China, de la Olimpiada a la crisis
Desde que Deng Xiaoping iniciara la reforma de la economía hace treinta años, ésta es quizás la situación más crítica que ha atravesado China por las contradicciones y desequilibrios de su espectacular crecimiento.
GUMERSINDO RUIZCatedrático de Política Económica.
Universidad de Málaga
Cuando la crisis económica global era ya evidente, los días entre el 8 y el 24 de agosto de 2008 marcan el momento de mayor proyección de China. La XXIX Olimpiada era una realidad tras siete años, cuando el 13 de julio de 2001 Pekín fue elegida para celebrar los Juegos Olímpicos. Cerca de 4.000 millones de personas tuvieron acceso a través de televisión de alta definición al espectáculo, en el que se habían invertido 41.000 millones de dólares, la cifra más alta de la historia para unos Juegos; durante unos días quedaron atrás los conflictos surgidos en relación a los derechos civiles y la autonomía de algunas regiones.
Sin embargo, en pocas semanas la crisis financiera y de la economía real pasaron a un primer plano, así como su impacto sobre la economía china, en un contexto internacional de menor consumo y reducción de las importaciones. No obstante los crecimientos siguen siendo impresionantes, pues cerró 2008 con un superávit de balanza de pagos equivalente al 10,5 por ciento del PIB, y tras crecer la economía un 9,6 por ciento. Las perspectivas para 2009 son de un crecimiento del 7,5 por ciento, que parece hoy muy elevado; sin embargo, China, con un desempleo estimado del 10 por ciento, depende social y políticamente del crecimiento del PIB para generar empleo y evitar conflictos. Lo que se ha caracterizado como un modelo de crecimiento con oferta ilimitada de mano de obra, genera un fuerte potencial de crecimiento cuando hay, además, demanda (en este caso exportaciones) de lo que se produce. En un país con más de 1.310 millones de personas, se estima que si la economía crece por debajo del 8 por ciento se crea un problema de generación de empleo. Ya hay centenares de miles de inmigrantes nacionales sin trabajo, que vuelven a sus lugares de origen en el medio rural, y decenas de miles de universitarios que ven de pronto desaparecer sus expectativas de conseguir trabajo. Los desequilibrios internos en la distribución del crecimiento, el empleo, la riqueza y las rentas, llevan a problemas tan dramáticos como los que podemos vivir aquí, aumentados por las dimensiones que todo tiene en China, y la precariedad laboral. La mano de obra no puede desplazarse libremente, y los inmigrantes sin autorización no tienen derechos de educación ni sanitarios en las ciudades costeras donde se concentran los grandes centros manufactureros.
Los últimos datos de 2008 muestran una caída del 10 por ciento de las exportaciones respecto al año anterior. El índice de precios al consumo cae en un año del 8,4 al 2,4 por ciento, indicando la debilidad de la demanda y exceso de capacidad productiva en el sector manufacturero. Como paradoja, en las tiendas se ven artículos de mejor calidad, por la dificultad de venderlos en el exterior y la mayor capacidad de compra interna. Ante la situación económica el gobierno ha anunciado un plan de estímulo a la economía de 586.000 millones de dólares. La reducción del tipo de interés por debajo del 2 por ciento sigue el movimiento de todos los bancos centrales; sin embargo, los bancos públicos vuelven a asumir su papel de dar préstamos a proyectos públicos, y el crecimiento del crédito a tasas del 15 por ciento es algo peculiar en la situación general de restricción crediticia. Aunque es pronto para valorar el impacto de la crisis en la empresa china, caracterizada por una mezcla de funcionamiento arbitrario y poco transparente, y éxitos en la adaptación de tecnología y un papel en el ámbito de la empresa multinacional, hay indicios de cambio en las actitudes de los inversores. No sólo ha sido la bolsa china la más castigada en 2008 con una caída del 65 por ciento, sino que los bancos extranjeros que habían acudido a las privatizaciones de bancos chinos empiezan a vender sus acciones; primero Unión de Bancos Suizos, luego Royal Bank of Scotland. Son operaciones para realizar plusvalías por las dificultades que atraviesan, pero sin duda supone una contrariedad para la inversión externa que, junto con el ahorro interno, necesita China para crecer y generar empleo.
La discusión más significativa entre China, Estados Unidos y la Unión Europea gira en torno al tipo de cambio y a las exportaciones. En 2008 se ha apreciado un 8 por ciento el reminbi respecto al dólar, algo exigido por Estados Unidos para ganar competitividad; sin embargo, se ha depreciado casi un 20 por ciento respecto al euro. La crisis está llevando a ajustar desequilibrios comerciales y, por ejemplo, casi dos tercios de los exportadores chinos de juguetes han cerrado. Aun así, con más de dos billones de dólares como reserva de divisas, en gran parte invertidas en deuda norteamericana, China sigue siendo la contraparte de Estados Unidos en cuanto a financiarle su gasto y su consumo a cambio de poder exportar y generar empleo.
Desde que Deng Xiaoping iniciara la reforma de la economía hace treinta años, ésta es quizás la situación más crítica que ha atravesado China, ya que las contradicciones y desequilibrios de su espectacular crecimiento, que han transformado no sólo el país sino las relaciones en la economía mundial, se hacen evidentes en la crisis. El gobierno trata de transmitir un mensaje de confianza, y a través de la prensa, a diferencia del resto del mundo, da un tratamiento positivo de la situación. ¿Será posible que, pese a todo, el país consiga la estabilidad y equilibrios necesarios para preservar lo esencial de su modelo económico de generación de empleo? De ello va a depender no sólo la salida de la crisis de China, sino también, en alguna medida, la nuestra.
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