El ‘Struma’, la vergüenza olvidada
Serenata para Nadia | CRÍTICA
Novela ovillada en varias novelas, Zülfü Livaneli rescata la tragedia del barco judío que fue hundido en aguas del Mar Negro en 1942
En Turquía, Zülfü Livaneli (Ilgin, provincia de Konya, 1946) remite a una figura muy popular. Cantante, compositor y novelista de éxito, el autor de Serenata para Nadia también ha forjado largos años como activista político comprometido. Lo hizo antes y lo hace ahora, en pleno mandarinato del presidente Erdogan (padeció el exilio con distintos golpes militares, fue alcaldable de Estambul y militó en el CHP socialdemócrata). El eunuco de Constantinopla es la única referencia en español que teníamos de Livaneli, autor también de la aclamada Bliss.
La ficha
'Serenata para Nadia'. Zülfü Livaneli. Traducción de Rafael Carpintero. Galaxia Gutenberg. 432 páginas. 23 euros.
Si reseñamos el perfil político del autor es como anticipo de lo que el lector podrá hallar en algunos pasajes de Serenata para Nadia. La novela se desborda de inicio a fin. Es una novela de espías. Pero es también –y sobre todo– una sensible historia de amor. Es igualmente un libro viajero (Estambul, Estados Unidos y Bodrum, la antigua Halicarnaso de Heródoto). Asimismo, responde a una crónica política y social sobre la actual Turquía. Pero es también una novela histórica, que recrea los horrores de la Segunda Guerra Mundial y que, con cierto tono liberal e incluso anarquista, impugna la idea que el estado es la única voz autorizada para escribir la historia oficial de un país.
Todo gira alrededor del Struma, el barco de la calamidad que fue hundido trágicamente en 1942 en aguas del Mar Negro con 769 judíos a bordo. Casi todos ellos eran huidos de Rumania, regida por entonces por el régimen filonazi de Antonescu. La agónica peripecia del Struma es diametralmente opuesta a la del Éxodo, novela de Leon Uris, sobre aquel otro buque repleto de refugiados judíos que finalmente recaló en 1947 en Israel (recuérdese la película adaptada con Paul Newman como protagonista).
Livaneli se sirve del romance entre un reputado y joven profesor universitario, Maximiliam Wagner, alemán y católico, y una alumna judía llamada Nadia. El ascenso del nazismo en Alemania propiciará su fatal separación. Ayudado por la nueva Turquía laica y moderna, edificada por Mustafa Kemal Atatürk, el profesor Wagner recala en una universidad de Estambul para dar clases. Pero al tiempo trabaja día y noche para conseguir reencontrarse con su esposa Nadia, quien se halla a bordo del Struma. Contará incluso con la ayuda del cardenal Roncalli, el futuro "papa bueno" Juan XXIII. La fatalidad (el barco se estropea en aguas del Bósforo), la mezquindad calculadora de Gran Bretaña (administradora de Palestina) y la inacción de la propia Turquía, provocarán la tragedia de los judíos. Tras largos días anclado en el Bósforo, sometido a cuarentena y a la vista del profesor Wagner, aquella celda flotante recibirá la orden de regresar al Mar Negro. Aunque lucía pabellón panameño, un submarino soviético lo torpedeó supuestamente por error.
En el ocaso de su vida, el anciano profesor Wagner, procedente de Estados Unidos (da clases en Harvard), regresará a Turquía como honorable invitado de la Universidad de Estambul. Maya Duran, relaciones públicas del organismo, se encarga de acogerlo. El profesor aprovechará su estancia para cumplir con un anhelo tenaz: rendir tributo a su esposa fallecida (de ahí el título de la novela). Maya (funcionaria, madre soltera y, por decirlo modernamente, empoderada estambulí) es quien nos relata toda la historia con un pulso rayano en el thriller. Lo que se nos cuenta lo va escribiendo ella misma durante un largo vuelo a Estados Unidos. No comprendía por qué los servicios secretos turcos seguían la pista al anciano profesor. La embajada británica y los rusos también vigilaban sus pasos. Las piezas irán encajando bajo un halo de suspense. Maya tiene una peculiar relación con su hijo adolescente y se ve envuelta en un escándalo que revela el papel actual de la mujer en Turquía, el poder de los medios de comunicación y la dicotomía de la sociedad turca entre vanguardia y tradición.
Las pesquisas en torno al pasado del profesor Wagner llevan a Maya a indagar en las cicatrices de su propia familia (el pasado armenio, la desconocida tragedia de los turcos de Crimea, el antídoto del olvido como falsa cura). De fondo late el lastre doloroso que arrastran ciertas naciones, en especial Turquía, donde se impuso un relato colectivo y afín, libre de molestas ataduras.
Serenata para Nadia permite conocer detalles de cómo transcurrió la Segunda Guerra Mundial en un país tan peculiar como era Turquía, que se declaró neutral. Estambul, mientras Ankara se erigía en nueva capital, se convirtió en un hervidero de espías y misiones secretas. El nazismo propició la acogida por parte del gobierno turco de muchas celebridades universitarias de origen judío que tuvieron que exiliarse. Fueron estos profesores quienes crearon en buena parte el marco docente que inspirará el nuevo sistema educativo turco. Entre ellos se hallaba el filólogo Erich Auerbach, autor de Mímesis, obra mayor de la literatura comparada. La acabó de escribir en Estambul (la novela Tres anillos de Daniel Mendelsohn, como la de Livaneli, recuerda la magna tesis de Auerbach pergeñada a orillas del Bósforo en plena guerra). La labor investigadora de Maya indaga en la vida de aquellas mentes preclaras establecidas en Estambul, mientras otros judíos asistían a su doloroso fin a bordo del Struma.
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