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Cuando Rafael Berges Marín (Córdoba, 1971) debutó como entrenador en la casa blanquiverde -le encomendaron el equipo de División de Honor Juvenil; antes había pasado por el Don Bosco-, Paco Jémez acababa de fichar por el Rayo Vallecano para cumplimentar su último episodio como jugador en categoría profesional: llegaba desde el Zaragoza, en Primera, para reforzar en el mercado invernal a los de Vallecas, que terminaron desplomándose hacia la Segunda B. Era enero del curso 2003-04. El Córdoba se salvó en el último partido, como solía hacer. Berges lo vio desde la grada, después de verse forzado a poner fin a su trayectoria como futbolista de manera prematura año y medio antes.
Las lesiones le rompieron antes de los treinta y aunque intentó, en un alarde de coraje, renacer en las filas del Córdoba, su última aventura de corto concluyó de un modo amargo. "Sé que el entrenador y el cuerpo técnico contaban conmigo, pero el dueño del club opina diferente", explicó cariacontecido el día que cruzó, para no volver atrás, la frontera entre el rectángulo verde y el banquillo. El dueño entonces era Rafael Gómez Sánchez, empresario con carisma y gancho popular dispuesto a gastar dinero a mansalva para llevar al Córdoba a Primera. El club siguió el camino contrario, por desgracia.
Berges cerró un ciclo antes de tiempo. Y como si de algún modo intuyera que el lado más cruel del fútbol iba a cercenar los planes de un apacible declive, vivió deprisa y consumió etapas a ritmo de vértigo. No le faltó nada por hacer.
Le descubrió para el Córdoba, como a tantos otros chavales chavales en los 80 -Paco entre ellos-, el legendario cazatalentos Abelardo Sánchez. Berges jugaba en el Figueroa y se enfundó la blanquiverde con la ingenua felicidad de los que empiezan. En aquellos tiempos lejanos, los niños querían ir al Córdoba. Era el destino natural de los mejores. Modelado desde los banquillos por héroes de leyenda como Jaén, Salas, Juanín, Verdugo o Crispi, su proyección fue imparable. Antes de los 20 años ya había jugado dos campañas completas en Segunda B con el Córdoba y el Tenerife, recién ascendido a Primera, le llamó en verano del 91. En la isla vivió episodios célebres en la historia de la Liga, como los dos títulos perdidos por el Real Madrid en la última jornada de los campeonatos 91-92 y 92-93. En el primero, Valdano le sacó del campo en el minuto 64 para incluir a Pier, que marcó el 3-2 que ajustició a los de Leo Beenhakker. Al año siguiente, con Benito Floro en el banquillo blanco, Berges disputó sus últimos 90 minutos completos con los chicharreros. El Celta, una de las potencias de la máxima categoría entonces, le echó el guante para fortalecer su proyecto.
En Vigo formó parte de una generación para el recuerdo, seguramente el mejor Celta de siempre. Allí alcanzó la gloria siendo pieza clave en formaciones míticas guiadas desde el banquillo por Jabo Irureta y Víctor Fernández. Nadie olvida en el celtismo aquella victoria en Anfield ante el Liverpool, la goleada al Benfica, la exhibición en el Villa Park... El Celta practicaba un fútbol que encandilaba a todo el continente. Karpin, Mostovoi, Mazinho, Makelele, Lubo Penev, Dutruel... y Rafa Berges. Estuvo ocho temporadas de celeste y dejó una huella imborrable. Luego llegó el calvario tras una lesión ante el Betis, en el Memorial Quinocho, que desembocó en una agria salida del club gallego y su retorno a Córdoba como hijo pródigo. Rafael Gómez le presentó como a una figura mundial y le despidió como si fuera un don nadie.
Después, los banquillos. El Don Bosco, las divisiones inferiores del Córdoba -juvenil, cadete, filial de Tercera...-, el paso por el Almería B -donde conoció a Unai Emery, que empezaba entonces en el primer equipo-, las amargas experiencias del Lucena y el Linares -donde no había dinero ni vergüenza-, el reconfortante éxito en Tercera con el clásico Pozoblanco... y el regreso a casa para sacar del atolladero al filial, que se habia enquistado con el italiano Pierini y no encontraba el modo de relanzar su trayectoria. Berges dio con la tecla y el equipo nodriza blanquiverde mantuvo su plaza en la categoría.
A los 41 años aterriza en su primer banquillo profesional después de describir un camino complejo. Hasta llegar a donde está ahora, Berges se ha visto forzado a cruzar un campo de minas futbolístico. Le ha pasado de todo. No le espera un reto sencillo entre los muros de El Arcángel, donde a partir de ya tratará de reeditar la fórmula que patentó su antecesor en el campo. Eso sí, con su sello propio. A Berges no le pagan por ser simpático, sino por su eficacia. Ahora lleva el timón.
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