De París al agujero negro
Zapatero inició la legislatura con la promesa de lograr el pleno empleo y superar a Francia en renta per cápita y termina sepultado por cinco millones de parados, una cifra sin parangón en el resto de la UE
Hubo un tiempo en que sólo la fantasía del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, marcaba los límites de España, admirada en el mundo y temida en la Gran Europa francoalemana como nueva potencia sin freno. Eran los meses de la púrpura y los retos: superada Italia en el ranking de la riqueza, a tiro de piedra quedaba Francia, otrora vecino invencible e imán de nuestra emigración.
Cuando el meteorito de la crisis desatada un verano antes en EEUU impactó en España (2008), el mercado laboral aún parecía robusto: 20.346.300 ocupados, 2,5 millones de desempleados y una tasa de paro del 10,74% [ver gráfico adjunto]. El Ejecutivo socialista arrancaba el motor de su segunda legislatura con una promesa ambiciosa: el pleno empleo. La construcción era un nicho bestial, infinito, que además alimentaba a una infinita industria auxiliar. Pero la luz de las cifras se apagó poco a poco, mes a mes y año a año. Hasta ahora. Hasta los cinco millones de parados de la Encuesta de Población Activa (EPA) del tercer trimestre. Hasta una tasa de paro del 21,52%. Hasta dos millones menos de ocupados que hace cuatro años. O hasta un millón más de desempleados de larga duración; 700.000 hogares extra con todos sus miembros sin trabajo y serias dificultades de inserción (o reciclaje) para colectivos vulnerables como los jóvenes o los más veteranos.
En primavera de 2010, vencido por las circunstancias y presionado por los mercados, la UE y Merkel, Zapatero entendió que debía sacrificar uno de sus logros más destacados (según su propio criterio): la paz social, el idilio vivido hasta entonces con los sindicatos y, especialmente, con el secretario general de UGT, Cándido Méndez, al que las malas lenguas consideraban el verdadero capo de La Moncloa. En junio, el Consejo de Ministros aprobó vía decreto una reforma laboral considerada ridícula por la CEOE. Aquello le costó al Gobierno una huelga general (29-S) y muy magros resultados: el paro no dejó de crecer ni concedió sino pequeños espejismos vinculados al efecto calendario.
Zapatero sí se amoldó más a Bruselas en el asunto de las pensiones. Fracasó, sin embargo, en la reforma de la negociación colectiva, que los agentes sociales quisieron gestionar en solitario sin ponerse nunca de acuerdo. Al final, monólogo gubernamental con retoques mínimos y ambigüedad calculada.
El discurrir de esta legislatura ha reforzado los planteamientos de la patronal, avalada indirectamente por una UE que comparte algunas de sus recetas y por un futurible al mando, Mariano Rajoy, cuya acción nace ya condicionada por el obsesivo El Dorado de la austeridad y por un programa marcadamente oscuro.
¿Qué esperan los analistas del próximo ministro de Trabajo? Menos tipos de contratos, indemnizaciones más bajas por despido, un replanteamiento de las políticas activas, más autonomía para el empresario en el marco de una verdadera reforma de la negociación colectiva, mayor flexibilidad (al estilo de Alemania), estrategias específicas para las pymes y para la población más castigada por la crisis, etcétera.
Las perspectivas son sombrías: tanto la Comisión Europea como la OCDE pasando por el FMI o el propio y saliente Gobierno asumen que 2012 será otro mal año para el empleo. Todavía no se ha coronado la cima del drama laboral. Habrá un Efecto Psicológico Rajoy, pero persistirá la gran verdad de que ninguna política pública es suficiente por sí sola para crear puestos de trabajo.
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