Secuela a lo bestia
Crítica 'Objetivo: Londres'
OBJETIVO: LONDRES. Acción/thriller, EEUU, 2016, 99 min. Dirección: Babak Najafi. Guión: K. Benedikt, C. Gudegast, C. Rothenberger. Intérpretes: Gerard Butler, Morgan Freeman, Angela Bassett, Aaron Eckhart, Melissa Leo.
El éxito conseguido con su primera película -Sebbe, premiada en Berlín- le valió al director sueco-iraní dirigir la segunda parte de la exitosa Dinero fácil (Snabba Cash II) y sobre todo pillarse un vuelo a Hollywood vía Londres para dirigir esta película tan entretenida como vacía, disparatada y rutinaria. He aquí que un sueco-iraní rueda una película ambientada en Londres con producción estadounidense-anglo-búlgara que parece obra de un artesano americano tipo Antoine Fuqua (de hecho es la continuación de su Objetivo: la Casa Blanca), Michael Bay o Roland Emmerich (que al fin y al cabo es otro europeo, en este caso alemán, cinematográficamente McDonaldizado). La multiculturalidad, ya saben. Permítanme añorar los tiempos en que los directores suecos (Sjöström), ingleses (Hitchcock), alemanes (Lang), franceses (Tourneur) o austríacos (Wilder) -y hasta los grandes artesanos como el húngaro Curtiz- aportaban algo que se podía aún llamar europeo al trabajar en Hollywood. En fin...
Aquí no atacan sólo la Casa Blanca, sino todo Londres. Y el objetivo no es el presidente de los Estados Unidos, sino los líderes mundiales del G8 reunidos para asistir a los funerales del primer ministro inglés. Todo a lo bestia, porque esta franquicia que al final apunta a su tercera entrega sólo ofrece como novedad la desmesura. Todo idéntico, pero más grande. Aunque, eso sí, quienes salvan la situación (y al mundo) son los americanos (os recibimos con alegría) encabezados por el bueno de Mike Banning y sus presidenciales amigos de la Casa Blanca.
Es una secuela tan descarada, tan exagerada y tan desquiciada... que entretiene. ¡Qué quieren que les diga! No todos los días se ve a los granaderos de la Guardia Real de Buckingham disparar contra los turistas, un asalto a la catedral de San Pablo, las torres Westminster desplomándose, cargarse a los primeros ministros volando el puente de Chelsea o dejando sin un mísero cristal todas las ventanas del Parlamento -porque estos terroristas van a lo grande- y así hasta la vengativa mascletá final que impone la justicia global.
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