Entiérrame donde caiga la flecha
Adiós al mejor OO7
Sean Connery muere a los 90 años tras una carrera en la que fue mucho más que James Bond, pero sobre todo fue Bond
Si tienen la amabilidad de leer mi 007 réquiem publicado en La ciudad y los días comprobarán que termino así: "Ya sé que Connery fue mucho más que 007. Pero para muchos de nosotros, como decía la publicidad, Sean Connery es James Bond". Esta no es solo la apreciación nostálgica de un Bond fan, que lo soy –solo del canon conneryano, por supuesto–, sino la constatación de una realidad. Ayer la prensa nacional titulaba así el fallecimiento de Connery: "Muere Sean Connery, el primer Bond, a los 90 años" (El País), "Muere el actor Sean Connery, el auténtico James Bond" (El Mundo) o "Muere Sean Connery a los 90 años, el mejor James Bond de la historia" (ABC). Y lo mismo hacía la prensa internacional: "Sir Sean Connery, the first James Bond, died at 90" (The Times), "Sean Connery, premier interprète de James Bond, est mort a l’age de 90 ans" (Le Monde), "Addio a Sean Connery, leggenda del cinema: l’attore di 007 aveva 90 anni" (La Repubblica) o "Sean Connery, Who Embodied James Bond and More, Dies at 90" (The New York Times).
Parece que hay consenso y que no solo se trata de la nostalgia de este Bond fan. Entonces, ¿qué decir del Robert Duke Anderson que interpretó en Supergolpe en Manhattan, del comisario Johnson de La ofensa, del Raisuli de El viento y el león, del suboficial Davrot de El hombre que pudo reinar, del Robin Hood de Robin y Marian, del sheriff O’Neil de Atmósfera cero, del Guillermo de Baskerville de El nombre de la rosa, del Jim Malone de Los intocables, del padre de Indiana Jones de La última cruzada, del Barley de La casa Rusia, del capitán Ramius de La caza del Octubre Rojo, del J. P. Mason de La roca, del William Forrester de Descubriendo a Forrester? Personajes poderosos magnífica o genialmente interpretados por Sean Connery en películas que van de lo estimable a lo magistral.
¿Pudieron más los directores artesanos Terence Young o Guy Hamilton, autores del canon Bond, que los grandes Sidney Lumet, Richard Lester, John Huston o Steven Spielberg? De alguna forma sí. Sobre todo, porque los Bond eran una suma de talentos –los títulos de crédito de Maurice Binder, los decorados de Ken Adam, la música de John Barry, la cartelería de Mitchell Hooks, David Chasman y Robert McGinnis o el gun barrel logo de Joseph Charoff que abría las películas– que, junto al atractivo de las novelas de Fleming, crearon un mito coronado por la poderosa e irónica presencia de Connery. Y contra los mitos, mejor no luchar. Hasta en la muerte Bond parece haberle hecho un guiño burlón: Connery ha fallecido en Nassau, en las Bahamas, donde vivía, donde vivió Ian Fleming y donde se desarrollan dos de las más famosas aventuras de Bond.
Bond fue, para Connery, lo mismo que Holmes para Doyle: su fama y su maldición. Doyle tiró a Holmes por la catarata de Reichenbach y Connery, sabiendo que Bond podía reducirlo a la nada como actor, lo tiró por la borda tras Solo se vive dos veces (solo volvió, desganado y con mala prótesis capilar, en Diamantes para la eternidad y años después interpretó el apócrifo Nunca digas nunca jamás). Sacrificar al personaje le abrió las puertas de una carrera que alcanzó un reconocimiento que todos le negaban –injustamente– en sus años Bond.
Antes de Bond, en ocho años de carrera entre 1954 y 1962, este escocés hijo de un camionero y una limpiadora nacido en Edimburgo en 1930, no había logrado ningún papel importante tras dejar el culturismo, los concursos de Mr. Universo, el fútbol y la halterofilia para intentar triunfar en el cine gracias a su físico. Solo destacó como secundario en Brumas de inquietud (1958: un supuesto idilio con Lana Turner le valió una bronca con su amante, el gánster Johnny Stompanato) y en una versión televisiva de Ana Karenina junto a Claire Bloom. Hizo su fortuna cuando los productores Saltzman y Broccoli, tras tantear a Gary Grant, David Niven, Roger Moore, Patrick MacGoohan y Richard Johnson, eligieron a este casi desconocido para James Bond contra el Dr. No.
Entre 1962 y 1967 Connery fue Bond. Y cuando no lo fue –Marnie la ladrona de Hitchcock, La mujer de paja de Basil Dearden y Un loco maravilloso de Irvin Kershner– fracasó. Aprendió tres lecciones: tenía que esforzarse más, abandonar a Bond y encontrar su registro. La pista se la dio Sidney Lumet dirigiéndolo en 1965 en La colina de los hombres perdidos, su primera gran interpretación dramática.
Tras abandonar a Bond actuó en dos buenas películas –La tienda roja (Kalatozov, 1969) y Odio en las entrañas (Ritt, 1970)– para regresar a las manos de Sidney Lumet y tomar de él la alternativa como gran actor con Supergolpe en Manhattan (1971) y, sobre todo, La ofensa (1973), una de las más poderosas interpretaciones de su carrera. A partir de ahí, hasta su último papel en La liga de los hombres extraordinarios (Norrington, 2003), todo es ya historia del cine. ¿Sus mejores películas? Además de los Bond, en mi opinión, las ya citadas con Sidney Lumet más El hombre que pudo reinar con Huston, Robin y Marian con Lester, La casa Rusia con Schepisi y Descubriendo a Forrester con Van Sant. Sin olvidar el poderío popular de La caza del Octubre Rojo, Los intocables y La Roca.
En el muy apropiado día de Todos los Santos despedimos al actor que protagonizó una de las muertes más poéticamente hermosas de la historia del cine: la de Robin piadosamente envenenado por la hermosa Marian –Audrey Hepburn– que, tras envenenarse también, le hace, con el fondo de una de las más hermosas partituras de John Barry, esta declaración de amor: "Te amo. Te amo más que a todo, más que a los niños, más que a los campos que planté con mis manos, más que a la plegaria de la mañana o que a la paz, más que a nuestros alimentos. Te amo más que al amor o a la alegría o a la vida entera. Te amo más que a Dios". Tras lo que el agonizante Robin-Connery pide a su fiel John que le dé su arco, lanza con sus últimas fuerzas una flecha, y le dice a su amigo: "donde caiga la flecha, John, colócanos juntos y déjanos allí". No hay mejor epitafio para agradecer tantos años de compañía en salas de cine y tan buenas películas. Descanse donde haya caído la flecha.
POSDATA: Es de justicia hacer dos menciones. Una a los músicos que compusieron algunas de sus mejores partituras para las películas de Connery, quedando para siempre unidos sus personajes al Maurice Jarre de El hombre que pudo reinar, el Jerry Goldsmith de El viento y el león y La casa Rusia, el Ennio Morricone de Los intocables y sobre todo el John Barry del canon bondiano y de Robin y Marian. Y a los extraordinarios actores de doblaje que le pusieron voz: Simón Ramírez, José Luis Sansalvador, Dionisio Macías y sobre todo Arsenio Corsellas, que fue su voz española en 22 películas.
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