Tribuna Económica
Gumersindo Ruiz
La casita de Jesús
Lisboa/"Ya está bien". Con esas palabras, que destilan hartazgo, resume Bruno, de 28 años y tres ya sin empleo, un sentimiento fácil de detectar en un creciente número de portugueses, asfixiados por políticas de austeridad que por ahora no les ayudan a vislumbrar el fin de la crisis. Se cumplen ahora dos años desde que Portugal solicitara su rescate financiero, pero los ajustes aplicados en el país a cambio de la ayuda internacional -supuesta condición imprescindible para un futuro mejor- no han hecho de momento sino agravar la situación a ojos de muchos ciudadanos.
"Yo antes subsistía con dificultad, pero subsistía. Ahora apenas consigo sobrevivir", admite Bruno. Desde 2002, cuando entró en el mercado laboral, encadenó trabajos temporales y se vio obligado a emigrar, pero ahora se ve incapaz de encontrar un empleo.
Su caso ilustra cómo Portugal se rezagó en los años de crecimiento económico de la década anterior, con un 6,5%, muy inferior al de la vecina España (22%) o a los también rescatados Grecia (28%) e Irlanda (29%), de acuerdo con un estudio del Fondo Monetario Internacional (FMI). En ese contexto, la clase media lusa mejoró menos que las de otros países europeos y los tres últimos años de crisis han agravado su fragilidad.
"Estuve trabajando en hoteles, repartiendo pizzas, de peón en la construcción...", recuerda Bruno, que habla inglés e hizo un ciclo de formación en electromecánica y un curso de vigilante privado. La precariedad laboral no le permitió nunca independizarse y aún vive en casa de sus padres con una hija de cuatro años. La crisis le ha obligado a sacar a la niña de la guardería, por no poder pagar los 36 euros mensuales. "Esta situación me frustra, como trabajador, como persona y como padre", admite apesadumbrado. Con los recortes presupuestarios ya no recibe ni puede aspirar a subsidio alguno y la familia sale adelante con 400 euros de pensión de la madre y poco más de 200 del padre, de baja médica por una grave enfermedad. "Ya hemos eliminado todos los gastos excepto la casa -300 euros mensuales- y la alimentación. Estamos en el límite de tener que pedir ayuda incluso para comer", asegura.
El fantasma del hambre ha vuelto a aparecer en algunas zonas de Portugal, como han reconocido varias instituciones sociales, y son decenas las escuelas repartidas por el país que abren los festivos el servicio de comedor para garantizar una comida diaria a los niños.
Historias como la de Bruno han obligado a muchos portugueses a volver a hacer las maletas y emigrar. Según el Gobierno, más de 200.000 personas salieron del país -de 10,5 millones de habitantes- sólo entre 2011 y 2012 y el número va en aumento. En los dos años del rescate, el desempleo ha subido del 11 al 17 por ciento y la economía ha caído casi un 5%, mientras el Ejecutivo conservador ejecutaba a rajatabla las sucesivas medidas de austeridad recetadas por la Unión Europea (UE) y el FMI. Esta semana se conocía que el número de parejas contabilizadas en las estadísticas en las que ambos miembros están en el paro se ha triplicado en los dos últimos años: de 4.000 a más de 13.000.
"No alcanza", cuenta Inácio Reis, de 62 años, mientras mueve la cabeza y aguarda rodeado de vetustos muebles la entrada de algún cliente en su tienda de antigüedades y restauración. Tras 43 años asegura que nunca ha vendido tan poco y ya piensa en cerrar el negocio, como han hecho decenas de miles de comerciantes y empresarios desde 2011. "Si esto sigue así, no podré continuar", reconoce resignado en el interior de su pequeño comercio, en pleno centro de Lisboa, a escasos metros del imponente edificio del Parlamento luso donde desembocan las ahora frecuentes manifestaciones que recorren la capital. Pese a la diferencia de edad y circunstancias, Bruno e Inácio muestran la misma desafección política, en alza en las encuestas, que caracteriza al Portugal de la crisis: es uno de los países que menos cree ya en sus políticos.
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