Piedra, tijera y escoba
La violencia social asalta el reino unido · Peligra el multiculturalismo londinense
Mientras conservadores y laboristas se pelean por si los recortes sociales son la causa del brote violento, los londinenses de a pie se remangan para recoger los cristales rotos
¿Son los disturbios que sufre Londres y varias ciudades del Reino Unido la consecuencia de los recortes llevados a cabo por la administración o la causa? La pregunta, desconcertante por paradójica, la lanza en su web el prestigioso semanario londinense The Economist esta semana. Mientras el Gobierno y las fuerzas policiales de todo el país, del inmenso área metropolitana londinense a ciudades de Manchester o Liverpool del viejo aire industrial norteño, se emplean a fondo para impedir que la violencia y el pillaje protagonizado por esta inédita oleada de jóvenes, el debate se abre sin remedio. ¿Qué ha causado esta explosión de vandalismo sincronizado que ha puesto en jaque a el Reino Unido?
"Las políticas de recortes del gasto social practicadas por el Gobierno y la ciudad en estas áreas de Londres están castigando a miles de jóvenes que no tienen ya ninguna alternativa", explica Rose Wilson, una educadora social de Tottenham, el barrio del norte de la capital británica que vio brotar esta inesperada erupción de violencia por vez primera el sábado. Un hecho puntual desencadenó el primer episodio de vandalismo: una manifestación de repulsa tras la muerte de Mark Duggan, un supuesto líder local de un gang dedicado al narcotráfico en el norte de Londres, por un disparo de un agente de la Policía, que lo perseguía. De la misma opinión es Ken Livingstone, ex alcalde de Londres, que acusa a la administración conservadora actual de practicar recortes exagerados. "Las medidas de austeridad, apunta, han acentuado la división social".
Con todo, la explicación es simplista: el problema de los adolescentes y jóvenes de las grandes ciudades británicas no puede ser sólo atribuido a unos meses de políticas conservadoras (Cameron llegó a Downing Street en mayo de 2010 y Boris Johnson, el alcalde de Londres, tomó posesión en 2009). Ed Miliband, el joven líder de los laboristas, insiste en un principio en las razones que subyacen a este estado de desesperación juvenil, para cerrar filas progresivamente con el Gobierno en que al crimen hay que combatirlo, en primer lugar, con contundencia policial. Precisamente, la dureza tradicional de la Policía y la hostilidad hacia ella engendrada en ciertos medios urbanos británicos es, para no pocos observadores, una de las razones de esta ola de violencia y sinrazón.
Con el paso de las horas, en el espectro ideológico opuesto, los argumentos cambian radicalmente. Respondiendo fielmente a la dicotomía de The Economist, medios de comunicación y opinadores conservadores advierten del parasitismo social como responsable profundo del nihilismo de los violentos. El tabloide Daily Express afirmaba ayer que "se ha sido demasiado indulgente con esta subclase de vividores del Estado del bienestar. Es hora de pararlos". La opinión es compartida por muchos ciudadanos. Ayer, en la web del número 10 de Downing Street la primera petición al primer ministro (con casi 80.000 firmas electrónicas) abogaba por poner punto y final a las prestaciones que han podido percibir los causantes de los disturbios. "No podemos seguir financiando a los que han destrozado nuestras propiedades", apuntaba un ciudadano. ¿Agravará el problema o ayudará a resolverlo?
¿Más o menos Estado entonces? La respuesta depende del lado del Támesis en el que nos situemos. La parte decente de la sociedad británica ha enarbolado escobas -para barrer los cristales rotos de las calles- y un patriotismo urbano inusitado en ciertos distritos ante la inoperancia de sus líderes políticos y la falta de respuesta policial.
Todo empezó en Tottenham, en un distrito del norte de Londres, pero la geografía británica se ha sumado a la fiesta; Nottingham, Birmingham, Liverpool, Manchester, Leeds, Bradford y un largo etcétera de enclaves.
De la esfera pública a la privada. El primer ministro David Cameron cuestionaba la educación proporcionada a los jóvenes organizadores de los disturbios. Nick Clegg, el viceprimer ministro, había pedido a los padres que tuvieran controlados en todo momento a sus hijos. ¿Hasta qué punto es esto posible? El perfil de estos jóvenes los sitúa en familias desestructuradas, frecuentemente monoparentales y de origen afrocaribeño, el grupo social menos favorecido del país. El sistema los desplaza a los márgenes de la sociedad, excluidos del circuito educativo y profesional.
¿El fin del multiculturalismo? Durante décadas, el Reino Unido presumía de una sociedad liberal cuyo Estado se abstuvo siempre de intervenir en las prácticas privadas de sus ciudadanos.
Todo apunta a que la respuesta policial a corto plazo frenará la violencia o, al menos, la reducirá ostensiblemente. Sin embargo, las causas de este brote vandálico, inédito en la historia contemporánea del Reino Unido, permanecen intactas. El futuro del mismo constituye un auténtico enigma que habla de una enfermedad latente e inexplorada.
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