El día que siempre soñaron
Más de 5.000 cordobesistas dan color y calor al Bernabéu, durante una jornada festiva por la capital a la que sólo faltó el resultado. El himno en el 54' y los cánticos al final, de locura.
"Pellízcame que no me lo creo", "tírame una foto que dé fe de que esto es verdad" o "disfrutad, porque ya hemos sufrido bastante en los años que llevamos siguiendo al equipo". Estas fueron muchas de las frases que se oyeron durante el día de ayer por innumerables rincones de la capital. Porque Madrid fue por unas horas blanca y verde. El cordobesismo en masa no quiso perderse el reencuentro de los suyos con la Primera División. Y lo hizo como sólo esta afición sabe hacerlo: dejándose notar, con cánticos y algarabía, siempre dentro del buen rollo, que hicieron que la jornada fuera una fiesta por todo lo alto. Lástima del resultado, aunque a decir verdad pocos de los más de 5.000 cordobesistas que dieron color y calor al Santiago Bernabéu confiaban en dar la campanada en el feudo del campeón de Europa. Sólo con ver competir a los suyos en buena lid ante uno de los equipos que tantas y tantas veces sólo han podido seguir por televisión ya estaban más que satisfechos. Porque, sí, el CCF está en la élite y duelos como el de ayer en Concha Espina serán los que salpiquen los próximos diez meses del calendario futbolero blanquiverde. Disfruten, que lo tienen merecido.
Madrid es una ciudad tradicionalmente fría con su primer equipo de fútbol. La hinchada merengue no suele ser bullanguera ni mucho menos. Acude a Concha Espina como el que va al teatro, confiada en que como ha sido tradición durante los más de cien años de historia que lo acompañan, una genialidad de una de sus estrellas resuelva el partido. Ver animar a un sector diferente al fondo sur, ahora desde la nueva ubicación que la junta directiva de Florentino Pérez ha dado a los Ultra Sur, se antoja casi como una misión imposible. El resto del graderío suele ser pasivo, más crítico que otra cosa con los suyos. Quizás porque cuando uno está acostumbrado a la excelencia, ya pasa del chopped y sólo quiere degustar el mejor jamón de Los Pedroches. Y eso, sólo algunos pueden hacerlo día sí y día también, porque la crisis ha puesto a todos un poquito más parejos, gracias a Dios.
El cordobesismo, por su parte, ha sufrido lo que no está en los escritos hasta poder verse de nuevo entre los mejores. Por eso está dispuesto a saborear como si fuera el último bocado que tendría ante sí en su vida, todo lo que se le venga encima. Y si a eso se le añade que el primer plato, ese que pillas con el estómago vacío y la hiel a punto de estallar, es una supreme como el Real Madrid y en su coliseo de la Castellana, pues apaga y vámonos. Había que disfrutar cada instante, cada momento, porque esas son imágenes que perdurarán en la retina y se irán guardadas con cada cual a la tumba. El que se lo perdiera… allá él.
Por eso todo el que siente un poco los colores blanco y verde hizo un esfuerzo, grande o pequeño, según cada cual, para estar en Madrid. Unos llegaron a la capital durante el fin de semana tirando del alojamiento de familiares o amigos, otros se pegaron el madrugón para coger uno de los más de 60 autocares que salieron bien temprano de la ciudad con destino a la capital y otros, los que tuvieron que cumplir con las labores, no tuvieron más remedio que tirar de chequera y coger el AVE o engullirse los más de 400 kilómetros en carretera. Pero cualquier esfuerzo vale la pena para vivir una jornada así.
Desde el mediodía, los colores del Córdoba inundaron las calles más populares de la capital. El centro neurálgico, de Sol a la Plaza Mayor, Gran Vía o los alrededores del Bernabéu, se tiñeron de blanquiverde. Espectacular fue el ambiente ya desde dos horas antes del inicio del encuentro en los alrededores de Concha Espina, algo que se convirtió en una explosión de júbilo sobre el graderío del fondo norte cuando el equipo llegó poco después de las 18:15. Luego, ese calor siguió unos minutos por las calles aledañas para desafiar el calor hasta que se transformó en un chute de adrenalina para los futbolistas cuando ya la afición tomó asiento.
La mayoría, como cabía esperar, copó las gradas de la esquina del fondo norte con tribuna, unos once sectores, a los que sumar los muchos cordobesistas que se ubicaron en otras zonas de Bernabéu. En total, más de 5.000 aficionados que se dejaron la garganta desde el pitido inicial apoyando a los suyos, gente que lo dio todo para que se escuchara el himno en el arranque, apagado por los vítores locales, pero que hizo que a más de uno se le pusiera un nudo en la garganta cuando tronó en el minuto 54. Y así hasta el final, incluso ya tras el pitido y con la gente abandonando el estadio, porque en una batalla tan desigual, lo importante era dejar muestras de que el Córdoba vuelve a estar entre los grandes. Y ojalá sea por mucho tiempo. Mientras tanto, a disfrutar, que ya tocaba.
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