Las dos caras de África
La familia africana de Obama resume la aceleración histórica de África en el siglo XX.
EDUARDO JORDÁ Escritor
El abuelo africano de Barack Obama se llamaba Hussein Onyango Obama. Nació en 1895, en lo que ahora es Kenia, cuando la mayor parte de África era "terra incognita" para los europeos. Creció en un mundo en el que los hechiceros danzaban alrededor de los enfermos sacudiendo una calabaza llena de semillas, pero consiguió llegar a ser cocinero de una misión y soldado del ejército británico. Tuvo tres esposas y en algún momento de su vida se convirtió al islam. Su hijo, Barack Hussein Sr., estudió en una escuela colonial y cuando llegó la independencia de Kenia obtuvo una de las primeras becas para estudiar en los Estados Unidos. Allí se casó con una mujer blanca, tuvo un hijo en Hawai y consiguió graduarse en Harvard. Pero se desentendió de su familia americana y volvió a Kenia, donde fue funcionario del Ministerio de Economía. Sus amigos lo recuerdan como un hombre inteligente, cultivado, mujeriego y muy occidentalizado, que bebía whisky Chivas Regal y sólo fumaba cigarrillos ingleses. Un día perdió su trabajo por razones que nunca estuvieron muy claras (unos dicen que fue por su alcoholismo, otros dicen que por disputas políticas). En 1982, cuando vivía en la miseria, murió en un accidente de tráfico, después de haber perdido las dos piernas en otro accidente anterior. Y 26 años más tarde, en 2008, el hijo que había dejado en América –y el nieto del cocinero de la misión– fue elegido presidente de los Estados Unidos.
Las tres generaciones de la familia africana de Barack Obama resumen muy bien la vertiginosa aceleración histórica que sufrió África en el siglo XX. En menos de un siglo, los africanos tuvieron que pasar de la Edad de Hierro a la Edad de la Exploración Espacial, un proceso que en Europa duró más de veinte siglos. El abuelo de Obama creció en el mundo de los cultos animistas y de la vida tribal, cuando la única moneda que existía eran las conchas marinas o los alambres de cobre. El padre de Obama vivió la descolonización, la occidentalización y el fracaso estrepitoso de los ideales de la independencia africana. Barack Obama Sr. quiso ser más europeo que los mismos europeos, aunque acabó estrellándose en un coche conducido a toda velocidad por las calles de Nairobi. Pero el nieto que se quedó en América ha hecho realidad un sueño que muy pocos se atrevían a imaginar, y simboliza mejor que nadie –por su mezcla racial y cultural– el mundo de la era de la globalización. El fracaso africano, después de todo, quizá no sea tan inevitable ni estrepitoso como creemos.
Pero las noticias que llegan de África siempre son negativas. Epidemias, guerras, refugiados, inmigrantes ilegales, señores de la guerra, sequías, dictadores estrafalarios: estos son los únicos temas relacionados con África que durante el año 2008 circularon por el resto del mundo. Y aunque es cierto que África vivió un año tan negativo en muchos aspectos como casi todos los años anteriores, el continente africano no puede resumirse en un puñado de estereotipos catastróficos. Es cierto que hay países que no han salido del infierno, como Sudán, la República Democrática del Congo o Somalia. Y también es verdad que Zimbabue, un país que fue próspero y que disponía de unas infraestructuras envidiables, ha retrocedido casi a la Edad de Piedra por culpa de la ineptitud de un dictador tan estrafalario como Robert Mugabe, quien el año pasado llegó a emitir billetes por valor de cien mil millones de dólares de Zimbabue (ni los Monty Phyton podrían haberlo imaginado), billetes que al día siguiente ya habían perdido todo su valor. En Sudáfrica, el presidente Thabo Mbeki llegó a decir en una comparecencia pública que el virus del HIV no era la causa del sida (por suerte, el Parlamento de Sudáfrica le obligó a abandonar el poder). Y Guinea Ecuatorial podría tener, gracias a los beneficios del petróleo, un nivel de vida comparable a cualquier país de la Comunidad Europea, aunque el clan de cleptócratas que ocupa el poder mantiene a la población en la pobreza absoluta.
Todos estos hechos parecen indicar que África es el continente del eterno fracaso, el continente que se estrella una y otra vez en un mismo accidente de tráfico como el que le costó la vida al padre de Barack Obama. Pero esta cara amarga no es la única cara del continente. Por suerte, las cosas no son sólo así. Este año, docenas de millones de africanos han votado en unas elecciones democráticas que se han llevado a cabo sin sobresaltos. Países que vivieron cruentas guerras civiles –como Ruanda y Burundi– han adoptado constituciones modélicas en materia de derechos civiles y derechos de la mujer. En Ruanda, por ejemplo, hay más mujeres ocupando cargos políticos importantes que en España, pero este dato apenas se conoce fuera del país. Y poco a poco, en medio de grandes dificultades, otros países africanos van alcanzando una estabilidad política y social que puede dar sus frutos dentro de pocos años. Angola, Mozambique, Ghana, Mali, Namibia, Benín, Togo, Liberia o Senegal siguen siendo países pobres, pero si la estabilidad política y la buena administración –o al menos una cierta cordura administrativa– siguen en pie, es probable que alcancen un grado de bienestar nunca antes conocido. Y aunque parezca mentira, uno de los países menos corruptos del mundo es un país africano, Botsuana. Apuesto lo que quieran a que muy poca gente ha oído hablar de Botsuana.
África no es un continente condenado a las plagas bíblicas ni a las hecatombes. El caso de la familia africana de Barack Obama demuestra que las cosas no siempre tienen que salir mal. El año 2008 no ha sido ni mejor ni peor que otros años. La pobreza no desaparece, las epidemias continúan, la corrupción sigue donde está. Pero algún día, y quizá no falte mucho, el sueño del nieto americano de Hussein Onyango Obama también será posible para sus parientes africanos.
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