La guerra de divisas y su repercusión en Europa

Análisis

Conteo de yuanes en un banco
Joaquín Aurioles

10 de agosto 2019 - 08:12

EL desembarco de la actual administración norteamericana torpedeando las iniciativas para la creación de zonas de libre comercio en diferentes partes del planeta y otras formas de acuerdos de libre comercio era el anticipo de una escalada, aparentemente planeada, con importantes consecuencias económicas. El endurecimiento de los aranceles a las importaciones chinas y el establecimiento de sanciones contra compañías tecnológicas de este país, así como las lógicas represalias, han terminado por traducirse en un aumento considerable de la inestabilidad económica global. Por otra parte, la reforma fiscal promovida con explícitos objetivos de ganar competitividad para las empresas norteamericanas, con el consiguiente coste social en materia de justicia redistributiva, ha promovido un escenario de competencia fiscal entre países que, en el caso de Europa, adquiere tintes preocupantes, debido a la descarada pretensión de las empresas multinacionales de tributar por los beneficios, no donde se consiguen, sino donde reciben un mejor tratamiento fiscal.

Instalados en la estrategia de reforzar la posición hegemónica de los Estados Unidos en la escena política y económica internacional, el recurso a las sanciones económicas ha terminado por imponerse, hasta el momento, a la presión de los halcones partidarios de la intervención militar directa. En unos casos, los efectos han sido inmediatos, como en el de México y otros países centroamericanos, obligados a aceptar las imposiciones de la política migratoria de Trump, pero en el de otros menos dóciles, como Irán, la amenaza de inestabilidad es evidente por sus efectos sobre el mercado del petróleo.

Lamentablemente, los países que más están acusando las consecuencias de la inestabilidad son, según el Fondo Monetario Internacional, los emergentes y en desarrollo, mientras que los avanzados parecen capear el temporal con cierta comodidad. Al menos hasta el momento, porque las previsiones, en el caso europeo, están cargadas de incertidumbre por el miedo a que el conflicto entre chinos y norteamericanos se traslade definitivamente al terreno de las divisas.

La respuesta inicial de China a la provocación norteamericana fue subir sus aranceles a las importaciones de este país, pero el abultado volumen de reservas que mantiene su Banco Central (3,1 billones de dólares) hacía previsible que tarde o temprano el conflicto se trasladase al terreno de las divisas. China ha decidido devaluar su moneda y situarla por encima de los 7 yuanes por dólar, que era el nivel de mediados de 2008. Europa sale perjudicada de este primer asalto porque el euro se ha apreciado un 7% frente al yuan en lo que va de agosto, pero todo puede ser peor si, como es previsible, Estados Unidos acude al siguiente asalto con una bajada de tipos de interés. La depreciación del dólar perseguiría recuperar el equilibrio cambiario con el yuan, pero entre ambos dejarían al euro noqueado y al conjunto de la Eurozona, cuyo principal argumento para abandonar la crisis ha sido el espectacular aumento de las exportaciones y el superávit comercial conseguido entre 2013 y 2017, pero que desapareció en 2018, con el comienzo de la guerra comercial entre China y Estados Unidos.

Hasta ahora, el problema de la economía europea era su alarmante estado de debilidad, especialmente en los casos de Alemania, el motor económico de la Unión desde durante los últimos años, e Italia. Sin embargo, en el último barómetro del Fondo Monetario Internacional, las previsiones de crecimiento se mantienen e incluso mejoran muy ligeramente para 2020, aunque dejando en el aire la incógnita de cuánto conseguirá resistir en una guerra de divisas prolongada entre las dos superpotencias.

El escenario es complejo, porque los tipos de interés tienen recorrido en Estados Unidos, debido a las subidas de los últimos años, y en China disponen de suficientes reservas de divisas como para aguantar una temporada, aunque siempre bajo la amenaza de que una depreciación excesiva del yuan pudiera provocar una fuga de capitales extranjeros. En Europa el margen de maniobra es mucho más reducido, debido a que los tipos ya están en cero y sólo pueden aspirar a ponerse en negativo, con el agravante de que la reaparición de las expectativas de deflación convierte a la política monetaria en el recurso más apropiado para afrontar los próximos embates de la guerra de divisas.

Pero si en Europa solo cabe hablar, por el momento, de desaceleración, en el caso de España parece haber todavía menos razones para el pesimismo. El FMI acaba de revisar al alza su previsión de crecimiento para 2019 (2 décimas, hasta 2,3%) y mantiene la de 2010 (1,9%), en ambos casos bastante por encima de las perspectivas para el conjunto de la Unión. Todo parece indicar, sin embargo, que, entre las incertidumbres cambiarias en el exterior y la ausencia de perspectivas derivada de la inactividad política en el interior, en la economía española comienza a percibirse señales de que será difícil permanecer ajenos a las tensiones que se viven más allá de nuestras fronteras. La caída en la tasa de crecimiento (0,5% en el segundo trimestre) y el debilitamiento en el ritmo de creación de empleo observado en la EPA y corroborado por los datos de paro registrado en las oficinas de empleo, deberían llevarnos a preocuparnos por los efectos colaterales de la guerra de divisas entre China y Estados Unidos, incluso a pesar de que el principal baluarte para la recuperación de la economía, los estímulos monetarios de Banco Central Europeo, continuarán todavía durante algún tiempo.

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