Lola Flores. Un mito al borde del siglo
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El libro 'Lola, el brillo de sus ojos', escrito por la periodista Marina Bernal, recuerda a la artista y a la mujer que “nunca pidió permiso”, una leyenda que de vivir todavía habría cumplido hoy 99 años
"En un tiempo en el que las mujeres no tenían libertad de movimientos ni de expresión, a Lola [Flores] se le permitieron muchas cosas, pero quizás fue porque nunca pidió permiso". La periodista Marina Bernal considera a la jerezana una pionera que decidió vivir sin someterse a las convenciones, un espíritu bravo que reivindicó su independencia a golpe de carisma, "la iniciadora de un camino, entonces casi imposible, para muchas mujeres". Bernal rinde un homenaje a la artista en Lola, el brillo de sus ojos (Sevillapress), una biografía que aparece al borde del centenario: Flores, nacida el 21 de enero de 1923, habría cumplido hoy de seguir viva los 99 años.
La autora de este libro dedica su trabajo a "todas las Lolas", las valientes que procuraron derribar las barreras y abrieron puertas. En la folclórica, Bernal ve un símbolo "de la generación de nuestras abuelas, de esa época donde las mujeres no pudieron desarrollarse profesionalmente ni ser lo que quisieron. Lola, a pesar de los obstáculos, pudo evolucionar como artista y como mujer. Es alguien que nunca tuvo complejos y que se empeñó en salir adelante".
La publicación continúa la línea de otras obras anteriores de Bernal, como Canta, Rocío, canta, dedicada a la Jurado, y Soy Raphaelista, propuestas "en las que contamos dos versiones de la misma historia, una con una parte muy gráfica, con un despliegue de imágenes, como si fuera un amplio reportaje, y otra de investigación, donde repasamos la vida de la protagonista con datos, extractos de entrevistas. Con este formato queremos que se sume otro tipo de lector al libro", explica la periodista sobre una edición en la que participan con diferentes prólogos Jesús Quintero, Rosa Villacastín, Juan y Medio y Charo Reina.
Lola, el brillo de sus ojos, que debe su título a una declaración que la faraona hizo a Quintero –"hay una cosa que no se opera, el brillo de los ojos"–, describe esa personalidad arrolladora que fascinaba a los espectadores, esa impronta propia que daba a cada baile –el fuego del instinto imponiéndose a la frialdad de la técnica– y que ya asomaba en su infancia. "Iba a la academia pero luego hacía lo que me daba la gana, lo mío era intuición y bailaba según mi estado de ánimo", confesó en alguna ocasión la intérprete. "Mucha gente", apunta Bernal, "se queda en las anécdotas, en los juegos de palabras, en esas contestaciones divertidas que hacía en sus apariciones públicas. Pero Lola tenía un verdadero talento, pocas artistas hay tan completas como ella. Poseía una faceta interpretativa, dramática, con la que se comía el escenario, la cámara. Era única, como demuestra que casi 27 años después de su muerte siga tan vigente, tan actual. ¿De quién más se puede decir lo mismo?".
La historia de Lola Flores es una historia sobre el tesón, como se narra en el libro: si bien el éxito de la artista acabó siendo estratosférico, no fueron pocas las "zancadillas" que le pusieron en el camino. "Desde que empecé fue una lucha constante", proclamaba ella. "Ahora saca un disco cualquiera, en mi época era todo poquito a poquito. Teníamos que coger las maletas para ir por los pueblos. Mi madre cogía las pensiones con derecho a cocina. Pero también es muy hermoso porque piensas que todo te lo has ganado a pulso". Lola avanzó gracias a una vocación inquebrantable porque, como le contó a Carlos Herrera en una entrevista, sin esa fe en el oficio no se aguantan algunos reveses, como "cuando estás más satisfecha trabajando en un teatro te sacan para meter a otra, eso me lo hicieron a mí. Me iba llorando desde la Gran Vía hasta Juan Bravo y me decía mi pobre madre: Tú no llores hasta que yo me muera, y yo seguía al pie del cañón". Manolo Caracol, de quien Lola aprendió "muchísimo, lo bueno y lo malo", mentor y compañero que no disimulaba los celos cuando la felicitaban a ella, la avisaba orgulloso: Sin mí no eres nadie, sin mí no serás nada. Un contrato con Cesáreo González por el que haría cine, televisión, teatro y una gira por América le permitió volar lejos de aquel hombre. "Lo bonito de Lola", analiza Bernal, "es que ella vivió episodios así, y tuvo otros momentos personales muy duros, como cuando murió muy joven su hermano, pero nunca se le agrió el carácter ni manifestó rencor. Pese a las negativas, siempre mantuvo su carácter puro".
El libro repasa la carrera de Lola Flores desde que debuta en 1939 en el Teatro Villamarta, a los 16 años, anunciada en los carteles como "Lolita Flores Imperio de Jerez, joven canzonetista y bailarina", hasta que consigue un papel en el que no tiene ya que cantar ni bailar en Los invitados, la adaptación de la novela de Alfonso Grosso, donde ella puede brillar como una Anna Magnani andaluza, o rueda un fragmento memorable de las Sevillanas de Carlos Saura y Juan Lebrón, su despedida del cine.
Bernal también se adentra en el ámbito personal de Lola y la describe como una madre coraje –Villacastín señala que la artista le pidió que los periodistas fueran respetuosos con su hijo Antonio y su problema con las drogas–, recuerda la admiración que sentía por Rocío Jurado y la amistad que la unió a ella, o ese sonoro conflicto con Hacienda que llevó a la jerezana a la pintura. Las distinciones que recibió y las coplas más emblemáticas de su carrera son otros capítulos de este libro que se presentará en Jerez en primavera, el primer acto de los previstos para celebrar el centenario de Lola Flores, un trabajo que no olvida esas frases rotundas que gastaba este icono, que se rememora en una lista. "Si Federico García Lorca viviera", llegó a decir, "yo sería su musa". Difícil es aún llevarle la contraria.
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