La huella de Bush
Los atentados del 11-S y su respuesta determinaron la orientación de la presidencia de Bush.
El ex presidente de Estado Unidos, George W. Bush, que inició su mandato con los atentados del 11 de septiembre y lo cerró bajo el peso de una histórica crisis económica, se marchó de la Casa Blanca como uno de los mandatarios más impopulares de la historia del país. Su presidencia comenzó con un empate virtual en las elecciones de 2000: el demócrata Al Gore obtuvo más votos populares pero Bush más compromisarios. A pesar del recuento manual de votos en Florida y las reclamaciones de los demócratas ante los tribunales, el Tribunal Supremo zanjó el asunto en favor del republicano.
Los atentados suicidas del 11 de septiembre, perpetrados por la organización terrorista Al Qaeda liderada por Osama ben Laden y que marcaron como ninguna otra circunstancia su gestión, colocaron a Bush al frente de la primera gran crisis internacional del siglo, optando por una guerra contra el terror cuyo primer objetivo fue Afganistán. La doctrina de la legítima defensa dio paso a la de la guerra preventiva y Bush situó a Sadam Husein en el punto de mira de la potente maquinaria bélica estadounidense. A pesar de la fuerte presión internacional, el 20 de marzo de 2003 inició el ataque al país iraquí en busca de las armas de destrucción masiva culminando un mes después con la caída del régimen de Sadam y la instauración de una administración interina en el país bajo el control de Washington.
La guerra de IraK y la lucha contra el terrorismo fueron los temas que centraron el debate durante la campaña electoral para las presidenciales de noviembre de 2004, en las que Bush obtuvo la reelección frente al demócrata John Kerry. Meses después todo empezó de nuevo a empeorar. El arranque fue el huracán Katrina y culminó en noviembre de 2006 cuando sufrió un importante revés en las elecciones legislativas. Los comicios dejaron a los demócratas al mando de la Cámara de Representantes y del Senado por primera vez en 12 años. Bush se quedó sin posibilidad alguna de seguir aplicando su política y se vio obligado a remodelar sus equipos dando entrada a colaboradores menos dogmáticos.
Con Osama ben Laden aún en libertad y sabedor de que su guerra contra el terrorismo no tiene su final cerca, el presidente pretendió buscar un legado hacia el final de su mandato. Pero su intento fracasó: no consiguió la paz entre israelíes y palestinos. El ex presidente, sabedor de su mala imagen, se retiró voluntariamente a un segundo plano en la campaña para elegir a su sucesor y tras la victoria de Barack Obama le dio casi todas las facilidades posibles en la transición.
Bush se ha marchado con la economía en recesión y con dos guerras en marcha. Fuera de las fronteras estadounidenses es fácil comprobar el escaso aprecio que el texano despierta, pero tampoco entre sus compatriotas es mucho más querido: sus cifras de aceptación se quedaron en mínimos históricos, por debajo del 30 por ciento.
En su rueda de prensa de despedida, el ex presidente aseguró que siempre siguió su conciencia y consideró que su mayor logro fue evitar que volviera a ocurrir un atentado en suelo estadounidense. Una presidencia debe ser juzgada por la huella que deja en las siguientes décadas pero difícilmente Bush encontrará el indulto de la historia.
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