Regreso al pasado
Irlanda del Norte, un cuartel al norte de Belfast, un grupo de soldados sale a buscar las pizzas que habían pedido y se encuentra con la muerte. Los atacantes que abren fuego desde un vehículo dejan algo más que dos muertos y cuatro heridos: doce años después del último atentado contra militares en la convulsa provincia británica, el atentado devuelve el miedo y abre una interrogación.
Se trata de una dura prueba para la región, donde la lucha entre católicos proirlandeses y protestantes probritánicos dejó más de 3.500 muertos. "Esto es un terrible recordatorio del pasado", lamentó el jefe del Gobierno de Irlanda del Norte, Peter Robinson, cuyo Gabinete, como hicieron también los de Reino Unido e Irlanda, condenó con dureza el ataque.
Y sin embargo, el incidente no fue del todo inesperado. Mientras los políticos alardeaban en público del proceso de paz, entre bambalinas se gestaban algunos recelos desde hace tiempo. La paz que comenzó a forjarse con los Acuerdos de Viernes Santo hace 11 años reposa, en último término, sobre un fundamento inestable. Para muchos, un nuevo atentado sólo era cuestión de tiempo. En los últimos meses se dieron ya varios ataques a policías. Y hace pocas semanas las fuerzas de seguridad desactivaron un artefacto con 140 kilogramos de explosivos en las cercanías de un cuartel.
Es cierto que, aun cuando haya facciones disidentes del IRA que siguen entrañando cierto peligro, carecen de armas y capacidad para volver a desestabilizar el conjunto de la región. Y lo que es más importante: ya no cuentan con apoyo ni entre la población ni entre los políticos, como quedó demostrado con la condena unánime de este nuevo ataque.
El incidente, no obstante, representa una dura prueba para el Gobierno de coalición entre los otrora enemigos católicos y protestantes: "Ahora el gobierno se tambaleará un poco... A todos nos preocupa mucho, mucho", aseguró Thomas Burns, del partido republicano socialdemócrata y el Partido Laborista.
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