Nueva partición del mundo

El laberinto de los extraviados | Crítica

Alianza publica El laberinto de los extraviados, brillante ensayo del escritor franco-libanés Amin Maalouf, donde se analiza la trayectoria de tres potencias no occidentales y la posibilidad de un futuro multipolar, no necesariamente belicista

El escritor y académico franco-libanés Amin Maalouf
El escritor y académico franco-libanés Amin Maalouf
Manuel Gregorio González

16 de junio 2024 - 06:00

La ficha

El laberinto de los extraviados. Occidente y sus adversarios. Amin Maalouf. Trad. Teresa Gallego y Amaya García. Alianza. Madrid, 2024. 376 págs. 23,50 €

La decadencia de Occidente de Oswald Spengler no hacía sino retomar la vieja idea de los corsi e ricorsi de Giambattista Vico, aplicados a una poética de las civilizaciones. Según Spengler, las civilizaciones siguen un curso invariable, en dirección oeste, como d'Ors establecía un turno estético del mundo, el eón barroco contra el eón clásico, que llevaba el gusto de los siglos desde la línea al arabesco y desde la voluta al plano. «En este libro se acomete por primera vez el intento de predecir la historia», escribe Spengler en la frase inicial de su soberbio estudio; un estudio que se presenta como «bosquejo de una morfología de una historia universal» y, en consecuencia, como una rama penúltima de la biología. Para Spengler, el futuro será otra vez el Oriente. Pero no por un azar del mundo, sino por una mecánica secreta del tiempo y de la historia, que había dictaminando ya el ocaso occidental. El laberinto de los extraviados de Maalouf parte del supuesto contrario. No solo en lo que concierne a un crepúsculo occidental, no tan evidente; sino en lo que atañe a la propia naturaleza de la historia, que carece, en Maalouf, de cualquier categoría trascendente y del carácter orgánico, del sino previsible, que le adjudicó Spengler.

Maalouf analiza la historia reciente de Rusia, China y Japón, como modelos distintos del occidental

No podemos olvidar, en todo caso, que Spengler firma su obra en diciembre de 1917, mientras su país vive incurso en un proceso destructivo sin precedentes. La perspectiva que adopta Maalouf es necesariamente otra. A la pregunta de si la cultura y el predominio occidental se hallan hoy en declive, Maalouf responde analizando la historia reciente de tres países (Rusia, China y Japón) que opusieron a este predominio un modelo distinto. En tal sentido, el Japón de los Meiji y su conversión en una potencia militar y económica, tendrá grande repercusión en los países musulmanes, no solo por su celérica transformación en un país industrial y moderno, sino por ser el primer país que había derrotado a una potencia europea -la Rusia de 1905-, desmintiendo, del modo más expresivo, la supuesta superioridad de la «raza» blanca. Esto es, rompiendo, ya para siempre, «la estúpida magia moderna de la palabra blanco», según escribía entonces el profesor estadounidense (y negro) W. E. B. Du Bois. Esta ejemplaridad que adquirió el Japón Meiji, se vería pronto disipada por sus ambición imperialista, tan cruenta y expeditiva como las de sus predecesores occidentales. Con todo, habrá un segundo periodo de ejemplaridad nipona tras la derrota del Eje. Entonces, Japón volverá a protagonizar un crecimiento extraordinario, en términos económicos y sociales, pero ya sin el militarismo de primeros del XX, y cuyo ejemplo han seguido, en distinto grado, países como Corea del Sur y Taiwan, o la propia China de Deng Xiaoping.

Según recuerda Maalouf, es esta última modernización auspiciada por Deng Xiaoping la que ha situado, en pocas décadas, la economía china a la cabeza del mundo. Y ello después de los brutales políticas, en términos humanos, que supusieron el Gran salto adelante y la Revolución cultural con las que Mao Zedong condenó al hambre y a la muerte a millones de sus paisanos. El hecho es que tanto la China de Mao como la Rusia de Lenin y Stalin, supusieron, para el imaginario de los países no occidentales -y para un sector, en absoluto desdeñable, de Occidente- una vía alternativa a la exitosa civilización occidental, cuyo carácter capitalista, y cuyo proceder, con frecuencia poco amistoso y nada respetable, hicieron atractiva la distopía comunista. Para Maalouf, el fracaso del comunismo en Rusia tendría que haber propiciado una suerte de plan Marshall que evitara su postración ulterior y la deriva autoritaria en la que hoy se halla. El vertiginoso éxito del capitalismo chino, auspiciado por un régimen nominalmente comunista, nos sitúa, sin embargo, en una posición distinta. La de un mundo multipolar, después de la solitaria hegemonía estadounidense, tras la caída del muro.

El libro se cierra con una breve historia de los Estados Unidos, país al que Maalouf no considera en una hora crepuscular, pero sí en un momento de incertidumbre. Dicha incertidumbre, en todo caso, se debe tanto a considerandos climáticos y de diverso orden, como a la presencia del nuevo gigante chino. Esto es, se debe a una expectativa mundial grave e incierta, que se formula, sin embargo, como una opción entre otras; no como un dictado spengleriano, fatal e ineludible.

El declive como tradición

Es en el XVIII ilustrado donde se presenta el imperio, en contraposición a la república, como artefacto aparatoso y dañino destinado al olvido. Tanto en la obra de Montesquieu, Consideraciones sobre las causas de la grandeza y la decadencia de los romanos (1734). como en el célebre estudio de Gibbon, Decadencia y caída del Imperio romano (1776), lo que se promueve es una defensa de la república frente a la figura imperial, junto a un desplazamiento cultural desde la Europa ribereña, heredera del mundo clásico, a la particular absorción de la antigüedad por el orbe anglosajón, vinculándola a la fe protestante. Esto ocurre en paralelo a la promoción de una república francesa, luego trasmutada en imperio, así como a la nueva estética neoclásica alemana, fuertemente asociada a la democracia ateniense. Los Estados Unidos, como recuerda Maalouf, se construyen bajo la idea republicana de una nueva Roma (el capitolio, el senado, etc.), ayudados del concepto del buen salvaje, heraldo de un mundo nuevo e incontaminado, que representará, con notable astucia, Benjamin Franklin, cuando desembarque en Europa para recabar la ayuda financiera de dos reinos, el imperio español y la corona francesa. A este proceso político y cultural lo llamará Hazard La crisis de la conciencia europea.

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