Memorias de un optimista radical
La habitación enorme | Crítica
E.E. Cummings construyó un mundo propio, más confortable, casi irreal, y esa misma mirada se apreciaba ya en la ahora recuperada 'La habitación enorme'
La ficha
'La habitación enorme'. E.E. Cummings. Trad. Juan Antonio Santos Ramírez. Nocturna Ediciones. 434 páginas. 19 euros
E.E. Cummings nació en 1894 en Cambridge, Massachusetts (Estados Unidos), en el seno de una familia muy activa culturalmente. En su etapa académica, siguiendo los pasos de su padre, profesor en la Universidad de Harvard, escribe sus primeros poemas, claramente influido por la obra de Ezra Pound. En 1917, una vez superada con solvencia su etapa formativa, Inglés y Estudios Clásicos, tal vez contagiado por el mismo virus patriótico que se extendió por el resto del país, se enroló en el ejército, con el objetivo de tomar parte en la Gran Guerra. Aunque desde el primer momento tuvo claro que su lugar no estaba en el frente, haciéndolo como conductor de ambulancias.
Por un error administrativo tiene que permanecer durante varias semanas en París, tiempo que Cummings emplea en descubrir una ciudad que lo hipnotiza y que pasa a formar parte de su ideario, tanto emocional como literario. También tiene tiempo, durante esta accidental estancia, para cartearse con su amigo William Slater. En sus misivas, los jóvenes se mofan de la guerra, la consideran ridícula, y lo que sólo eran bromas entre confidentes acabó convirtiéndose en un delito con desmesuradas consecuencias: el autor fue condenado a reclusión durante tres meses en una especie de prisión, no excesivamente inclemente con sus moradores, aunque privado de libertad, La Ferté-Mace, en Normandía.
La habitación enorme, una autoficción, o unas memorias noveladas, narra aquellos tres meses de absurdo encierro del joven Cummings. Un tiempo que, lejos de la oscuridad y el silencio, el escritor ilumina con su vitalismo. Encendiendo una poderosa llama en lo que muchos habrían entendido como un descenso a los infiernos o, como poco, tiempo perdido, el autor, por el contrario, explora y disecciona, con admiración en la mirada, a sus compañeros de reclusión.
Es asimismo La habitación enorme una novela gráfica, gracias a los dibujos que el propio Cummings realizó desde el primer día de su encierro y que se reproducen en esta edición de Nocturna, sello que está recuperando títulos que, por diferentes motivos, no forman parte de los canales convencionales o fueron traducidos en el pasado con escaso acierto, por lo que están en riesgo de habitar injustamente en el baúl de los libros olvidados.
Esta edición de La habitación enorme comienza con un prólogo de Susan Cheever –hija del gran John Cheever– donde se detallan las circunstancias que propiciaron el mencionado encierro y se analiza el peso que esta obra tiene en el conjunto de la producción de su autor. La escritora sostiene que "de alguna manera es la clave de toda la voluminosa obra de Cummings en prosa y poesía".
No es esta novela una excepción en la producción de Cummings y repite esa libertad formal, en cuanto a signos ortográficos, uso de mayúsculas, así como expresiones de propio cuño, "peculiaridades", como señala el traductor, Juan Antonio Santos, tan características del autor. La construcción de su mundo también conlleva el establecimiento de un orden gramatical propio. Con semejante libertad, hace uso de cuantos idiomas –especialmente el francés– y cuantos localismos considera oportunos. Para que el lector cuente con toda la información necesaria y facilitar su lectura, la edición concluye con unas notas a modo de coda o epílogo.
Como muestra en toda su obra, no necesita Cummings exhibir su antibelicismo o proclamar los sentimientos que le provoca la Gran Guerra, ya que su propuesta estética, su abrazo a la belleza y a la bondad de las cosas pequeñas, por encima de cualquier otra circunstancia, ya es la evidencia de su firme rechazo a la violencia y de su expansiva imaginación.
En uno de sus poemas más célebres, Le guerre, Cummings escribe: "El gran tamaño del cañón / es hábil / pero yo he visto / la voz enorme e inteligente de la muerte / que refugia una fragilidad / de amapolas...". Versos que parecen colarse en el excelente prólogo de Susan Cheever al libro, donde afirma que el autor "actuó durante toda su vida como si el mundo fuera un lugar alegre y despreocupado, que recompensaría su animosa fe con recursos y benevolencia".
Utilizando como comodín la fábula de John Bunyan, The Pilgrim's Progress, a la que acude con frecuencia, Cummings disecciona esos tres meses de encierro y reclusión a través de su óptica, ofreciéndonos un fresco en el que las bondades de quienes le rodean se imponen a las sombras que con toda probabilidad había entre los muros de La Ferté-Mace. Es La habitación enorme una obra esencial para entender la virulencia del siglo XX, en el que las vanguardias narraron, de manera iluminadora en el caso de E.E. Cummings, la memoria colectiva.
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