Mayte Martín, elogio de la fragilidad

Música

La barcelonesa lanza 'Tatuajes', un álbum intimista en torno a canciones imborrables con el que visitará el Auditorio Manuel Falla de Granada el 9 de marzo y el Teatro Maestranza de Sevilla el día 14

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Entrevista con José de la Tomasa

Mayte Martín, fotografiada la pasada semana en una visita a Sevilla.
Mayte Martín, fotografiada la pasada semana en una visita a Sevilla. / José Ángel García
Ale Medina

27 de febrero 2024 - 06:30

Algo nació muy pronto en el arte de Mayte Martín (Barcelona, 1965). Desde que arrancara a cantar en las peñas y concursos flamencos siendo una adolescente, mantiene una coherencia en las formas y el fondo que la han colocado en un lugar casi extraterrestre dentro del panorama musical español: avalada por el público, respaldada por la crítica, admirada por sus compañeros.

Y es que todo el mundo parece reconocer a esta cantaora independiente, dueña de un lenguaje sentimental propio que se apodera del bolero, el tango o la copla; y del que se suele destacar la sobriedad, la pulcritud, un gusto inmutable por lo que ella misma define como "lo pequeñito, lo delicado", que le ayudan a capear modas y la presión de los resultados inmediatos.

"Pero eso no se elige", asegura a este diario, "yo he nacido para hacer lo que hago, y si lo hiciera de otra forma sería muy infeliz". Ese savoir faire tan personal se concentra ahora en Tatuajes, un álbum con el que ya ha arrancado su gira y que presentará en el Auditorio Manuel de Falla de Granada el 9 de marzo y en el Teatro Maestranza de Sevilla el día 14. Este, asegura, es un disco "para celebrar", en el que aborda temas tan conocidos como Gracias a la Vida, el single con el que ha dado a conocer este nuevo trabajo, al que se suman otros himnos como Te recuerdo Amanda, Lucía, o su debut con la canción francesa, Ne me quitte pas. El disco completo estará disponible a partir del 8 de marzo.

"Cuando presento esto en directo yo voy a lo mismo que va la gente, a gozar de la obra de estos grandes artistas y autores, solo que a mí me toca cantar", confiesa entre risas. Quizás gracias a ese espíritu jovial no se amilana ante la nómina de grandes voces que han versionado estas canciones imborrables, "los tatuajes emocionales" que bautizan el disco y la correspondiente gira: "No creo que pase nada si uno no deja su impronta en una canción. Eso de dejar tu sello es un poco de ego", y añade ahora en una abierta carcajada: "Tío, si estas interpretaciones no se pueden mejorar, ¿quién va a mejorar a Jaques Brel?"

"No creo que pase nada si uno no deja su impronta en una canción. Eso de dejar tu sello es un poco de ego"

Un repertorio que se ha ido conformando lentamente, sin un criterio peculiar, pero que ha acabado por convertirse en esa hipotética lista de canciones que salvar si todas las demás tuvieran que desaparecer. "La idea la tuve hace mucho tiempo, pero la guardé en un cajón, y ahora surge en un momento en el que necesitaba hacer algo muy natural, sin presiones, muy blanco", explica. Para darle forma a estos Tatuajes ha optado por el trazo fino: un cuarteto formado por músicos veteranos y muy cómplices, como Nelsa Baró al piano –quien también aporta los arreglos–, Guillermo Prats al contrabajo y Vicens Soler a la batería. Con ellos alcanza esa desnudez y concisión que le obsesionan: "Todo lo que no es necesario, sobra".

Y es que la capacidad de emocionar la fía Martín a la exposición: "A mí la fragilidad me da mucho morbo, me pone. Eso de que nada se pueda esconder. No hay nada más bonito que plantar esa humanidad en el escenario". Coincide en que esa es una postura artística en la que se va quedando sola "y me preocupa sobre todo como amante de la música, porque si yo tengo que elegir entre cantar o escuchar, me quedo sentadita en el patio de butacas tan feliz".

Mayte Martín.
Mayte Martín. / José Ángel García

Pero no todo está perdido: "Siempre hay cosas que se salvan y mantienen la pureza", entendida no como un canon determinista, sino como una especie de inocencia, de osadía. En los últimos años no ha hecho más que dar pasos en esa dirección. "Yo me exijo mucho, pero ahora me perdono más cosas. He aprendido que en esa fragilidad hay mucha magia. Estar al filo cada día me gusta más, porque soy honrada". En ese sentido es una buscadora empedernida de ese talento, y puede encontrarlo en intérpretes que nada tienen que ver con su estilo –fraseo claro, el compás preciso pero sin opulencia, la dulzura de los bajos–, a los que defiende a muerte: "Hay gente que tiene la capacidad de verle las tripas al flamenco o al género que sea. Los grandes instrumentos no me interesan, me interesa la verdad. La verdad lo magnifica todo". Valga el ejemplo de Juanfra Carrasco o La Fabi, dos artistas alejados de los radares mediáticos a los que ella dedica auténticas parrafadas en su perfil de redes sociales sin escatimar elogios.

En este punto la conversación alcanza el asunto de sus maestros, esos nombres que lleva tatuados en la garganta. Juanito Valderrama, Enrique Morente, Pastora Pavón Niña de los Peines, "de la que todo el mundo ahora dice haber aprendido, está de moda decir eso", guasea. Como maestro vivo del cante no se cansa de reivindicar al sevillano José de la Tomasa, a quien en su opinión tanto le perjudica esa alergia del negocio musical "a la humildad y la sencillez", y estas dos palabras contrastan con el tono belicoso en el que son pronunciadas.

“Yo me exijo mucho, pero ahora me perdono más cosas. Hay magia en la fragilidad”

Pero su instinto de cazadora experta abarca mucho más allá de la geografía flamenca: "En este disco hay un tango que se llama Porque vas a venir, de Carmen Guzmán, que después de cantarlo no sé ni cómo me quedo. Es como una seguiriya". Porque hay diferentes estados de ánimo en los géneros escogidos, "el bolero es más cuentista, más frívolo, más suave… y hay tangos que son harakiris". Entonces se llena de entusiasmo y escancia una retahíla de nombres que parece paladear: Rosa Passos y Elis Regina, cantantes brasileñas de bossa nova que hay que escuchar. El tanguero argentino Carlos di Sarli… "y Bach, que no hay otro como él".

En contraste con esta última referencia clásica, reivindica los espacios de convivencia y espontaneidad de los que requiere la música popular para nutrirse; más aún, para existir. "Cuando venía a Sevilla hace unos años había seis o siete sitios donde ir a cantar después del concierto, ahora no hay ninguno. Pero es que en Madrid y Barcelona pasa igual. El otro día estuve con [el bailaor] José Maya y nos tuvimos que poner a cantarnos en medio de la calle". Y aquí su expresión retoma la rigidez que sólo adquiere cuando defiende aquello en lo que cree: "Esto se trata de compartir, de convivir. Si no, de qué te alimentas. Esa falta de convivencia la estamos pagando, pero en la música y en todo".

Tras la charla parece claro que al igual que con los de tinta, tras estos Tatuajes puede haber muchas motivaciones: celebran y recuerdan, emocionan y reivindican. Son una chulería, pero también un compromiso, un manifiesto.

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