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Reportaje
Han pasado 20 años, ya se ha retirado de las canchas y el escenario que albergó sus grandes gestas es hoy un edificio tapiado, tatuado por grafittis y casi sepultado por los matorrales en el Sector Sur. Ahí, en el viejo Polimecano, un estadounidense de Detroit, Derrick Eugene Gervin, forjó en apenas nueve meses un mito para toda una generación de aficionados cordobeses. Sus exhibiciones dispararon la excitación de los seguidores hasta topes impensables en una ciudad que coronó –en sentido estricto: fue el Rey Baltasar en la Cabalgata de Reyes junto a leyendas como el periodista Matías Prats y el cantaor Fosforito– a un ídolo. El paso del tiempo ha homologado el carácter extraordinario de aquellos acontecimientos divinos que sucedieron en un pabellón con goteras. Un simple dato. En toda la historia del baloncesto profesional en este país solamente se han podido presenciar cuatro anotaciones superiores a los 60 puntos en suelo español. Una la firmó el madridista Walter en 1976, con 65 tantos al Breogán; las otras tres, Derrick Gervin: 64 al Lliria, 63 al Galeones de Vigo y 61 al Badajoz. Dos de ellas, en Córdoba. Ahora se cumplen dos décadas de aquella época increíble. Cómo olvidarla.
La situación. Tras la milagrosa salvación en el curso anterior gracias a una reestructuración de la categoría, el Juventud de Córdoba recuperó para el banquillo al carismático y controvertido Abilio Antolín y emprendió una drástica renovación de plantilla. Salieron referentes como el base Santi López y el escolta Carlos Cabezas –padre del internacional del Unicaja–, y sólo Ángel Simón y Manolo García permanecían como referentes del pasado. El base Santi Elso (Bosco La Coruña), los aleros Oscar Ruano (CAI Zaragoza) y Francisco Javier Celigueta (Tradehi Oviedo), y los pívots Jordi Parera (Caja de Ronda) y Adolfo Fernández (Caja Huelva) fueron las principales incorporaciones al plantel de Abilio, que contaba también con pujantes promesas locales como el pívot Luis Luque, el alero Alberto Monje y el base Pablo Orozco.
La elección de la pareja americana resultaba de extraordinaria importancia y complejidad. Los elegidos fueron Jerry Adams y Lawrence Brooks. Adams, nacido en Los Ángeles y con el perfil del típico trotamundos del basket, llegaba de la liga de Portugal. Honrado, trabajador y poco amigo del divismo, no tardó demasiado en adaptarse. En Brooks se intentó encontrar una réplica de Morrow. Era un pívot no demasiado alto (2,02), pero muy fuerte y con buenos porcentajes. Procedía de la liga de Perú y disputó casi toda la pretemporada con el Cajasur mostrando una buena imagen. Pero entonces sucedió algo.
Impacto súbito. En uno de los bolos veraniegos iba a gestarse una operación que zarandearía los cimientos del baloncesto cordobés. En un partido amistoso en el Polideportivo, el equipo cordobés se enfrentaba al Larios All Star. Aquella noche, todos los espectadores (y no sólo ellos) fijaron sus ojos en un alero altísimo, de movimientos felinos, obsesionado con coger el balón y encestar. Lo hacía desde todas las posiciones. Nadie podía frenarle. Se llamaba Derrick Gervin.
El Cajasur le ofreció un contrato y Gervin sustituyó a Lawrence Brooks cuando apenas quedaba una semana para que comenzase el campeonato de Liga en Primera B. El alero de Detroit sólo había jugado una vez con sus nuevos compañeros antes de la competición. Fue en Sevilla y debutó con una impresionante marca de 48 puntos. Aquello no era nada comparado con lo que iba a llegar. Era la hora de The King.
Gervin desató la locura en el Polideportivo de la Juventud, que se abarrotaba cada día de partido para ver jugar a este alero de 2,06 que resplandecía sobre el resto. Era un tirador compulsivo, una verdadera máquina de hacer puntos al que sólo le obsesionaba perfeccionar su principal cualidad y acumular sobresalientes estadísticas que le permitieran cumplir su sueño: llegar a la NBA como su hermano George Iceman Gervin, estrella de San Antonio Spurs.
Su temporada en el Cajasur no tiene parangón. Anotó la increíble cifra de 1.771 puntos en 38 partidos, con un promedio de 46,5 . En tres ocasiones superó los 60 puntos y los 64 conseguidos ante el Lliria el 23 de enero de 1988 suponen un imbatible récord para el club. Fue el máximo encestador de la Primera B, por delante de Ray Smith (1.498) y Mike Schlegel (1.375). A pesar de estas apabullantes estadísticas, el Cajasur terminó descendiendo.
“Pasé un año estupendo en España. Es un país maravilloso y Córdoba me pareció una ciudad muy bonita. Todos me trataron muy bien. Ya sé que no fui tan bueno como mi hermano, pero disfruté mucho jugando en muchos lugares del mundo. De mi temporada en Córdoba tengo que agradecer a mis compañeros que jugasen mucho para mí, pasándome el balón y haciendo muchos bloqueos”, relató a ACB.com desde San Antonio en un reportaje sobre el impacto de su hermano George en el TDK Manresa. Derrick nunca volvió a España.
Del Cajasur a la NBA, una carrera singular con saltos de continente. La temporada de Derrick Gervin en el Cajasur llamó la atención en todo el país. Pudo haber encontrado acomodo en clubes españoles y pasaron por sus manos algunas ofertas, pero no les hizo ningún caso. Quería jugar en la NBA. Apenas catorce meses después, tras dejarse ver en los campus de entrenamiento y ligas comerciales, cumplió su desafío. Los Nets le incluyeron en su roster con un salario de 155.000 dólares. De las goteras del Polimecano al Continental Arena de New Jersey. Luego se convirtió en un trotamundos de lujo, jugando en Italia (Kappa Torino), Turquía (Galatasaray), Argentina e Israel, donde se estableció ya en su madurez como jugador, pasada la treintena, actuando en las filas del Givah Happoel y el Maccabi Qiryat, logrando el MVP. También pasó por Santa Bárbara, La Crosse, Fort Wayne y Ocklahoma, de CBA y EBA, y el Manila Purefoods, en Filipinas. Se retiró en los Detroit Dogs, de la ABA.
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