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Cientos de perfiles y sesudos análisis precocinados, tratando de explicar la debacle de Pedro Sánchez, terminaron en la trituradora mucho antes de que finalizara el recuento. La última y decisiva semana entró en juego el miedo a Vox, y el PSOE supo capitalizar el voto útil, frente a un PP sobrado y dormido en los laureles tras los sondeos. Descansen en paz las encuestas. Alberto Núñez Feijóo, incomprensiblemente, cedió la iniciativa a los socialistas y hasta se permitió el lujo de no acudir al debate a cuatro. Ni un solo asesor o espolique le animó a hacer su trabajo.
El líder del PP, sin despeinarse, decidió no dar la cara y desperdició la ocasión ideal que le habría permitido que los ciudadanos le vieran bien distanciado de la ultraderecha. Este regalo no lo desaprovechó Sánchez en su papel de víctima para denunciar la soberbia de su adversario. Al contrario de Juanma Moreno, que supo sacar partido a los debates para convencer al electorado de que no pactaría con Vox en Andalucía, sin entrar en descalificaciones, Feijóo dejó escapar su mejor oportunidad, dando a entender que ya lo tenía todo hecho, algo que se suele pagar en las urnas muy caro.
Como recalcó Sánchez a Santiago Abascal durante el debate, el presidente del PP quedó en evidencia con su ausencia, porque dejó entrever que se avergonzaba de su aliado más natural a la vez que pactaba con la ultraderecha allá donde la necesitaba ‑y tras haber jurado en arameo que no lo haría- para aferrarse al poder. El carajal que organizaron los populares con Vox fue tan monumental, que entraron en pánico haciendo una cosa en Valencia, la contraria en Murcia y otra bien distinta en Extremadura. Sólo gracias a sus notables errores de bulto, los socialistas empezaron a creer en la remontada por momentos. Si hay algo tan letal como pactar y claudicar ante los independentistas es llegar a acuerdos con Vox y proclamar que no lo soportas. Si a esto unimos que el presidente andaluz es mucho más transversal que el dirigente gallego, así como la desastrosa gestión de los acuerdos en ayuntamientos y autonomías, poco más había que hacer para animar a los electores más indecisos. Conste que también el partido de Abascal lo puso todo de su parte espantando al personal, tratando de marcar su territorio con iniciativas de lo más caprichosas y prescindibles. Seguro que Sánchez pensó en todo ello cuando adelantó los comicios.
A Feijóo ya solo le cabe esperar un milagro tras haber acariciado su sueño durante el cara a cara en el que se mostró más confiable que Sánchez. Fueron tan desmesurados los halagos posteriores que se relajó en exceso. Hoy es más probable que el PSOE logre la investidura con Sumar y el apoyo de los separatistas, a que Vox decida apoyar a los populares sin entrar en el gobierno para facilitar el improbable respaldo de otras fuerzas como el PNV. Tampoco cabe descartar, ni mucho menos, la repetición de elecciones, si no se llega al acuerdo entre los socialistas y los independentistas.
La espera será terrible en cualquier caso para los populares. Ni la derrota de Arenas en 2012 supo peor al PP. Si la victoria más amarga ya es dura, más doloroso resulta perder ante un rival tan debilitado. Ni Felipe ni Zapatero juntos, en su peor momento, causaron tanto rechazo como Sánchez. Cuantas más ayudas anunció el presidente, más parecía que se alejaba de los electores con su perfil casi robótico y tan frío. Los españoles acudían a las urnas sabiendo que el líder del PSOE anteponía sus intereses a los del común de los mortales e incluso a los de su partido, llegado el caso. Que no le tiembla el pulso al pactar hasta con el diablo, que no siente gran apego por la verdad (porque cambia de opinión cuando se tercia), que le cuesta un mundo conectar con el personal... Durante la campaña hubo días en que parecía que la única duda residía en averiguar si Sánchez pasaría por el purgatorio o si lo enviarían directamente a la hoguera. Pero ni con un clima tan favorable logró Feijóo entusiasmar al personal.
Los populares tuvieron el triunfo al alcance de la mano y sencillamente lo dejaron ir con errores no forzados, aunque también habrá que admitir que Sánchez jugó muy bien sus cartas cuanto decidió convocar sobre la marcha las elecciones la misma noche de su revés del 28-M. Ahora es muy fácil y todas las miradas apuntarán a Feijóo. Muchos de sus incondicionales empezarán a dudar y dirán que le mató el exceso de confianza. Señalarán que tiene sangre de horchata y que carece de carisma. Y sobre todo le criticarán por haber demonizado a Vox hasta tal punto que el voto útil se lo ha llevado Sánchez, en parte, gracias a su colosal falta de reflejos y empuje. Los resultados le dieron un vuelco a las encuestas y le endosaron una cura de humildad a las fuerzas de la derecha, no hay dudas, pero también a una legión de periodistas y opinadores. Incluso los socialistas más veteranos, que creían haberlo visto todo, no daban crédito la noche del domingo. En Andalucía no hicieron ni campaña los más jartibles, porque no daban un duro por su candidato y se equivocaron de plano.
Muchos ex alcaldes socialistas, empezando por Antonio Muñoz, aún hoy se preguntan por qué los mismos votantes que les expulsaron de las alcaldías sin piedad para propinarle un severo voto de castigo al líder del PSOE en las municipales, la noche de las generales decidieron otorgarle una vida extra. A pesar de que las urnas le concedieran la victoria más pírrica al PP de Alberto Núñez Feijóo, la movilización del PSOE, en comparación con el 28-M, fue espectacular en Andalucía, sin ir más lejos. Pese a todos los pronósticos, Sánchez lo ha vuelto a hacer y ha resistido incluso con más de la mitad de su partido en contra. Ganó el PP, pero es él quien tiene más papeletas para gobernar, aunque de nuevo manden los independentistas.
Cuando ERC pactó en su día con el PSOE de Zapatero, un dirigente socialista se acercó al líder independentista Carod Rovira para felicitarle con un apretón de manos: “¡Enhorabuena, Carod, por fin gobernáis con el PSOE!”. Y su respuesta tajante viene al pelo para el momento actual: “Gobierna Zapatero; nosotros mandamos, ¿eh?” Pues eso, los separatistas deciden nuestro futuro, mientras los dos grandes partidos se nieguen a renovar los grandes pactos de Estado que necesita este país como el comer.
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