Plaza de las Tazas, 11: El patio de Córdoba que es un gran jardín
Los Patios de Córdoba en crisis
Cristina Bendala cuida con todo detalle un bello recinto en el que los árboles juegan también un importante papel para ella
Las fotos del patio de Plaza de las Tazas 11 en tiempos de crisis
"Más que un patio, yo siempre digo que es un jardín, un jardín que independientemente de que se presente o no al concurso municipal, las flores están vivas durante todo el año y se cuidan durante todo el año", cuenta Cristina Bendala. El patio, detalla, ha ido evolucionando. "Por ejemplo, donde antes había una gran palmera ahora hay una bonita estercilia que adorna todo el lugar", detalla, para añadir que "una de las cosas más características del patio es este pozo que hasta hace un par de años tenía adornado con geranios y que ahora está adornado con muchísmos claveles, una planta que mira al crecer al cielo para luego estallar de color".
Cristina destaca además que es un patio en el que se realizan eventos y que invita a la paz y a la tranquilidad y a disfrutar de la cultura y de la música, "Tiene un pequeña piscina que le da un poco de vida al recinto con su sonar del agua, una piscina que atrae a los pajarillos".También destaca "el bambú", una planta que tan solo tiene este patio en Córdoba "y al que le ha gustado mucho el lugar en el que lo he colocado, por siempre al principio del Festival de los Patios suele echar cañas, este año, también".
No olvida destacar en estos tiempos de crisis "el seto que rodea a la piscina". Cuenta que su mejor momento no es ahora. "Siempre es el que ilumina el patio en verano, como lo hará este año, un año en el que ha descubierto uno papiros, que son grandísimos y un año también en el que ha adornado las terrazas, "ahora, con el confinamiento, he tenido más tiempo para ello", relata. "Las terrazas es el lugar donde más da el sol, por lo que es lugar donde subo las macetas que luego bajo para el Festival de los Patios; este año, como no ha habido, pues he dejado las macetas en las terrazas y están impresionantes", explica. Plaza de las Tazas 11 se ha convertido en uno de los patios más grandes de los que se presentan al concurso municipal.
Muy poco tardó Córdoba en seducir a esta arquitecta sevillana nacida en Madrid llamada Cristina Bendala cuando en 1972 se trasladó a vivir a la ciudad califal. Corría un tiempo en el que la gente ya había iniciado un masivo éxodo alimentado de ansiada modernidad desde el casco antiguo hasta los pisos de los recién construidos barrios periféricos, un tiempo en el que ella realizaba un trabajo de investigación con el también arquitecto Juan Serrano gracias al que se enamoró de Córdoba, de su casco histórico y de esa forma de convivencia que reinaba en esas zonas repletas de casas de vecinos como las que estaban visitando para ese trabajo y que ya estaban casi vacías o cerradas.
Así, casi vacía, conoció la que es ahora su residencia, el número 11 de la Plaza de las Tazas. Fue por 1977, no recuerdo bien, y en la misma quedaba una pareja de mayores muy mayores malviviendo en medio de las ruinas; el patio estaba completamente hecho polvo, repleto de escombros cubiertos de hiedra y celindas, una especie de agujero asalvajado en medio de la ciudad con una entonces pequeña palmera.
Cristina volvió a esa casa, cuya primera vista le dejó conmocionada, cuando en 1979 decidió que se iba a quedar a vivir en Córdoba y, tras una ardua labor de búsqueda de los herederos de ese inmueble -de quien tenía algún derecho en él-, lo compró. Eran muchos, como solía ocurrir en ese tipo de casas, y no tan fáciles de encontrar. Ocurrió en un momento en el que no se apreciaba en exceso la residencia en el casco antiguo, algo que a ella siempre le había interesado; como arquitecta y estaba en un movimiento que había entonces de rehabilitación y revalorización del casco histórico.
Como experta en formas, espacios y estructuras, decidió reconstruir la nueva Plaza de las Tazas, 11 siguiendo el patrón de la antigua, aunque añadió algunas cosas nuevas. También plantó los árboles de lo que es ahora su pequeño y particular bosque, a excepción de esa altísima vigía, con sangre de savia, en la que el paso del tiempo convirtió aquella pequeña palmera que se encontró en el recinto, que data de los pasados años 40 y que ya no está. Siempre ha deseado vivir debajo de los árboles, convivir con ellos. Para lograr ese deseo, introdujo, entre otras especies, una morera injertada en el tronco de otro árbol en la que las flores no progresan hasta convertirse en moras, sino que se le caen e inmediatamente se vuelve a llenar de hojas. Y también un ciprés que puso cuando se casó uno sus mis hijos, una parra de décadas que cubre la terraza, una jacaranda algo más joven, un ya viejo drago, un singular bambú, un rosal que da rositas pequeñitas, un jazmín azul en macizo -junto a la alberca-, un magnífica buganvilla...
Además de recuperar y darle una especie de aspecto de mini selva a ese recinto, Cristina ha conseguido rescatar del olvido también buena parte de su memoria histórica. A finales del siglo XIX, lo que antaño fue un antiguo picadero de caballos en La Magdalena pasó a ser una casa de vecinos, convirtiéndose las cuadras en habitaciones encaladas y preparadas para acoger a familias completas cada una de ellas; en total, eran casi una veintena de habitaciones, por lo que en el inmueble llegaron a habitar casi un centenar de personas a la vez. Como buena investigadora, ha bebido de las fuentes más fiables: los antiguos vecinos de Plaza de las Tazas, 11 o sus descendientes.
Es el caso, por ejemplo, de María Martínez Serrano, nacida en la casa, quien, llegada de Barcelona, la visitó aportándole historias personales y de su familia en ese lugar en el que las plantas y las flores en macetas y pequeños arriates llenaban todo el espacio posible y hasta escalaban por las paredes, y en el que lavar y cocinar lo hacían siempre las mujeres acompañadas las unas de las otras mientras cantaban o escuchaban coplas en la radio. Era gente muy humilde y solidaria; todos contaban con todos. También es el caso de Charo Flores Medina, quien le contó, entre otras cosas, que su tía Pepita Medina fue Miss Patios. Esos modos y estilos de vida, quedan patentes y reconstruidos para la posteridad en un collage que Cristina tiene colgado en el gran zaguán de entrada a la casa y que está compuesto por fotografías de aquellos que un día la antecedieron en Plaza de las Tazas, 11.
Cristina siempre ha defendido que "esta casa tiene y transmite muy buena energía, muy buenas vibraciones y sensación de armonía; algo especial que tiene que ver con la gente que ha crecido aquí”. De ello da fe una numerosa familia que, para su sorpresa, llamó un día a su puerta con la urna de las cenizas de una antigua vecina que había residido en la casa y que le pidió, con éxito, poder celebrar allí su despedida. Fue el año en el que pensó volver a inscribir el patio en el concurso municipal, certamen en el que ha obtenido a lo largo de su historia un primer premio en 1961, además de muchos otros galardones a lo largo de los años.
Cristina también ha recuperado el clima de convivencia de aquellos tiempos en los que su casa era una casa de vecinos. No duda en organizar en el recinto actos sociales y culturales para ello, alguno de los cuáles está inspirado en los celebrados entonces, como una fiesta flamenca navideña aliñada con dulces típicos preparada a modo de las de una ya pretérita época que, no sólo por sus pinceladas arquitectónicas, sino también por las relaciones personales, le sigue apasionando.
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