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Pamplona/Acaba la proyección y hay quien, con emoción, alaba la poesía visual que encuentra en el documental Menese y le agradece a Remedios Malvárez haberle acercado la figura de este contestatario cantaor de La Puebla de Cazalla. Son las 18 horas en Pamplona. Por la mañana los aplausos sirven de gps para situar el nuevo punto de encuentro en el balcón del Hotel La Perla donde un inspirado Segundo Falcón canta por cañas junto a la guitarra siempre sugerente de Paco Jarana. Tras ellos, una marea roja de las alumnas de las escuelas de baile navarras bailan por tangos en un flashmob que llena de color y alegría la Plaza del Castillo.
Cuando cae la tarde, en la Sala Zentral, al lado del Ayuntamiento, se ve ya la cola de jóvenes -y mayores- que agotaron hace semanas las entradas para el concierto del grupo granadino La Plazuela, que acude por primera vez con su exitoso Roneo funk club desatando la euforia con su propuesta en la que se funde el flamenco, la electrónica, lo cani, lo funky y el bakalao. Desde los ritmos de bambera La ida con que arrancaron la fiesta (Sigo mis pasos porque no sé de otra manera, que la de vivir mi vida, pensando en el tiempo que me queda) hasta una rave jonda en la que el público coreaba en grito éxitos como Mi tarara o El lao de la pena.
Dirigidos por el lebrijano Rycardo Moreno, cuatro jovencísimos guitarristas -David de Arahal, Alejandro Hurtado, José del Tomate y Víctor Franco- regalan la noche más mágica de los grandes conciertos del auditorio Baluarte en Alzapúa, una de las dos apuestas de producción propia de esta edición que rinde tributo a la guitarra y con las que estos músicos dan una lección de talento, compañerismo y personalidad que sirve para demostrar la riqueza y diversidad del toque y despierta en el público la ilusión de saber que hay futuro.
“A la guitarra tienes que quererla para dedicarle el tiempo que requiere e ir buscando tu propia voz, aprendiendo siempre de los compañeros y de quienes estuvieron antes”, contaban a la mañana siguiente los maestros Serranito, Pepe Habichuela y Tomatito en una charla en la Casa Sabicas donde no cabía un alfiler, a pesar de la inesperada lluvia. Aquí se fueron pasando el testigo para compartir confidencias, anécdotas y experiencias con el propio Sabicas y con tantos compañeros que han elevado la guitarra flamenca a la élite musical universal. “Para mí es un lujo, llevo tres años tocando y verlos aquí, no me lo creo”, explicaba un joven navarro aficionado esperando saludarles al final del acto.
De madrugada en el Hotel Tres Reyes Belén López desataba la euforia con su baile eléctrico y arrebatado, situándose como una de las bailaoras más raciales y fieras de la escena actual para, al final, invitar a subir al escenario a la admirada Blanca del Rey y compartir con ella un fin de fiesta en el que, con su sabiduría y elegancia, pudimos comprobar de nuevo que hay tantas maneras de ser y de sentir el flamenco como miradas. Así, de hecho, lo defendía después la propietaria del mítico tablao madrileño El Corral de la Morería, por donde han pasado los más grandes de la escena cultural internacional, incluido el mismísimo John Lennon que, obsesionado en aprender a colocar la mano izquierda como los tocaores y conseguir esos sonidos, se pasó aquí una noche entera, relataba la bailaora durante la comida recordando que se negó a bailarle: -“mi madre y yo nos queríamos ir pero mi marido me decía, a ver, que es un artista moderno muy importante”.
Claro que para modernos, por anárquicos y por outsider, los cuatro nombres que clausuraron la cita navarra el domingo en una noche inolvidable que permitió disfrutar de ese espíritu canalla y underground de los tablaos antiguos con las voces de Cancanilla y Yeye de Cádiz, la guitarra de Rafael Rodríguez ‘El Cabezas’ y el arte inclasificable de un Enrique Pantoja sembrado que metió por bulerías la popular escalera sanferminera (uno de enero, dos de febrero…) y aventuró que San Fermín “igual tiene algo de gitano”.
La naturalidad y la gracia se aplaudieron con gusto, con el mismo ímpetu con el que los espectadores que abarrotaron el Civivox Condestable gritaban “oles” a la pureza del cante corto y directo de Luis El Zambo por seguiriyas, acompañado por la guitarra de Domingo Rubichi, con un entusiasmo que cuesta ver por el sur.
El periplo, no obstante, es sólo una muestra de la veintena de espectáculos y actividades paralelas en torno al flamenco que han llenado estos días la capital navarra, gracias al Festival Flamenco On Fire. Una cita que en su décima edición se ha consolidado como una de las más esperadas y mediáticas del calendario estival jondo por su capacidad para reinventar el formato clásico de festival flamenco con atrevidas iniciativas que se salen de lo convencional y que buscan de manera activa entusiasmar al territorio y crear nuevos públicos.
De esta forma, el aficionado podrá no encontrar nada nuevo en cuanto a estrenos, pero sí tendrá la oportunidad de observar el flamenco desde una transversalidad que se suele quedar fuera de las grandes citas y adentrarse en una experiencia íntima y familiar en la que se propicia la charla y la convivencia. Por su parte, aquel que desconozca de qué va lo jondo y acuda a los conciertos atraídos por las grandes estrellas o participe de alguna actividad divulgativa gratuita se queda atrapado a este arte precisamente por sus diferencias y contradicciones.
En este sentido, el On Fire ha ganado terreno con un modelo ‘indie’ que va desde lo económico -no se permite más de un 40% de financiación privada, cuenta su director Arturo Fernández a este diario-, a lo social (promoviendo convenios con colectivos sociales de la ciudad y firmando un compromiso con la sostenibilidad) pasando por lo artístico, apostando por un programa disruptivo y desprejuiciado que se mueve de lo más ortodoxo hasta los márgenes más radicales (desde La Kaíta a Estrella Morente, pasando por Tomasito, Manolo Franco o Eva La Yerbabuena, entre los ya mencionados) y que procura cada año renovar formatos y pisar las calles, plazas, balcones, salas y hasta los bares.
Así, como se ha podido comprobar en su décimo aniversario, el On Fire ha ido explorando nuevas estéticas desde unos primeros años anclados más en Madrid hasta la presencia ahora de protagonistas de otras ciudades (especialmente esta vez de Jerez y Granada). Y, al mismo tiempo, se ha ido enriqueciendo de un cartel inclusivo que ejerce una clara ruptura frente al edadismo e integra también a artistas jóvenes más desconocidos favoreciendo las sinergias artísticas con producciones propias.
Un modelo, decimos, fresco y poco normativo, que se permite desprenderse de complejos y estereotipos y que, aunque no siempre con el mismo acierto, lo que busca es llamar la atención de los pamplonicas que cada vez acuden a la cita con más afición. Quizás por eso aquí no sea motivo de comentario la vestimenta del productor y músico cordobés Fernando Vacas, presentador de los espectáculos de Baluarte, que rula en las redes entre algunos aficionados con indignación por entender que sus bermudas son una vergüenza para lo jondo. Tentados igual a crear una etiqueta que marque el outfit de la flamencura.
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