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Ni la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) ni la UE se están planteando una intervención militar en Libia, informaron ayer ambas organizaciones.
En ese sentido, el secretario general de la Alianza, Anders Fogh Rasmussen, quiso dejar claro que no hay de momento planes de intervenir en el país norteafricano. "Quisiera subrayar que la OTAN como tal no tiene planes de intervenir. No hemos recibido ninguna petición en este sentido y cualquier acción debe estar basada en un mandato de la ONU", dijo en un comunicado. No obstante, admitió lo delicado de la situación en Libia.
Por su parte, Europa sólo parece tener el recurso del típico lenguaje de la diplomacia para intentar frenar la represión en Libia: "condenamos", "rechazamos", "estamos indignados", "no toleraremos"...
La semántica de los comunicados de prensa que, de manera compulsiva, se emiten desde los fríos despachos del Iustus Lipsius, la sede del Consejo de la UE en Bruselas, o desde el emblemático Berlaymont, sede de la Comisión, no surten efecto en el dictador libio, Muamar el Gadafi.
De hecho, ayer en la sala de prensa de la Comisión, una portavoz de la jefa de la diplomacia de la UE, Catherine Ashton, repetía, la lentitud y parsimonia una letanía, las mismas palabras críticas -y estériles- de la UE contra Libia.
"La voluntad de la población libia debe ser escuchada... estamos preparados para tomar nuevas medidas en caso necesario... es intolerable la actuación del Ejército libio contra la población". Igual que en las partituras musicales, como aparece consignado en los pentagramas, es un bis repetit (una vez más... de lo mismo).
"Peligros e ilusiones del comercio con Gadafi", titulaba ayer el periódico galo Le Monde, en alusión a las masivas exportaciones de armas europeas que en los últimos años han llegado a Trípoli, además del suculento negocio del petróleo libio con destino a las refinerías del Viejo Continente.
Debido justamente a que entre Europa y Libia priman los intereses económicos y geoestratégicos (entre ellos planea el temor a una invasión de inmigrantes), la UE sigue sin ponerse de acuerdo para aplicar sanciones contra Gadafi.
"El invierno se va marchando... la primavera todavía no está viva... un compás de espera se impone". Se trata de un fragmento del último haiku colgado en la página personal del presidente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, aficionado a las nuevas tecnologías y, por ejemplo, hacer anuncios mediante Twitter. Precisamente lo que dice Van Rompuy es acertado. La UE está en un "compás de espera" en la crisis de Libia, pero la pregunta es ¿hasta cuándo?
Tampoco Ashton parece haber conseguido mejores resultados para detener los tanques de Gadafi.
Mientras en Bruselas "llueven" comunicados de prensa cargados de buena voluntad, en los que se "exige", se "insta" y casi hasta se amenaza al hombre fuerte de Libia, la tormenta represora en el país norteafricano prosigue.
¿Qué le pasa a Europa? Entre otras cosas que el tándem Ashton-Van Rompuy apenas despega. La falta de química y sintonía entre la laborista británica, situada en las antípodas del glamour político, y el ex primer ministro belga, un intelectual con vocación de conciliador, es demasiado patente. Existe, lo apuntan varios analistas, un problema de comunicación: el dúo exterior de Europa no conecta con los ciudadanos.
No son pocos en Bruselas quienes se preguntan si, una vez más, ante la nula reacción europea a la represión y la violación de los derechos humanos en Libia, sería posible una intervención de la diplomacia -e incluso de las armas- estadounidenses para intentar desalojar al dictador libio del poder.
En estos momentos tan delicados, con la crisis de Libia en plena ebullición y una UE en estado de virtual parálisis exterior, las palabras del ex secretario de Estado de EEUU Henry Kissinger resuenan como un tormento. "¿Europa? Díganme a qué número debo llamar".
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