"No somos conscientes de todo lo que nos exponemos en las redes"
Salvador Gutiérrez Solís. Escritor.
El autor aborda el caso de la desaparición de dos jóvenes en 'El lenguaje de las mareas', una novela negra ambientada en Ayamonte que propone el certero retrato de un tiempo
"Nada de lo que nos tengamos que asustar", asegura la curtida y difícil Carmen Puerto, la inspectora de policía que presentó el escritor Salvador Gutiérrez Solís en su anterior ficción, Los amantes anónimos, ante el nuevo caso que debe investigar en El lenguaje de las mareas (Almuzara). Una novela negra ambientada en Ayamonte que parte de la desaparición de dos chicas, de 17 y 18 años, para expandirse hacia otros territorios y reflexionar sobre cuestiones como la desigualdad de género, la corrupción política, la falta de escrúpulos de algunos periodistas o la sobreexposición a la que nos prestamos en las redes sociales. El narrador cordobés firma el certero retrato de un tiempo en un relato vibrante que no da respiro a los lectores.
–La primera referencia que se hace de Carmen Puerto en la novela alude a ella como "la pirada". Ha sufrido problemas psicológicos, una dura crisis, está apartada del cuerpo de Policía, pero parece que no puede vivir sin investigar…
–Carmen Puerto vive entre capuchinos de temperatura volcánica, tabaco, poemas de Dylan Thomas y su vocación, que es ser inspectora de policía. Esté o no implicada en el caso, ella no sabe diferenciar lo profesional de lo pasional, hablemos también de obsesión. Tengamos en cuenta, además, que es una persona con grandes desequilibrios psicológicos, ha pasado por grandes traumas que no ha conseguido superar. Por eso sólo se siente a salvo en la más estricta de las rutinas y en un espacio muy acotado, absolutamente controlado.
–Ambienta el libro en la costa de Huelva y recoge la mitología de la zona. Cuenta, por ejemplo, cómo en el siglo XIX marineros de Almería se instalaron en Punta del Moral en busca de sardinas y atunes, y cómo antes, en el terremoto de Lisboa de 1755, el Guadiana arrastraba cadáveres de animales y hombres.
–De Ayamonte he recuperado y reinterpretando dos historias o leyendas que me parecen fantásticas. Por un lado, la de María la Portuguesa, ese suceso que inmortalizó Carlos Cano. Y por otro, la del origen de Punta del Moral, que merece una novela para ella sola. Cómo marineros del levante almeriense, de Cabo de Gata y Carboneras, sobre todo, ante la ausencia de pesca, sardina y atún fundamentalmente, recorrieron el litoral andaluz hasta instalarse en lo que hoy se conoce como Punta del Moral. Casi dos siglos después, siguen manteniendo las costumbres, el habla o la gastronomía de su procedencia, a pesar de encontrarse en el otro extremo de la costa andaluza.
–En la investigación tienen gran peso las redes sociales: una de las chicas brinda muchas pistas sobre su vida en sus cuentas de Instagram y Twitter, un detalle que quizás refleje nuestro tiempo. ¿Hemos perdido el sentido de la privacidad? ¿Nuestro exhibicionismo no tiene freno?
– Ana Casaño es muy activa y exhibicionista en las redes sociales, y, como ha sucedido en algún caso real, esa imagen que traslada la utilizamos para crear una definición de esta chica o de cualquier persona. En la novela trato de mostrar eso, el que a veces no somos conscientes de toda la exposición a la que nos sometemos, especialmente los adolescentes, sin tener en cuenta cómo es quien contempla al otro lado.
–En el libro se habla de violaciones grupales y aparece un artículo de opinión en el que su autora lamenta que una mujer no esté segura cuando sale a correr o va de fiesta.
–La novela parte del horror que me suponen casos como el de Diana Quer, Marta del Castillo, Laura Luelmo o el de la desgraciadamente célebre Manada. Todos esos sucesos cuentan con un nexo de unión: las víctimas son mujeres y los asesinos y violadores son hombres. Es la constatación más evidente de que en determinados delitos, la desigualdad de género persiste. Y también es la constatación de que determinados comportamientos o actividades no son peligrosas para los hombres y sí pueden llegar a serlo para las mujeres. Yo me he subido a vehículos conducidos por desconocidos de madrugada, o he asistido a fiestas sin conocer a los anfitriones o he practicado deporte en lugares solitarios y alejados y jamás he tenido sensación de peligro. Me temo que la mayoría de las mujeres no pueden decir lo mismo.
–La prensa enloquece y monta un circo, con ese codicioso Pedro Ginés a la cabeza, en cuanto desaparecen las chicas. Esa tendencia al morbo se ha dado en los casos de los que hemos hablado antes.
–Pedro Ginés, el periodista tuitero, carroñero y estrella de la televisión, existe en el ámbito del espectáculo de la supuesta información, no lo llamemos periodismo, desde ya hace muchos años. Todos recordamos aquellos programas terroríficos sobre el caso de las niñas de Alcasser, o el tratamiento dado por algunos medios a los casos de Marta del Castillo o el Arny. Esos especuladores de la información, esos buitres de los titulares a cualquier precio, obviando el rigor, la ética y la veracidad, siguen estando ahí. Y en casos muy concretos, cuentan con el beneplácito de una parte significativa de eso tan abstracto que llamamos público. Gustan, se ven esos programas, aunque luego haya una especie de lamento o queja colectiva, que se contradice cuando los índices de audiencia muestran la realidad.
–El padre de una de las chicas está implicado en un caso de corrupción. Y en un momento de la novela se dice: "El dinero no tiene ideología". ¿Suscribe la idea?
–Desgraciadamente, para muchas personas el dinero, su posesión, se ha convertido en la religión, la obsesión de este tiempo. El gran sueño de muchos es tener dinero, y de ahí que se admire a quien lo posee en grandes cantidades. Y por dinero, hay mucha gente capaz de cualquier cosa, hasta de renunciar a su primera esencia, a sus más íntimos y personales principios.
–Está muy feliz con El lenguaje de las mareas porque rompió un largo bloqueo creativo.
–Fue muy duro asumir y superar lo que sucedió con mi anterior novela, Los amantes anónimos. Justo cuando empezaba a llegar a las librerías, la editorial que la publicó entró en concurso de acreedores. Apenas se distribuyó, y si llegaron ejemplares a la prensa fue porque mi agencia y yo mandamos los que teníamos. Un esfuerzo baldío, claro. A esto le siguió una temporada sin ideas, sin una chispa que me animase a sentarme frente al ordenador. Superada la decepción de la anterior novela, he de reconocer que ha sido un tiempo muy provechoso, en el que he leído muchísimo, he visto multitud de películas y series, y he escuchado miles de discos. Y, sobre todo, he vivido mucho, porque he vuelto a disponer de mi tiempo. Por tanto, no la considero como una época estéril, sino todo lo contrario. He dejado que la tierra recupere toda su fertilidad, y ahora es tiempo de siembra.
–Es un libro muy apegado a la realidad, pero también hay poesía. Carmen Puerto admira la obra de Dylan Thomas.
–A los personajes se les describe por su físico. Por su psicología. También por lo que comen, beben o cómo visten, pero también, y creo que es un elemento esencial, por su consumo cultural. Carmen Puerto, además de jodida, malhumorada, celosa y muy inteligente, es una mujer que ha encontrado en sus inquietudes culturales una manera de suplir, en cierto modo, su desconexión con el mundo exterior. Es una gran aficionada a la poesía, pero también muy aficionada al arte, seguidora y coleccionista de la obra de Alex Katz, y es una apasionada de la música. Muy roquera, se despierta con AC/DC todas las mañanas, pero durante el día alterna clásicos como Neil Young con lo más reciente, como pueden ser Viva Suecia.
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