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La opinión del presidente de Metroscopia
Reactiva, expectante, un punto volátil y desazonada: son algunos de los adjetivos que, según los datos del sondeo de Metroscopia para este diario, cabría aplicar a la ciudadanía española en este comienzo del curso político.
Para empezar, los españoles están cansados de lidiar con una crisis económica cuyo final todavía no perciben: el 80% cree que este aún está lejos. De forma prácticamente unánime, consideran grave el nivel de paro existente y el grado de desigualdad social generado. Además, y de forma ampliamente mayoritaria, consideran que el empobrecimiento causado a nuestra sociedad tardará mucho en remediarse. Y siguen siendo más quienes perciben que en estos últimos días alguien de su entorno ha quedado sin trabajo que quienes declaran, en cambio, que alguien lo ha encontrado.
Los españoles se muestran cansados también de la pertinaz incapacidad de su clase política para cumplir con lo que entienden que es su función: buscar solución a los problemas del país mediante los pactos, mutuas concesiones y acuerdos que sean necesarios. La sensación generalizada (la expresan dos de cada tres ciudadanos) es que sus representantes priman sus conveniencias partidistas sobre el interés general. En proporción —llamativamente estable— de dos a uno, los españoles llevan ya largo tiempo declarando su preferencia por un sistema multipatidista como el actual (aunque conlleve una mayor dificultad que el anterior bipartidismo para tomar decisiones y formar gobiernos). También han dejado claro que el hecho de que, en unanegociación política, las distintas partes cedan en sus pretensiones para hacer posible un acuerdo no equivale a traición ideológica sino a sentido de la responsabilidad pública. Pero esta vida política plural y pactista que nuestra sociedad anhela no acaba de cuajar; y de ahí, sin duda, el generalizado descrédito social de nuestros actores públicos.
También existe un extenso, e intenso, cansancio ciudadano en relación con la cuestión catalana. Los españoles perciben que el procés, ya en su séptimo año, ha entrado en bucle: no mengua, pero tampoco crece; hasta ahora solo parece haber conseguido partir a Cataluña en dos (lo cree el 85%) y empeorar, en vez de mejorar, la percepción en torno a la situación social catalana (lo afirma el 70%). Aun cuando los españoles están lejos de quitar toda culpa por el actual estado de cosas al anterior gobierno español, se muestran especialmente severos con los líderes independentistas: el 52% cree que incurrieron en un delito de rebelión y un 29% adicional piensa que cometieron un delito, aunque no de tanta gravedad; sólo el 14% considera que no cometieron delito alguno.
Ahora bien, este generalizado fastidio con la actual escena política no genera en nuestra ciudadanía desapego o desentendimiento respecto de la misma, sino, por el contrario, un apreciable grado de expectación y reactividad ante cualquier cosa que ocurra y que parezca susceptible de romper su actual atonía. En cada electorado, existe ahora una fracción de votantes que se muestra desasosegada y que no acaba de fijar de forma clara su opción de voto en unas hipotéticas nuevas elecciones.
El mapa de alineamientos ideológicos presenta así en este final de septiembre un perfil algo más brumoso y volátil de lo usual. Que es lo que suele ocurrir cuando se vive —o se cree vivir— en un momento político de interinidad y/o de transición.
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