Una luz en las tinieblas de Europa

Fortuna | Crítica Seff365

Innegables reminiscencias 'bressonianas' en una imagen de 'Fortuna'.
Manuel J. Lombardo

21 de enero 2020 - 06:00

Ficha

*** 'Fortuna'. Drama, Suiza-Bélgica, 2018, 106 min. Dirección y guion: Germinal Roaux. Fotografía: Colin Lévêque. Intérpretes: Kidist Siyum, Bruno Ganz, Stéphane Bissot.

Ganadora de dos premios en la Berlinale de 2018, Fortuna, el segundo largo del suizo Germinal Roaux, llega (hoy martes, a las 20h., entrada libre con invitación) a las pantallas del Cicus Cicusgracias a la programación del Seff365, que compensa así su ausencia de la cartelera comercial tras su estreno en España el pasado 1 de enero. Un filme que se adentra en la actual crisis migratoria (o “crisis de acogida”, como prefiere llamarla su director) en Europa a través de la historia de una joven etíope de apenas 14 años (Kidist Siyum) que llega a un monasterio en los Alpes después de un largo periplo por mar y carretera que la ha separado de los suyos.

Huyendo de los peligros del esteticismo, Roaux recupera cierta esencialidad bressoniana (el blanco y negro, el formato 1:33:1) y un tempo pausado para describir y situar a su protagonista, una joven sufriente y solitaria apenas anclada a su nueva y helada realidad por el amor hacia un compañero y sus planes de futuro junto a él. Su película se mueve así entre su vida cotidiana, sus recuerdos y sus sueños, delimitados por la voz en primera persona, y la de los monjes del refugio, entre los que se cuenta un lúcido y elocuente Bruno Ganz en uno de sus últimos papeles en el cine, figura moral de un filme que pone encima de la mesa y verbaliza la necesidad de la empatía y la comprensión del otro más allá de los límites de la religión, la fe o la legalidad vigente.

Fortuna se inscribe por tanto en un ascético terreno intermedio entre el cine de denuncia o apunte social y ese cine trascendental que busca respuestas o al menos plantea preguntas a la fe sobre la deriva antihumanista, veloz e insolidaria del mundo contemporáneo. Roaux conjuga ambas trayectorias, apenas contrapunteadas por un par de acontecimientos dramáticos, con calma, atento al paisaje (vertical), los lugares y sus sonidos, buscando siempre una distancia precisa para se filtre en sus imágenes una cierta espiritualidad que deje espacio y tiempo al espectador para ver y escuchar más allá de ellas. Un cine a contracorriente y con un mensaje final de esperanza (laica) que deja ver un poco de luz entre las muchas sombras de esta época de valores en regresión.

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