China reducirá el número de sus solados a dos millones
El recorte de sus tropas en 300.000 militares forma parte de la modernización del ejército del país asiático.
China reducirá el número de sus tropas (unos 2,3 millones actualmente) en 300.000 militares, anunció este jueves el presidente chino, Xi Jinping, en el discurso que ofreció para dar comienzo al desfile militar en conmemoración de los 70 años del final de la II Guerra Mundial en Pekín.
Xi realizó su intervención en lo alto de la puerta de Tiananmen, ubicada en el corazón de la capital china, acompañado de sus antecesores en el cargo Jiang Zemin y Hu Jintao, así como figuras internacionales como los presidentes ruso, Vladímir Putin, y venezolano, Nicolás Maduro, o el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. "Nosotros, los chinos, amamos la paz. No importa lo fuertes que nos convirtamos, nunca buscaremos hegemonía o expansión", destacó Xi en su intervención. De forma previa al desfile medios independientes adelantaron que el Gobierno desvelaría medidas de un plan radical para transformar el Ejército de Liberación Popular (ELP) del país, el mayor del mundo, tras el evento castrense. Xi busca convertir al ejército en un cuerpo moderno equiparable a los más punteros de Occidente, y el anuncio de la reducción de tropas busca otorgar más importancia a las fuerzas navales y aéreas, según expertos.
China se mostró este jueves al mundo como una gran potencia militar, ante jefes de estado de una treintena de países (ninguno occidental) y al son de bandas y coros que interpretaron temas militares y patrióticos, unos 12.000 soldados, 500 vehículos y misiles y unas 200 aeronaves marcharon por la enorme avenida de la Paz Eterna (Chang An), en la simbólica plaza de Tiananmen. Xi recordó en su discurso que los ocho años de guerra (1937-45) causaron a China 35 millones de muertos y heridos, pero terminaron en "la primera victoria completa" del país en tiempos modernos. Y en tono decididamente nacionalista recordó que la derrota japonesa "puso fin a la humillación nacional de China" a manos de agresores externos durante un siglo, una cuestión que aún persiste en la mentalidad china.
Tras la intervención de Xi, desfilaron durante 50 minutos unidades de soldados a pie (incluyendo unos mil extranjeros), vehículos blindados, unidades de misiles, cohetes convencionales y nucleares, drones y aviones y helicópteros de todas las armas. Una buena parte de los sistemas de armamento son de última generación y fueron mostrados en público por primera vez, como el misil antibuque DF-21D o el bombardero de alcance medio H-6K, que dotan a las fuerzas chinas de capacidades ofensivas que nunca antes habían tenido.
Las unidades marcharon por una plaza de Tiananmen coronada de banderas rojas, con las gradas de espectadores frente a la entrada de la Ciudad Prohibida, sobre la que estaban Xi y sus huéspedes, por encima del retrato de Mao Zedong que preside permanentemente la puerta. El público, que accedió exclusivamente por invitación oficial y soportó horas al sol por cuestiones de seguridad, se hartó de hacer fotos y selfis con lo último de la tecnología bélica nacional y con la fotogénica puerta de la Ciudad Prohibida como fondo.
Y es que los grandes desfiles en jornadas señaladas han quedado ya relegados a los países comunistas o que lo fueron (como Rusia el pasado 9 de mayo por el mismo motivo), pero siguen mostrando una preocupación detallista por el simbolismo y la iconografía, que en Pekín concluyó con la suelta de miles de palomas y globos por la paz.
Putin fue el líder foráneo más importante en un evento ignorado por los dirigentes occidentales, por lo que los presidentes más destacados, además del ruso, fueron los de Suráfrica, Bielorrusia, Kazajistán, Egipto o Venezuela. Varios de los líderes que asistieron encabezan regímenes autocráticos y, en el caso de Sudán, su presidente, Omar al Bashir, está reclamado por la Corte Penal Internacional (CPI) por genocidio.
El desfile tuvo lugar únicamente para unos pocos miles de invitados y para los televidentes de China y el resto del mundo, ya que los habitantes de Pekín fueron instruidos para no presenciar en la calle el paso de unidades ni mirar desde sus ventanas. Las medidas de seguridad fueron realmente draconianas, con las calles de Pekín prácticamente vacías, para un evento en el que las autoridades no repararon en gastos, declarando dos días festivos (hoy y mañana) y cerrando miles de fábricas y obras de la región para reducir la contaminación y lograr un cielo azul radiante. El evento fue, sobre todo, una demostración de fuerza del Gobierno chino y en concreto del presidente Xi, quien, además de enseñar al mundo lo último en tecnología bélica propia, quiso, principalmente, mostrar a nivel interno la fortaleza de su poder político y militar.
Este desfile, el primero en China desde 2009, fue especial también porque hasta ahora ningún presidente había organizado uno tan pronto en su mandato (Xi asumió el cargo en marzo de 2013). Un objetivo no previsto inicialmente ha sido devolver el orgullo a la población tras las explosiones del puerto de Tianjin, que volvieron a revelar la poca seguridad del rápido desarrollo industrial y la corrupción del país, pero también tras las graves crisis de los mercados financieros, que cuestionaron la solidez de la economía china y la madurez de sus bolsas.
Este desfile ha sido además el primero con la asistencia de un presidente chino y sus dos antecesores, cuya imagen en las pantallas fue recibida con muestras de alegría por el público y quien a sus 89 años sigue desmintiendo rumores sobre su fallecimiento.
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