Disidencias de porcelana
Ai Weiwei exhibe sus facetas creativas en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Es la primera muestra de este icono cultural chino en un museo público español.
Con un presupuesto exiguo (45.000 euros; las Santas de Zurbarán costarán 425.000, casi diez veces más), el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo se ha anotado uno de los grandes éxitos mediáticos de su trayectoria al estrenar la primera exposición del más cotizado artista chino en un museo público español. Ai Weiwei: resistencia y tradición es una producción propia de este organismo autónomo de la Consejería de Cultura, de la que son comisarios el director del espacio, Juan Antonio Álvarez Reyes, y la especialista Luisa Espino. Una quincena de obras procedentes de importantes colecciones internacionales, entre ellas el Museo de Arte Moderno de Louisiana o las españolas Helga de Alvear e Ivorypress de Elena Foster Ochoa, ilustran hasta el 23 de junio en el antiguo monasterio cartujo las distintas facetas de este icono cultural, una criatura polémica que recuerda a Andy Warhol por la pasión con la que se le ama o se le odia -también por las cotizaciones astronómicas de su obra en el mercado del arte- pero que en ninguna parte deja indiferente. Como recalcó el consejero de Cultura, Luciano Alonso, en la presentación a los medios, "esta cita creará polémica y debate" mientras introduce al espectador en unos proyectos "que usan y pervierten la tradición cultural china desde la óptica del siglo XXI y los postulados del arte conceptual".
Anoche, en la inauguración, que contó como anfitrión con el presidente de la Junta, José Antonio Griñán, numerosos coleccionistas y periodistas internacionales disfrutaron también con el mensaje en vídeo del artista, que no puede salir de su país por sus críticas al régimen comunista, que en 2011 le mantuvo tres meses arrestado en paradero desconocido.
"Gracias al museo y a todos los colaboradores por instalar la exposición para mí y para el público. Y gracias al público que vaya a verla. Soy Ai Weiwei. No me está permitido ir para compartir mi experiencia con ustedes. Pero desde aquí estoy muy agradecido de que hagan la exposición. Seguro que todo está hecho muy profesionalmente. Seguro que la gente va a disfrutar mucho con ella y se lo pasará bien. Gracias". Tal era el lacónico discurso que el artista hizo llegar la víspera a los organizadores y que enriquece esta muestra que juega con la obsesión de este creador por lo verdadero y falso.
La obra de Weiwei, que tiene su herramienta creativa en las nuevas tecnologías, confronta al espectador en un gozoso encuentro con el arte contemporáneo. "Ai trabaja sobre un espacio cultural y político que es la China de las últimas décadas, y en torno a ese capitalismo de Estado, heredero del régimen maoísta en lo político pero salvajemente capitalista en lo económico. Él piensa políticamente las cuestiones referidas al lenguaje y la representación, en la línea de lo que Hal Foster definió como postmodernismo de resistencia", explicó Álvarez Reyes, que destacó cómo el artista, al aprobar y supervisar desde su país natal este proyecto, valoró el hecho de que se desarrolle en un recinto que, en el XIX, fue fábrica de loza y porcelana china de Pickman.
Y es que Resistencia y tradición pone el foco en los trabajos cerámicos de Weiwei, que dialogan con los propios azulejos y antigüedades del monasterio, recuperado en 1992 por el arquitecto José Ramón Sierra.
La exposición se concentra en la parte monumental de la iglesia e incluye un anexo documental en el Pabellón Real, donde puede verse una selección de textos de su influyente blog y entrevistas realizadas en la Documenta de Kassel que le catapultó en 2007.
El itinerario arranca con su obra más conocida: Sunflower Seeds, la instalación de millones de pipas de girasol esculpidas en porcelana y pintadas a mano durante dos años por 1.600 artesanos de la ciudad de Jingdezhen, la capital de la porcelana. "El proyecto lo concibió en 2009 para la Tate Modern de Londres. Fue un site- specific que ocupó la Sala de Turbinas con cien millones de pipas. Aquí mostramos cinco toneladas procedentes de la colección Jan Ghilsalberti de Copenhague. Weiwei plantea su defensa del trabajo artesanal chino, en contraste con la producción en masa. Pero además el símbolo de Mao era el sol y al pueblo se le representaba como girasoles que miraban hacia él. Así que esta instalación tiene también un sentido político", señaló la comisaria Luisa Espino ante la valla de metacrilato que impide al público tocar la pieza o caminar sobre ella, como fue la intención inicial del autor. "En la Tate Modern se podía pisar la instalación, pero desprendía mucho polvo tóxico porque las pipas no están esmaltadas. Por motivos de salud se decidió cerrarla, pero también por la propia conservación de la obra, que ahora mismo es carísima", contextualizó Álvarez Reyes antes de detenerse en el vídeo de la Tate donde el artista explica esta producción.
La siguiente pieza es, por derecho propio, la estrella de la muestra. La impresionante Descending Light (Luz bajando), que se exhibe por primera vez al público en Europa. La ha cedido una generosa Helga de Alvear, que la compró en Nueva York, y representa una lámpara de estilo Chandelier caída del techo, con miles de cuentas de cristal rojo incrustadas, que traza una alegoría de la decadencia del régimen. "Este tipo de lámparas presidía los grandes espacios donde se reunía la cúpula del partido. Todas estas piezas tienen una gran fuerza y potencia visual pero a la vez están llenas de referencias a las coordenadas espacio temporales del contexto chino", recalcó el director del CAAC.
Luz bajando es también, añadió Espino, "un homenaje a Marcel Duchamp, al que Weiwei considera una gran inspiración por usar elementos que no proceden de la esfera del arte, como urinarios o ruedas de bicicleta".
La tercera gran instalación que concentra las miradas es El fantasma Gu bajando la montaña, donde Weiwei colabora con el artista rumano Serge Spitzer y presenta, agrupadas en una perfecta cuadrícula, 96 vasijas pintadas en rojo y blanco por los principales artistas del período Yuan (1269-1368) que representan fragmentos de una imagen. "La pieza hace un guiño a las imitaciones chinas y hay que recorrerla para abarcar todo su significado", sugirió Espino. Es, una vez más, otra reflexión sobre lo verdadero y lo falso en el arte pero también sobre el expolio de cerámicas y templos antiguos chinos por el desarrollo urbanístico.
Muchas de esas críticas las fue vertiendo Weiwei en su combativo blog, que mantuvo operativo entre 2005 y 2009, hasta que se lo clausuró la censura. Una de las salas de la exposición reúne imágenes procedentes del mismo que nos informan de otras obsesiones (como la comida, los gatos o la arquitectura) de este "expansivo" autor que no descuida su punto gamberro, como muestra también la película sobre su figura Never Sorry que puede verse desde hoy en el cine Avenida.
Varias obras de la colección Ivorypress, como las rotundas burbujas de porcelana y las naturalistas sandías que mostró en la pasada edición de ARCO Madrid, pueden disfrutarse en la antigua sacristía, dialogando con las molduras de cerámica que Pedro Roldán creó para los tres cuadros de Zurbarán que, tras la desamortización, pasaron del monasterio de la Cartuja al Bellas Artes de Sevilla.
La cita, que atraerá numerosos visitantes a las colecciones del CAAC -que ahora exhibe toda su potencia con la magnífica retrospectiva de Nacho Criado y las instalaciones de Agnès Varda- sorprende por el diálogo fluido entre la obra de Weiwei y el conjunto monumental. También por ese pulso entre certezas y ambigüedades que cristaliza en la célebre imagen del artista tirando una urna de la dinastía Han. Es el tríptico-performance que llevó a cabo en Nueva York, donde se fotografía mirando al espectador y arrojando un objeto de valor quizá incalculable sobre cuya autenticidad nunca ha querido pronunciarse.
Ai Weiwei: resistencia y tradición. Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (Sevilla), Isla de la Cartuja. Hasta el 23 de junio.
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