Éxtasis tras siete años

El conjunto blanquiverde alcanza el anhelo de volver a Primera División 42 años después de su última campaña en la élite El ascenso de Huesca en 2007, primera piedra de este éxito

R. Cano

23 de junio 2014 - 06:46

Siete años han bastado para que el cordobesismo haya vuelto a celebrar un ascenso. Para que la travesía por las categorías menos lucidas del fútbol nacional llegase a su fin y la afición por fin se apreste a disfrutar de un curso en la máxima categoría. El camino no ha resultado fácil ni plácido, han sido siete años convulsos desde que el último ascenso a Segunda División marcó un punto de inflexión en el club. Aquel salto hizo ver que el futuro del club debía ser más ambicioso y que su supervivencia pasaba por entrar en la Liga de las Estrellas. Ese es el reto que se marcó Rafael Campanero tras la gesta lograda en 2007 en Huesca y ese ha sido el gran éxito que ha culminado el Córdoba actual, dirigido por Carlos González tras salir de las manos de Prasa y de cordobeses hace ahora tres temporadas.

El Córdoba actual comenzó a gestarse aquella gloriosa campaña 2006-07. Un año complicado, equiparable a este que acaba de terminar en cuanto a los vaivenes de un equipo construido con el ambicioso reto del ascenso pero que por momentos estuvo en la cuerda floja. Fue un año de sufrimiento, de alegrías interrumpidas por grandes nubarrones que hicieron peligrar incluso la viabilidad del club. Para muestra, la entrada en aquella fase de ascenso se gestó en la última jornada y con un favor del Extremadura. El CCF se clasificó como cuarto clasificado y tenía ante sí el reto de tumbar a todo un Pontevedra en aquella primera eliminatoria.

El conjunto gallego asustó en El Arcángel pero los de Pepe Escalante sacaron fuerzas de flaqueza en el duelo de Pasarón y asestaron el golpe definitivo, amarrando un 2-2 que les daba el pase a la gran final por el ascenso. De nuevo el Córdoba de la épica volvía a sacar lo mejor de sí ante una situación complicada. Y entonces el equipo fue ya una apisonadora que trituró al Huesca en el último paso hacia el regreso a la Segunda División. Para el recuerdo de aquella eliminatoria quedará el gol de Pierini que abrió el camino o el penalti de Dani que confirmó ya en Huesca el éxito y dio paso a una celebración que aún se recuerda en la ciudad. La imagen de Javi Moreno encaramado al Gran Capitán en Las Tendillas, la de un Pablo Villa aún futbolista y ahora artífice desde el banquillo. Recuerdos que dieron paso a una etapa de mayor profesionalización en el club y que marcaron el rumbo claro de la nave blanquiverde. Costara lo que costara había que alcanzar la Primera División.

Pero como todo proyecto ambicioso, se necesitó de un tiempo de consolidación. Una etapa que no resultó nada sencilla. Paco Jémez abrió la nueva etapa del club en Segunda con una propuesta arriesgada y atractiva que duró lo que duró. En parte porque el técnico no era el que años más tarde llevaría al equipo a hacer un año memorable y que ahora triunfa en la élite, y en parte también porque el equipo del que dispuso no estaba entre los mejores de una categoría que por aquellos tiempos seguía siendo muy exigente. A mitad de temporada Jémez se marchó y el barco terminó por salvarlo José González es aquella tarde de infausto recuerdo para el cordobesismo, que sufrió en Anoeta un trance que dejó huella para siempre. El desenlace resultó ser positivo pero aquel penalti de Abraham Paz que pudo mandar al CCF de vuelta al pozo de la Segunda B dejó una sensación de desazón en una afición ya de por sí castigada por los reveses del deporte.

Tampoco resultó más ilusionante la temporada 2008-09, que arrancó con José González en el banco pero que volvió a terminar con un golpe de timón y con Luna Eslava convertido esta vez en el revulsivo que sujetó al equipo y evitó el desplome. Parecía que el equipo volvía a estancarse y que la tendencia irregular del proyecto amenaza en desembocar con un nuevo descenso y vuelta a los infiernos de la Segunda B. En esas llegó Lucas Alcaraz, en el último proyecto de José Romero y Prasa al frente del club para aportar dos años de relativa estabilidad. Relativa porque el equipo y el técnico granadino no escaparon a la crítica y a los momentos duros, pero estabilidad porque al fin y al cabo el CCF adquirió una fortaleza muy necesaria en la categoría. Aprendió a competir en Segunda División y aunque no enamoró con su juego y su planteamiento, Alcaraz dejó a la entidad consolidada y tan sólo necesitada de un empujón para renovar fuerzas en su camino hacia la Primera División.

Y ese cambio resultó ser la venta del club, que por primera vez salía de manos cordobesas para acabar en las de Carlos González en aquel verano de 2011. El empresario tinerfeño afincado en Madrid arribó con la promesa de un proyecto ambicioso y centrado en alcanzar el ascenso a la élite en tres años. Fue una época de cambios en el club, tanto en el personal que trabaja de puertas hacia dentro como en la manera de llevar la gestión de la entidad. Pero lo cierto es que el proyecto de González no pudo empezar de mejor manera.

La llegada de Luna Eslava a la dirección deportiva y la vuelta de Paco Jémez al banquillo resultó ser la chispa que encendió la mecha del éxito. Con un equipo justito y que echó a andar con bastantes dudas, el conjunto blanquiverde terminó por ser la revelación de la categoríay por acaparar los elogios de buena parte del panorama futbolístico nacional, con un juego espectacular e ilusionante que hacía muchos años que no se disfrutaba en el Arcángel. Para el recuerdo quedará el dúo formado por Borja García y López Silva, los goles de Charles y la progresión de jugadores de la casa como Fernández, Fuentes, Javi Hervás o Fede Vico. Un equipo para el recuerdo que sin embargo acabó co la amargura de aquel play off que se marchó a las primeras de cambio ante el Valladolid. Era el peaje necesario para aprender, adquirir experiencia y afrontar el salto definitivo. Y ahora ese reto se afrontaba desde el total convencimiento de que era posible.

Llegó entonces Rafa Berges al club para relevar a un Paco Jémez tentado por la Primera División. El proyecto parecía seguir la línea de progreso marcada y todo arrancó de manera más o menos alentadora. Sin embargo, las cosas se torcieron conforme la temporada avanzó y el técnico cordobés, que había subido tras realizar un gran papel en el filial acabó saliendo del club y siendo sustituido por Juan Eduardo Esnáider, en un intento desesperado por reflotar un barco que ya había perdido el rumbo de manera definitiva. Y aquello casi acaba en tragedia, con una nefasta racha que volvió a acercar al equipo al abismo y que dejó la sensación que el camino andado se había vuelto a desandar.

Como última bala de un proyecto ya desgastado por decisiones tomadar por la dirección de la entidad llegó Pablo Villa al banquillo cordobesista. Un hombre de la casa, querido por la afición y que venía de guiar al filial hasta la Segunda División B en la mejor campaña que se le recordaba al segundo equipo blanquiverde. Parecía el hombre ideal para rematar el proyecto, a pesar de su escasa experiencia en los banquillo. Lo cierto es que el madrileño siempre contó con el favor de la grada, que supo valorar su honestidad y su sentimiento hacia al club. Desgraciadamente la confianza que Villa recibió de la afición no tuvo su continuidad con la recibida desde la directiva y Gladiator fue despedido incluso sin tener un sustituto claro. La fractura fue entonces prácticamente irreversible entre el club y su masa social y la situación amenazó con llevarse por delante la tercera temporada del proyecto González.

En esa difícil situación llegó al club Albert Ferrer, tras la negativa de varios técnicos a asumir un reto tan exigente. El catalán no dejaba de ser un técnico con poca experiencia y al que le costó un tiempo coger el aire al equipo, pero cuando peor pintaba la situación el Córdoba volvió a dar un golpe de timón de esos que han marcado su historia y con un final de temporada memorable amarró el play off en la última jornada ante el Mallorca. De nuevo el equipo se colaba en la lucha por el ascenso, con la diferencia de que en esta ocasión las fuerzas entre los contendientes estaban más igualadas.

Y el resto ya es historia en blanco y verde. El Murcia fue el primer escollo en el camino y sucumbió ante los de Ferrer, que afrontaron entonces el más difícil todavía. Tocaba jugarse el ascenso a cara de perro ante un equipo superior en calidad, presupuesto y con la misma ambición ineludible del ascenso. Para colmo, tocaba hacerlo también a domicilio. Pero ahí resurgió ese espíritu épico que ha guiado las pocas alegrías del club en los últimos años. Cuando todo parecía perdido y de la manera más cruel, Uli Dávila se encargó de borrar de un plumazo la historia y hacer creer al cordobesismo que es grande, que es de Primera.

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