fue sin duda el protagonista principal de la necesaria victoria del Córdoba ante el Villarrobledo, en una comunión perfecta con la grada, que lo arropó cuando anotó el segundo y definitivo tanto como se arropa al que comparte el mismo sentimiento. Antes ya había originado el primero con una acción de esas que sólo los mejores se atreven a hacer en el verde.
Esas dos acciones decidieron el duelo que cerró una de las semanas más tristes en la historia de la entidad cordobesista. Quizás por eso importa poco que el equipo no brillara en el juego, aunque tampoco es que lo necesitara para batir con suficiencia a un rival frágil en las áreas. Bastó orden, equilibrio y saber hacer con la pelota, sobre todo para fabricar las transiciones cuando el partido se rompió, lo que sirvió para acumular ocasiones de sobra para haber goleado. Tal vez la próxima, esta vez fueron sólo dos que valieron por mil. Porque había que ganar, por muchas cosas, pero sobre todo para dejar constancia de que aquí nadie va a tirar la toalla, por muy difícil que esté el futuro más inmediato.
La mecha encendida durante la previa preveía un arranque eléctrico del CCF. Pero nada más lejos de la realidad. La revolución introducida por Raúl Agné en la alineación, con cinco cambios, tardó mucho en entrar en efervescencia, contagiada de un ambiente excesivamente frío ya en la grada. Tampoco ayudó la disposición de un Villarrobledo ágil con la pelota, pero contundente en la destrucción, consciente de que la opción para crecer en la tabla –ocupa puestos de descenso– pasa por mejorar sus prestaciones defensivas.
Ante un Córdoba superior técnicamente, al menos a priori, el cuadro albaceteño montó una presión alta que dificultó en muchas ocasiones la salida controlada de los blanquiverdes, obligando al pelotazo para ganar metros y buscar el ataque ya en campo contrario. Uno de esos envíos, volcado al perfil izquierdo, cayó en los pies de Miguel de las Cuevas, que tras pasearse por la frontal del área terminó sacando un zapatazo excesivamente centrado que atrapó bien Salcedo.
Las apariciones entre líneas de Javi Flores ofrecían algo de luz al embarrado juego cordobesista, si bien sin la continuidad necesaria para dominar con claridad el encuentro. Por suerte, el adversario tampoco es que asustara demasiado, pues sus ataques morían casi siempre en las inmediaciones del área local. En una de ellas, ya pasada la media hora, Isaac Becerra tuvo que estirarse para repeler el derechazo duro y a la carrera de Juanma Montero. Pero la cosa no pasó a mayores, salvando un par de balones colgados que nuevamente sacó con contundencia el cancerbero catalán.
Ya en esa fase del choque, el Córdoba empezaba a dar muestras de algo más de soltura. Una caída de Javi Flores hacia la izquierda terminó con un zurdazo del capitán ligeramente alto, antes de que José Antonio González firmara dos ocasiones casi consecutivas: en la primera, su testarazo a servicio de Víctor Ruiz salió muy desviado con todo a favor; en la segunda, su testarazo en plancha tras el envío de Fernández fue directo al palo antes de rebotar luego en el pie de Salcedo, que finalmente atajó la bola.
Ese paso al frente de los blanquiverdes tuvo su recompensa con el tanto de Juanto Ortuño cuando el Villarrobledo ya pensaba en el descanso. Un eslalon mágico de Javi Flores sorteando rivales como el que se pasea por una pista de baile sólo pudo frenarlo el portero con una parada que dejó el esférico muerto para el remate de cabeza de Juanto Ortuño. La celebración, como no podía ser de otra forma, fue compartida entre ambos, en una liberación de tensión tan justa como necesaria.
Ese primer golpe abrió ya las primeras costuras en el entramado defensivo del equipo más goleado del Grupo IV, que prácticamente de salida de vestuarios encajó el segundo, nuevamente por el centro, con la llegada de gente de segunda línea. Esta vez el ejecutor fue Javi Flores, bajando como el mago que es el balón de Zelu para luego fusilar a Salcedo con la zurda. La carrera por detrás de la portería, brazos abiertos, con la grada explotando de júbilo, fue la mejor demostración de cordobesismo: un cordobés entregado a los suyos al servicio de la institución.
Con el encuentro ya más que encarrilado, el Córdoba terminó por enterrar la tensión que durante semanas ha venido acumulando. Y eso, en ataque, provocó un par de llegadas claras de Zelu y De las Cuevas bien resueltas por la zaga manchega; pero también trajo el típico despiste defensivo que a punto estuvo de exprimir Pekes, con un remate de primeras tras el envío largo de Perona a la espalda de Chus Herrero que no encontró el arco por un metro.
Luego tomó el protagonismo Juanto Ortuño, muy activo en su regreso a la titularidad. Primero con una transición culminada con un derechazo abajo que tuvo la buena respuesta de Salcedo, y luego con un testarazo que se fue junto al palo. Quedaban 20 minutos y por primera vez el CCF tenía perfilado un final cómodo, sin agobios, y hasta con tintes claros de aumentar su balance de goles a poco que volviera el acierto en la definición.
Pero fue entonces cuando, sin saber bien el motivo, el equipo levantó el pie del acelerador, se tiró unos metros atrás para aprovechar las contras y dio algo de aire al Villarrobledo, que asustó especialmente con un disparo seco de Chato que Becerra mandó a córner con el pecho tras confiarse en exceso. Raúl Agné intentó reactivar de nuevo a los suyos con la entrada de refresco de Moyano y Novaes, pasando a dibujar un 4-4-2, con González ocupando el carril izquierdo en su vertiente ofensiva.
Esos simples movimientos, el cansancio acumulado del enemigo o la reactivación propia de quien se sabe exigido por una afición entregada, devolvieron la tranquilidad a los últimos compases, en los que Juanto Ortuño tuvo el tercero con un par de cabezazos francos a los que no dio la dirección correcta. Ni siquiera hizo falta que entraran. El triunfo, y la comunión con la grada, antes, durante y después del partido, fueron la mejor demostración de que el Córdoba está vivo. Sonrían, que ya tocaba.
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