Las claves
Pilar Cernuda
El aguante del rey Felipe
Dietario de España
El pacto fiscal a múltiples bancas cerrado hace sólo unas semanas entre el PSOE y sus diferentes aliados incluía un acertijo envuelto en un misterio dentro de un enigma, que es como Churchill definió a Rusia en 1939. El acertijo consiste en adivinar cómo resolverá el Gobierno la imposible conciliación entre pactar con Junts la retirada del impuesto a las compañías eléctricas y su compromiso con Podemos para recuperarlo por otras vías. El misterio es intuir cómo reaccionará el socio que resulte despechado y cómo afectará a sus relaciones futuras, es decir, a la estabilidad parlamentaria sustentada en un arco multicolor de claras divergencias sociales, económicas y políticas entre los divergentes. Un enigma, además de algo difícilmente interpretable o comprensible, es el nombre de la máquina de rotores que utilizaban los alemanes en la Segunda Guerra Mundial para descifrar los mensajes del enemigo. Ignoramos si Moncloa tiene un ingenio parecido que le permita entender con claridad los mensajes de Junts.
Porque el mensaje de Puigdemont está encriptado: con la moción de confianza enfrenta a Pedro Sánchez a la posibilidad de aceptarla o no. Si lo hace y la pierde –que es posible con los votos de PP, Vox y Junts– quedará descartada la posibilidad de unas cuentas nuevas para 2025 y se evidenciará su minoría y sus dificultades para seguir, por más que ese trámite parlamentario no tenga carácter vinculante: una cosa es el alcance legal y otro el alcance político del acto. Si Sánchez no acepta someterse a la moción de confianza, como ya ha avanzado, Junts, imprevisible en su previsibilidad, puede romper definitivamente sus acuerdos. El último Barómetro de la Generalitat indica que un 46% de los electores posconvergentes apuestan por defender "la integridad del programa electoral" de Junts aunque signifique forzar unas elecciones anticipadas. Más argumentos para Puigdemont.
En paralelo, Junts ha cerrado un pacto con el PP para eliminar el impuesto sobre la producción eléctrica, que puede mermar en 1.500 millones la recaudación para las arcas públicas. Un movimiento extraño, porque igual le arregla al PSOE el problema del impuesto a las eléctricas sin tener que desgastarse. La legislatura es tan alambicada que Junts juega hasta en cuatro tableros a la vez: el de su alianza parlamentaria con el Ejecutivo, en el del PP –haciendo nuevos amigos a futuro–, en el de Cataluña mirando a ERC de reojo y en el del Tribunal Constitucional.
Quizás los de Puigdemont sólo pretendan ganar tiempo para posponer la decisión de si aprueban o no los presupuestos, pero es un jugada arriesgada también para ellos, y especialmente para el líder fugado, esa brújula moral que acusa al Gobierno de engañarle, que sigue pendiente de que el TC valide la aplicación de la amnistía en su caso. Si el Gobierno cae, la mayoría progresista del TC que ha de decidir puede verse alterada con los votos del PP y Vox. La aplicación de la amnistía entraría en tierra ignota y poco favorable al líder de Junts.
Hay otras demandas de Junts insatisfechas: las políticas de inmigración incluido el control de fronteras –que es imposible–, la gestión de los permisos de trabajo y residencia, los traspasos de las competencias y los fondos para becas o que el catalán sea lengua oficial en las instituciones europeas. "Muevan el culo, hagan el trabajo y paguen lo que deben a los catalanes", dijo esta semana en el Congreso la siempre encantadora Miriam Nogueras, portavoz de Junts, recordando al Gobierno quién aprieta el dogal. La idea de una "deuda" del resto del Estado con Cataluña es curiosa. Y la afirmación de que "España" fríe a impuestos a los catalanes es una patología inextirpable. La mayor carga impositiva que sufre Cataluña es por el uso que hacen sus gobiernos autonómicos de los impuestos cedidos. Obviamente, el resto de la cesta de impuestos es idéntica respecto al resto de territorios. Resulta más fácil pedir que lo resuelva "Madrid" y una financiación singular que analizar las decisiones fiscales de sus ejecutivos y sobre todo la eficacia en la gestión de los impuestos.
En todo caso, estamos llegado al desenlace al que apuntaba la lógica sopera: sorber y soplar al mismo tiempo es imposible. Gobernar cada día con un socio pidiendo que decaigan impuestos y con otro pidiendo que los mantenga o incremente para mantener el escudo social debe ser muy cansado.
En realidad toda la legislatura se está meciendo con la misma cantinela desde el principio: su duración. La resistencia de los materiales del PSOE está acreditada, pero la mayoría parlamentaria que sustenta al Ejecutivo es demasiado compleja y sujeta a intereses tan específicos y dispares que difícilmente aguantará todos los envites.
En el caso de Junts, ténganse en cuenta que ya no es un partido con todos sus perejiles. Más bien es una Sociedad Limitada al servicio de Puigdemont y sus caballeros de la mesa camilla de Waterloo. Sin tener el poder en Cataluña, aunque le fue bien en las municipales, su única parcela de influencia real son los siete diputados en el Congreso, que ya han conseguido una ley de amnistía y una vergonzosa comisión llamada "de la verdad" para investigar en la Cámara Baja si el CNI permitió los atentados de Cambrils y Las Ramblas para dar un escarmiento a los independentistas. Un disparate asociado, un fielato que ha pagado el PSOE por hacer a Armengol presidenta del Congreso. En todo caso, Junts se puede permitir el lujo de la incoherencia: aprobar un pacto fiscal que fue el salvavidas de noviembre para el Ejecutivo y acto seguido pedir una moción de confianza porque "las cosas no marchan bien". A juicio de Puigdemont, el Gobierno no hace lo que se compromete con él en los encuentros bruselenses. Y sobre todo quiere que se note su infinita capacidad de coger al Gobierno por donde más le duele cada cierto tiempo y, a la vez, elaborar un relato con nuevos aditamentos sobre su propia subsistencia política.
En realidad no hace falta una moción de ningún tipo para saber si el Gobierno es o no estable y tiene una mayoría de apoyo. Es más que evidente que anda en la zozobra permanente, aunque si la confianza se demuestra avanzando, pues acaba de volver a avanzar y precisamente con la participación de Junts. Puigdemont ha lanzado una salva de advertencia para decirle al PSOE que no tendrá ningún problema en pactar con el PP hoy y en el futuro, incluso demostrar que no tienen escrúpulos en votar esta moción con Vox. La moción de confianza no saldrá pero la emoción de la confianza está en horas bajas.
El empresario y corruptor confeso Aldama fue instruido por agentes del Grupo de Acción Rápida de la Guardia Civil en su campo de élite para que aprendiera a usar fusiles de asalto y otras armas de fuego. Aficiones tiene la gente. Un año después por cierto fue condecorado "por sus tributos a España" a propuesta del comandante Rubén Villalba, quien fue detenido en 2023 por su presunta vinculación a la trama corrupta del caso Koldo. Esto sí que merece una investigación. Cómo es posible que se utilicen instalaciones de la Guardia Civil como barraca de feria para empresarios adinerados. Ya se sabe que en la Benemérita no se discuten los principios de "jerarquía, disciplina y subordinación", pero así pasan cosas como esta. Que un comandante franquea el paso a cualquiera a sus instalaciones oficiales, le coloca un HK416 en la mano y nadie abre la boca.
Hace tiempo que renunciamos a esperar debates de altura en el congreso. Pero entre lo versallesco y lo canallesco hay mucho margen. El diputado Jaime de los Santos, del PP, se lanzó contra Óscar López, ministro de Transformación Digital, preguntando por "el pisito de Atocha" que supuestamente utilizaba la trama entorno a Koldo y Aldama. "¿Era para repartirse mordidas o simplemente para seguir abusando de mujeres prostituidas?". López respondió recordando que De los Santos había sido "personal shopper de la esposa de Rajoy" y devolviendo una serie de preguntas retóricas: "¿Además de comprar los vestidos de la mujer del presidente del Gobierno o asesorar en la compra, recibió usted al señor Bárcenas cuando iba a Moncloa? ¿Le mandaba usted cajas de puros, le pasaba las cajas de puros con billetes que le daba el señor Bárcenas al señor Rajoy? ¿Cuántas veces recibe usted al señor Bárcenas en la Moncloa? ¿Vamos a ver el registro de todos los empresarios que pagaron la trama Gürtel en la Moncloa?". Y remató Pepa Millán, de Vox, afirmando que el último congreso del PSOE fue "una oda al crimen". Quién necesita canales de pago habiendo debates parlamentarios gratuitos.
The Economist una de las biblias del periodismo liberal británico, avalado por su rigor, ha vuelto a echarle un cable a Pedro Sánchez. La semana pasada certificó que la economía española ha sido "número uno" entre todos los países desarrollados. Su informe se basa en la valoración de cinco variables, PIB, inflación, bolsa, desempleo y déficit. El semanario, que no es precisamente fan de Sánchez, le ha dado oxígeno en otra semana complicada. Qué sabio el fandango de Paco Toronjo: "Todo el que dice yo soy es porque no tiene quien le diga: tú eres". Nada comparable al que se lo diga The Economist a un socialista.
El barómetro de Imagen de España del Instituto Elcano resulta, como siempre, interesantísimo. Mide la imagen y el prestigio de España en los diez países europeos de mayor influencia en Europa o con especiales relaciones con nuestro país por diferentes motivos. Ha sacado España un siete, la mayor nota de los países del estudio. Entre otros aspectos positivos, destaca que la valoración de España es la que más se ha recuperado entre los grandes países tras el Covid-19 y que el rey Felipe VI obtiene una mejor clasificación en esos países que personalidades como el papa Francisco, Von der Leyen, Carlos III o Macron. El clima y el turismo siguen siendo los dos elementos más mencionados, añadidos a la gastronomía, la cultura y el deporte. Nadal y Picasso son los nombres más repetidos entre las personalidades españolas. Los rumanos son quienes más nos valoran (7,8) seguidos por los italianos, los belgas y luxemburgueses. Los ingleses, franceses y alemanes son los que nos dan las notas más bajas, básicamente por el clima político y la competitividad económica, aunque franceses, alemanes e ingleses no pueden presumir precisamente de clima político. Pero hay que asumir que el nuestro es de traca y, como se ve, lastra la imagen del país.
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