La refundación del capitalismo debe esperar
El acuerdo de la cumbre del G-20 incluyó el rescate bancario, estímulo a la demanda interna y mejora de la regulación.
Querían otro Bretton Woods, pero el escaso tiempo transcurrido desde la cumbre de Washington ha demostrado que a las potencias consolidadas y emergentes apenas les da para una declaración de intenciones. Reformular el capitalismo, sugería el presidente francés, Nicolas Sarkozy. Aprender la lección, repetían los demás líderes con mohín culpable.
La reforma de los mercados era el compromiso, la meta indiscutible, pero en vísperas del 15 de noviembre se libró una batalla paralela. La protagonizó José Luis Rodríguez Zapatero, empeñado en ser una más de las estrellas de la constelación. España sufría un desfase: perdió el tren del G-8 cuando era pobre y no quiso sumarse al carro del G-20 como país emergente cuando pasó al club de los ricos. Oficialmente, Zapatero quería corregir la situación. Tiró de macroeconomía para avalar su empeño: España es la octava potencia del mundo, o eso dicen los estadísticos al servicio del Gobierno. Añadió como activo su ascendente en Iberoamérica. Machacó la agenda y le ayudaron casi todos, incluida la tradicionalmente refractaria Francia, que acabó cediendo uno de sus dos asientos al presidente.
En la retina permaneció no la sensación del deber cumplido sino la sospecha de la vanidad satisfecha. Zapatero logró lo que quería, aunque sólo a medias. El país aún no cuenta con un asiento fijo en el foro más cotizado en términos fotográficos. La próxima cita será en abril y Gordon Brown, el premier británico, hará de anfitrión. Nadie asegura nada a España. Estamos en las mismas.
Las jornadas de trabajo dieron para muchos anuncios, todos calculadamente etéreos. El G-20 ampliado se comprometió a rescatar a los bancos, corresponsables de la crisis y sin embargo mimados con dinero público. La demanda interna se estimularía con medidas fiscales. Se facilitaría el acceso al crédito de los estados en desarrollo. El Fondo Monetario Internacional (FMI) reforzaría su rol director al tiempo que el Banco Mundial y otros bancos multilaterales como el Europeo ayudaban en la medida de sus posibilidades previa captación de los recursos necesarios. Propósitos irreprochables no siempre fáciles de aplicar cuando cada país debe preocuparse por su propia salud.
El desplome de más de un banco y de prestigiosos hedge funds consagró asimismo la obesión por la transparencia, bien reflejada en la lista de promesas asumidas por los líderes mundiales: mejora de la regulación, vigilancia a las agencias de crédito, creación de un código de conducta internacional e integridad de los mercados financieros. Por primera vez, la ética al servicio del dinero. O eso nos contaron.
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