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Al inicio de la revuelta contra el líder libio, Muamar al Gadafi, todo fue muy rápido. En pocos días, docenas de políticos y oficiales se unieron a los opositores. Y los comités ciudadanos que nacieron espontáneamente se convirtieron en unidades rebeldes que se lanzaron a la lucha. Pero los gobiernos de la coalición internacional que les proteje aún se preguntan cuáles son las posiciones políticas de estos opositores.
Por un lado, no todos los cabecillas de la insurgencia tienen los mismos objetivos. Además, agunos miembros del Consejo Nacional de Bengasi ocultan incluso sus nombres, por miedo a que el Gadafi y los suyos tomen represalias contra sus familiares en Trípoli, Misurata u otras ciudades en manos del régimen.
De momento, los rebeldes están empleando toda su energía en derribar a Gadafi y abastecer a la población civil en las zonas "liberadas". Pero las opiniones difieren en cuanto a lo que debe ocurrir en la época post-Gadafi.
En la conferencia internacional celebrada ayer martes en Londres, el Consejo Nacional liderado por el ex ministro Mustafa Abdul Yalil presentó un programa estratégico titulado "Una visión para una Libia democrática". En él, los insurgentes reconocen principios como la separación de poderes, la igualdad de la mujer y la libertad de pensamiento. Y no citan la ley islámica.
Sin embargo, muchas cuestiones quedan abiertas. E incluso la secretaria de Estado norteamericana, Hillary Clinton, reconoció en Londres que ni siquiera ella sabe mucho sobre la oposición.
El economista Yibril, nombrado jefe del gobierno provisional es algo así como la cara visible de los insurgentes. Sabe cómo hay que hablar con los políticos y políticos occientales, pues al fin y al cabo ya lo hizo para el clan Gadafi, que en su momento le encargó la apertura económica del país. Aún está por ver qué podría suponer en una "nueva Libia" la cercanía al antiguo régimen de este tecnócrata y otros antiguos funcionarios.
Otro aspecto que también preocupa a los políticos occidentales que quieren ayudar a los rebeldes son las informaciones según las cuales también algunos miembros del Grupo de Lucha Islámica Libia (LIFG, por sus siglas en inglés) se han unido a los insurgentes. Numerosos miembros de este grupo, ideológicamente orientado a Al Qaida, fueron liberados por el régimen de Gadafi en los últimos años. Su liberación, organizada por el hijo de Gadafi Seif al Islam, fue interpretada por los analistas como un intento de reconciliación con los islamistas.
Diferencias existen por otro lado en lo que se refiere al futuro de Gadafi. Yalil quiere que comparezca ante los tribunales libios. Sin embargo, otros miembros del Consejo Nacional reclaman que sus crímenes sean investigados por tribunales internacionales. Y algunos opositores pragmáticos reuniciarían incluso a un proceso contra el dictador, si eso le convenciera para huir al exilio y evitar un mayor baño de sangre.
La mayor parte de los expertos es escéptica en lo que se refiere a la creación de una nueva entidad libia. Apuntan que en el país norafricano faltan todos los componentes de un Estado. No hay Constitución, Parlamento, partidos, sindicatos independientes ni ONGs. Y el Ejército, que en las revoluciones de Túnez y Egipto jugó un papel estabilizador, no desempeñará un papel relevante en Libia ya que varias de sus unidades están dirigidas por familiares de Gadafi.
Tampoco se puede excluir que tras la caída de Gadafi siga derramándose sangre. Algunos clanes o grupos que fueron favorecidos por el régimen de Gadafi podrían sentirse postergados.
Lo que no parece probable es que Libia se convierta en un reducto para terroristas de Al Qaida, como ocurre con Yemen. En un mensaje publicado en varios foros islamistas en Internet el martes, los radicales aseguran que los gobiernos occidentales sólo quiren tener buenas relaciones con los líderes de países que cuentan con riquezas naturales para que esos mandatarios luchen contra la religión. Sin embargo, no fueron tan lejos como para recomendar a los rebeldes que prescindan de los bombardeos de los "infieles".
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