La materia del pensamiento

Una historia insólita de la neurología | Crítica

El divulgador estadounidense Sam Kean recorre la historia de la neurología en una insólita crónica, llena de episodios felices, atroces, a menudo apasionantes

El escritor norteamericano Sam Kean, especializado en divulgación científica. / D. S.
Luis Manuel Ruiz

19 de enero 2020 - 06:00

La ficha

'Una historia insólita de la neurología'. Sam Kean. Ariel, 2019. 456 páginas. 22 euros

De los muchos episodios jugosos que relata Sam Kean en su libro, me quedo quizá con aquel en que cierto doctor Cushing, pionero de la cirugía intracraneal, recorre la noche de Boston en pos de la Mujer más Fea del Mundo. Se trata de una pobre desgraciada que forma parte de un circo de variedades, y para llegar hasta la cual (son los albores del siglo XX), Cushing ha de alcanzar esos arrabales de la ciudad donde se confunden las basuras, los edificios en construcción, los trenes adormecidos. El carretón de la Mujer más Fea del Mundo se encuentra al final de un camino por el que le guía un enano con una linterna, al otro lado de una plataforma de metro setenta hasta la que le iza un gigante, en una estancia desde la que le saluda una mujer sin piernas a la que llaman "media dama". Finalmente, Cushing monta un guateque con todas esas criaturas, las escruta, las interroga, llena sus cuadernos de notas frenéticas: le servirán para elaborar uno de los primeros estudios científicos sobre el crecimiento patológico y la influencia de la glándula pituitaria, un colgajo situado a media altura entre la nariz y el cerebro, en las malformaciones de la osamenta.

Se trata de una más de entre las muchas anécdotas brillantes que llenan esta Historia insólita de la Neurología, donde Sam Kean, autor más que probado en el género de la divulgación científica, sigue los primeros pasos, a menudo tormentosos, de la disciplina que hoy promete enseñarnos más y mejor sobre nosotros mismos y el órgano esponjoso que llevamos bajo la tapadera de nuestras cabezas, el cerebro. Leo en la pestaña de la solapa que Kean es autor de otros manuales de ciencia para profanos, como La cuchara menguante y El pulgar del violinista, igual que articulista de la misma materia en, entre otros, el New York Times Magazine, lo que sin duda explica su pericia a la hora de armar el volumen y encontrar el ángulo de mayor interés general en cada una de las cuestiones que aborda. Pues admitámoslo: hay que poseer mucho talento o destreza adquirida para, como él consigue, detenerse a explicar el funcionamiento exacto de la bioquímica neuronal, con la interacción entre neurotransmisores, axones, sinapsis, dendritas, situados en puntos variables de la corteza o el bulbo cerebral, y hacerlo de modo que disfrutemos de cada página como de una nueva promesa de chocolate.

El secreto, claro está, reside, más allá del uso de un lenguaje desenfadado ante el que uno no puede evitar rechinar en según qué ocasiones (notas finales donde se habría agradecido menos atmósfera bloguera), en salpimentar las explicaciones teóricas, que no retroceden un ápice ante la dificultad o el rigor necesario, con ilustraciones más o menos coloridas, y, sobre todo, ejemplos. Cuentos: la mitología sigue siendo la madre de todas nuestras ciencias, y libros como el presente demuestran que a menos que se rodee de historias, fábulas, apólogos, héroes, villanos, personas de carne y hueso y peripecias en el mundo que les ha tocado en suerte, la teoría flota en el vacío y tiene muy poca fuerza motriz que transmitir a las vidas de quienes se le aproximan. Un buen relato es la mejor manera, según sabe cualquier persona que se haya dedicado alguna vez a la docencia, para inculcar un concepto en la mente de otro, por muy callosa y mineral que sea.

Portada del libro. / D. S.

Por ello mismo, la muy insólita crónica de Kean abunda en episodios felices, atroces, a menudo apasionantes. Animo al lector a detenerse en todos y cada uno, pero un censo arbitrario, comenzando por el principio, corre de la siguiente suerte: el torneo de resultas del cual, en pleno siglo XVI, el rey Enrique II de Francia perdió un ojo y parte del cerebro y sirvió a dos médicos de renombre, Andrea Vesalio y Ambroise Paré, para sentar las bases de la neurología; los diversos asesinatos de presidentes yanquis, como James Garfield y William McKinley, víctimas de hombres trastornados bajo cuyos cráneos se ocultaban males sin diagnosticar hasta la fecha; en paralelo a ello, la carrera llena de socavones de precursores como Ramón y Cajal, los médicos Spitzka padre e hijo, el neurocirujano Harvey Cushing, con quien he comenzado esta reseña, o el premio Nobel acusado de pedofilia Carleton Gajdusek, entre otros; las diversas exploraciones por los cinco continentes, y aún más lejos, del Caballero Naval James Holman, rigurosamente ciego; la vida de los supervivientes de la Primera Guerra Mundial, obligados a sobrellevar las máscaras, prótesis, piernas y brazos de palo a que los condenaron los obuses; y así hasta 400 páginas y pico.

No se piense que el azar es el único criterio de distribución. El autor (curtido, repito, en lides de este tipo) propone un plano inicial basado en su objeto de estudio, el cerebro humano, y divide el avance en diversas partes que corresponden a otras tantas del órgano en cuestión, de lo más pequeño (células y circuitos primarios), pasando por los grados intermedios (conexiones neuronales) hasta llegar a las funciones superiores (córtex y lóbulos). El resultado es una gozosa recopilación de situaciones, personajes y hallazgos donde el lector podrá (y recomiendo que así lo haga) informarse sobre los rudimentos de esta ciencia exigente, la neurología, y los medios, muchos veces estrambóticos, de los que se ha servido a lo largo de la historia para alcanzar su principal propósito: esclarecer cuál es la materia de que están fabricados nuestros pensamientos.

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