Cero grados de emocionalidad
Pedro Sánchez aguantó 12 tensas horas de disputa sin dar muestras de cansancio y, a pesar del consejo de sus leales vascos, sólo cedió cuando prosperó la moción de censura.
"¿Y qué hace Pedro?" Cuando los críticos entraron a primera hora de la mañana en la sede de la calle Ferraz, ya sabían que tenían la mayoría. Constituido el comité, el PSOE podía haber pasado directamente a votar la propuesta de Pedro Sánchez sobre su congreso exprés, y los socialistas se habrían ahorrado las 12 horas con las que abochornaron al país. Para ello es necesario comprender la personalidad de Pedro Sánchez, un tipo empecinado a fuerza de contar con una tenacidad de cinco grados de dureza y una emocionalidad de -273 grados Kelvin, el cero absoluto.
"¿Y qué hace Pedro?" Cubrir informativamente el comité del sábado fue interesante, pero también un suplicio. La sala de prensa de Ferraz no se llegó a abrir, de tal modo que los periodistas nos comunicábamos por Whatsapp con algunos de los del interior y con quienes salían a comer algo, pero para ello era necesario esquivar a la caterva de frikis y exaltados que habían tomado la calle. Me comunicaba, a partes iguales, con un susanista y con un pedrista: si alguno negaba de modo rotundo el hecho, era falso; si uno lo matizaba y el otro lo agrandaba, era cierto, pero en su justa medida.
Pero había algo que de interesaba más allá de la diatriba estatutaria. ¿Qué hace Pedro? A las seis de la tarde los ánimos se habían caldeado bastante dentro del comité. Susana Díaz, casi llorando, muy emocionada, había llamado a la calma. Quería que se pasase ya a votar. Cuando Verónica Pérez, "la máxima autoridad", estaba explicando qué puñetas se iba a votar, Pedro Sánchez se levantó cual sonámbulo de su silla. Los críticos creían que la dirección abandonaba, pero, no; Pedro Sánchez se dispuso a ir a votar en una urna que estaba oculta detrás de una mampara. ¿Pero qué es esto? Pucherazo. Abucheos. Imprecaciones. Fue el momento más tenso, Pedro se volvió y se sentó.
Fue en esos momentos cuando el número dos de Susana Díaz, Juan Cornejo, más protestó, con voz y manos, pero ni hubo intento de agresión ni nada similar. Sin embargo, dos medios de comunicación dieron ese rumor por válido, y los pedristas de la calle lo aprovecharon. "Cuando los golpistas pierden, agreden. Cornejo ha intentado agredir a Sánchez". Hasta unos pedristas, del bando moderado, tuvieron que llamar la atención a sus compañeros.
Dentro, según algunos miembros del comité, se pasó mal, muy mal. ¿Y qué hacía Pedro? Nada, se levantaba, caminaba, daba vueltas, participaba en algunos corrillos, pero ni sudaba ni se exaltaba; todo un señor con la emocionalidad externa de una ameba. Sin embargo, poco después de las cuatro de la tarde había mostrado alguna debilidad al ofrecer a los dimitidos que volviesen a la Ejecutiva. Pero, en eso, los críticos fueron implacable, no iban a aceptar ni un congreso exprés, sólo cuando hubiese Gobierno, ni el mantenimiento de Sánchez, por muy provisional que fuese.
Hubo partidarios de Pedro que ya por la tarde querían negociar porque habían asumido que de allí no saldría nada bueno, y que el espectáculo que daban era lamentable. Patxi López fue uno de ellos, y su hombre de confianza, Rodolfo Ares, se reunió con los secretarios de las comunidades leales a Sánchez. Ares es un negociador sólido, un hombre de Estado, ex consejero de Interior del Gobierno vasco, colaborador de Rubalcaba en el ministerio homónimo; en fin, un tipo que se las ha visto con ETA. Aunque él y Verónica Pérez estuvieron discutiendo todo el comité, todo, porque eran miembros de la mesa, y en más de una vez se quitaron el micrófono el uno al otro, algunos integrantes explican que el trato fue elegante, "lo hicieron bien", se entendían en la absoluta discrepancia. Otro pedrista, Alfonso Gómez de Celis, casi el único andaluz del sector cercano a la dirección, había propuesto una salida a lo Almunia: dimisión de Pedro Sánchez, y pacto para formar a gestora y para la fecha del congreso. Los críticos siempre pelearon por un congreso sin fecha para después de que hubiese Gobierno en España.
Después del alboroto de las 18:30, los críticos reunieron en pocos minutos las 129 firmas para la moción de censura contra Sánchez. Era el jaque mate, pero se especulaba con que la mesa no lo aceptase, en fin, el desastre mayúsculo. Fue, entonces, y sólo entonces, cuando el líder solicitó media hora de receso, habló con los suyos y propuso que se votase su propuesta de congreso. Doce horas después. La perdió por 132 votos contra 107. Y dimitió, debería haberlo hecho el miércoles, pero resistió como Constantinopla.
Ya después, con una sala de prensa abierta, al fin, intervino, serio, pero impertérrito, casi con una sonrisa que escondía tras otro pensamiento: Volveré. Y es posible que hasta lo volvamos a ver en unas primarias.
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