Un elefante bailando sobre una pelota de ping-pong

Charlize Theron e Idris Elba, dos de los tripulantes de esta 'Prometheus' que dirige Ridley Scott.
Carlos Colón

05 de agosto 2012 - 05:00

Prometheus. Ciencia ficción / Terror, EE UU, 2012, 123 min. Dirección: Ridley Scott. Guión: Jon Spaihts, Damon Lindelof. Intérpretes: Michael Fassbender, Noomi Rapace, Charlize Theron, Guy Pearce, Idris Elba. Música: Marc Streitenfeld. Fotografía: Dariusz Wolski. Montaje: Pietro Scalia.

En 1979 Ridley Scott cambió la historia del cine de terror, en mayor medida que el de ciencia ficción, con Alien: el octavo pasajero, fundando -a partir de desarrollos de los seres informes de Lovecraft o de la amenaza de Planeta prohibido (1956)- el terror biológico (el monstruo como metáfora del pánico mayor de la era pos atómica: las enfermedades degenerativas) que tres años más tarde Carpenter desarrolló en La cosa, adaptación del clásico de Hawks y Niby El enigma de otro mundo (1951). Terminaba una década gloriosa de refundación del cine narrativo americano -con la revisión de todos los géneros clásicos a cargo de los Bogdanovich, Ross, Coppola, Allen, Scorsese, Spielberg o Lucas- en la que Hollywood daba varias obras maestras al año. Recuérdese que Alien compartió cartelera en el 79 con El cazador, Apocalypse Now, Manhattan o All That Jazz. Pero después vinieron los terribles 80 y todas las promesas de los 70 se fueron quedando incumplidas. Tras ellos, el desierto creativo del que aún no ha salido el cine comercial americano.

La carrera de Ridley Scott guarda un curioso paralelo con la de este renacimiento y declive del cine americano. El aclamado director de Alien (1979) y Blade Runner (1982) dio su primer traspiés justo en mitad de la década horrible -Legend (1985)- y nunca volvió a recuperar el equilibrio. Lo poco que de interesante hizo (Thelma y Louise, 1991) ha envejecido mal y lo malo no ha sido redimido por el paso del tiempo. La conquista del paraíso (1992, mamotreto hortera-histórico que apunta a lo que hará su posterior gloria comercial) o La teniente O'Neil (1997) figuran entre lo peor de su obra de los 90. Inició el nuevo siglo con el éxito de Gladiator (2000) -tan hábil como vulgar y cursi- a la que siguieron las pifias de Black Hawk derribado, Hannibal (2001), El reino de los cielos (2005), American Gangster (2007) o RobinHood (2010). Muchos nos preguntábamos quién habría dirigido en realidad Alien. Porque parecía imposible que se tratara del mismo realizador. Su regreso al universo Alien con Prometheus no hace sino aún más impenetrable este enigma. Porque esta secuela en forma de precuela parece dirigida por un realizador de segunda fila que quisiera explotar el éxito y el prestigio de Alien con mucho menos talento del que mostraron Cameron, Fincher y hasta Jeunet en las secuelas de 1986, 1992 y 1997. Lo tremendo es que se trata del creador de la primera Alien.

El guión de Prometheus es de risa. El origen de la vida en la Tierra podría estar en un lejano planeta. Un arrugado multimillonario costea una expedición con el fin de que allí el heterogéneo grupo de siempre -científicos y mercenarios- encuentre la fuente de la inmortalidad. Lo que se encontrarán son las ruinas de una civilización entre las que aguardan los simpáticos bichitos de todos conocidos. Los errores de guión son clamorosos. El tema del androide con crisis de una identidad que busca en películas -¡pobre Lawrence de Arabia!- es una buena idea desperdiciada. Los mercenarios no se ganan el sueldo protegiendo a los expedicionarios. Y éstos caen en las trampas más tontas: perdidos en las cuevas del poco acogedor planeta dos de ellos ven como de un líquido asqueroso nace una ondulante y amenazadora criatura que parece una mezcla entre un tallo de habichuela creciendo a cámara rápida y una cobra, lo que no impide que se acerquen y la acaricien como si fuera un gatito... llevándose lo suyo, claro. Soluciones ridículas, cabos sueltos, asombrosa ausencia de ideas y de trama. Todo agravado por unos diálogos que se balancean entre lo grandilocuente y lo ridículo, traspasados por las grandes preguntas achicadas a los modestos límites de la filosofía de auto ayuda y la religiosidad new age.

Este débil, casi inexistente, andamiaje narrativo soporta una pesada y cara estructura de efectos especiales que nacen y mueren como fuegos artificiales que deslumbran (no todos) y ensordecen (eso sí lo hacen todos) un instante para diluirse sin aportar nada. Sólo se roza el terror orgánico de Alien en la escena de la autocesárea. Lo mismo sucede con algunas soluciones visuales que no carecen de fuerza, como la cabeza colosal (tampoco tan original, por otra parte), pero se quedan en aislados hallazgos de diseño. Sólo Michael Fassbender -muy deudor en su caracterización del Jude Law de Inteligencia artificial, del Rutger Hauer de Blade Runner y hasta del ordenador HAL 9000 de 2001: una odisea del espacio- aporta algo de interés a este elefante de gigantesco presupuesto que hace equilibrios sobre la minúscula pelotita de ping pong de un guión tonto y una realización rutinaria.

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