El virus yihadista recorre Europa

Tomás Navarro /

23 de marzo 2016 - 01:00

LA capital de la Unión Europea (UE), Bruselas, amaneció ayer bajo las bombas del yihadismo exterminador. Intencionadamente repartidas en su aeropuerto y estaciones de Metro, las deflagraciones recogieron su cuota de sangre inocente como una muestra mediática y planetaria del poder absoluto que los terroristas yihadistas presumen de tener.

Cuatro meses atrás fue París la que experimentó los efectos del terrorismo nihilista. Las células que actuaron eran francesas y belgas compuestas por desviados del Islam que encontraron en los movimientos yihadistas de Oriente Medio y Asia Central su razón de ser. Toda condena se nos hará poca. Ya Madrid fue también una ciudad mártir donde los yihadistas actuaron en el mayor atentado cometido en suelo europeo tras el famoso 11-S estadounidense. O Londres, que igualmente fue señalada en el mapa de sangre inocente que el Estado Islámico, Al Qaeda o algunos grupos mutados de ellos comparten en suelo iraquí y sirio.

Pero fuera de Europa tenemos a otras ciudades que casi a diario en los últimos cinco años están experimentando los mismos atentados que ayer sufrió la capital de Europa. Ankara o Estambul en Turquía, Damasco, Alepo, Hama, Homs o Palmira en Siria, Bagdad y sus capitales de provincia en Iraq, El Cairo o el Sinaí en Egipto, Beirut y sus populosas capitales en El Líbano, también en Yemen y Somalia.

El virus yihadista nació en Afganistán y planificado como arma de guerra se utilizó a mansalva contra el comunismo soviético. Sus atentados suicidas y su forja en células secretas, impermeables a infiltraciones exteriores, con su propia red de financiación utilizando contactos e informantes telemáticos vía internet las hace muy difíciles de detectar. La caída de la Unión Soviética les dio alas. Incluso sus líderes primigenios creyeron ver en ello una señal divina para atacar posteriormente a Estados Unidos, que, gracias a Arabia Saudí, Qatar, Emiratos y algunos estados más, financiaron con holgura a los grupos de "guerrilleros de la libertad" que atacaban a muerte al comunismo ateo. Bien sabe Moscú lo que supuso esto porque desde entonces y hasta que la Federación Rusa no despidió al condescendiente presidente Boris Yeltsin, el yihadismo intentó instalarse en Chechenia y otras áreas del insondable Cáucaso.

Desalojados y derrotados los yihadistas de Chechenia tras una guerra que nos la recuerda hoy la existente en Siria e Iraq, Moscú obtuvo pérdidas alarmantes y aprendió el significado de la misma: al enemigo ni agua. Desde entonces el Kremlin se adelantó a los estados occidentales dotándose de nuevas unidades militares en combatir al asimétrico terrorismo yihadista del cual aprendió sus tácticas y estrategias urbanas siendo ya Vladimir Putin presidente ruso.

La aventura norteamericana en Iraq sembró la extensión del fenómeno terrorista al hundir literalmente al Estado laico iraquí y dejar en manos del eje Irán y Arabia Saudí a las comunidades musulmanas iraquíes que se sumaron a la pugna por el control político y religioso de la región. El mosaico interno iraquí saltó hecho pedazos conforme la minoría cristiana iraquí, unos cuatro millones de creyentes, fue diezmada hasta el día de hoy, donde las estadísticas sitúan a no más de 20.000 los cristianos árabes que aún subsisten en el país.

La ascensión del Estado Islámico frente a su primigenia forma de Al Qaeda extendió su virus nihilista a tierras sirias al iniciarse el conflicto en abril de 2011. Una vez más algunos estados occidentales apostaron por los intereses inconfesables de sus políticas exteriores dejando que países como Arabia Saudí y Turquía incorporasen a sus políticas regionales al yihadismo como un aliado incómodo por fuera, pero muy beneficioso por dentro. Este peligroso juego fue la mejor de las colaboraciones que el EI y sus agentes próximos obtuvieron por parte occidental al ser vistos por sus gobiernos como "fuerza auxiliar" para derribar al incomodo régimen sirio que nunca reconoció a Israel, que defiende a una Palestina independiente y que supo ver en el terrorismo yihadista la larga mano de Arabia Saudí. Esto último también fue muy observado por Moscú, que tras el derribo en Libia del régimen de Gadafi, entendió que Occidente volvía de nuevo tropezar en la misma piedra yihadista.

Barack Hussein Obama pasará a la historia no por viajar a Cuba sino por no bombardear el régimen sirio. Esta decisión y la posterior llamada al presidente ruso, Vladimir Putin, abrió un nuevo panorama antiyihadista entre Washington y Moscú. Obama entendió como Putin antes que él que dejarle iniciativa alguna al terrorismo yihadista en Siria, Iraq o cualquier otro espacio significa extender sus efectos y ampliar su impacto mediático, que no se olvide, consigue siempre nuevos adeptos. La extensión de este virus por suelo europeo queda dentro de esto último. El EI o Al Qaeda necesitan magnificar sus atentados y siempre que puedan los realizarán. Son los servicios de inteligencia, las fuerzas de seguridad y las Fuerzas Armadas quienes deben de afrontar que este virus no desaparece si no se termina también con su cepa central en Oriente Próximo y en el norte de África, donde ahora crece en Libia como antes creció en Iraq y Siria.

Desmontar al yihadismo es tarea de gobiernos afines que sepan colaborar con otros menos afines pero igualmente afectados por lo mismo. Desligar al yihadismo de la política de algunos países árabes que lo han estado amamantando como un recurso productivo frente a sus enemigos regionales es urgente. Y más urgente aún resulta que sea Europa la que cogiendo el toro por los cuernos se comprometa unida a mantener una misma política antiyihadista que se base en una colaboración eficaz entre todos los servicios de inteligencia europeos, sus gobiernos y que los hagan coincidir en sus planes geopolíticos desterrando a las naciones que promuevan, toleren, defiendan o colaboren con el yihadismo asesino.

Sólo así se evitará la repetición en otra ciudad europea de lo vivido desde ayer en Bruselas. Sólo así se le quitará al yihadismo su razón de ser, pues para ellos las explosiones, ya sean en suelo europeo o árabe, todas, llevan su mismo sello, su mismo mensaje y sus mismas víctimas inocentes. El antivirus para que desaparezca el yihadismo terrorista se llama colaboración mutua europea y hasta que sea ello posible todos estaremos en riesgo de sufrir más atentados.

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