Y fue el silencio

Enrique Morente se va en plenitud de forma con varios proyectos en el cajón, como su versión escénica del 'Quijote'

Y fue el silencio
Juan Vergillos / Sevilla

19 de diciembre 2010 - 05:00

La última palabra. Sus discos son ya otros porque son ya su última palabra. Ésa que tanto necesitamos. Suenan de otra manera "Adiós Málaga la bella/ no pintaré más la flecha/ ni la hora escrita en el columpio". O las soleares de Matrona, también en Pablo de Málaga, "Qué es lo que tendrá mi cuerpo/ si será algún gusanito/ que royéndome estará por dentro". Es lo que tiene el flamenco, la ventaja respecto a la mayoría de las manifestaciones culturales, humanas, contemporáneas, que le habla a la muerte de tú. "Prefiero escribir las palabras, solas palabras, que han de cantar tu nombre".

LA ÚLTIMA CARTA

Ya no sabremos cómo hubiese sido su Don Quijote. Tampoco lo que pensará el odioso funcionario que dijo no a su solicitud de ayuda cuando se cumplieron 400 años desde la publicación del magno referente de la literatura hispana, mundial. Probablemente el hombre no piensa nada. Probablemente el hombre no piense. De lo que pudo haber sido tenemos La última carta de Cervantes al Duque de Lemos en Morente sueña La Alhambra. Pero por muchos vuestra excelencia que en ella le dirige el cantaor al burócrata, a éste no se le ablandó el corazón. A propósito de esta carta, que en realidad es la dedicatoria del Persiles y Sigismunda, le dijo a Miguel Mora en 1995: "El pobre Cervantes le llama cinco veces vuestra excelencia. Pero lo que le quería decir es 'hijo de puta".

El último concierto. Es un sueño. A veces es una pesadilla, el féretro cubierto de coronas de flores abandonado en un cubículo rectangular, blanco, a dos metros bajo tierra. Y nosotros solos. Sobre su adorada María Zambrano: lo que antes fue aire, ahora es mármol. Lo que llama, oro, la lágrima cristal.

EL ÚLTIMO CONCIERTO

Y otras, extrañamente, se apodera de nosotros una inefable felicidad que es la de haberlo conocido, el agradecimiento que sentimos hacia la vida por haberlo puesto en nuestro camino. Se ha ido como lo que era, un grande de España, en su última representación. El escenario del Isabel la Católica en Granada, su Granada. La capilla ardiente se abre a la una, aunque yo llevo una hora en la cola. Hasta la una y media no accedo al patio de butacas a contemplar la última representación. Miles de ciudadanos anónimos, entre ellos Fosforito, Luis Cabrera, Curro Aix, Pedro Barragán, Asunción. Juan Carlos Romero no dice nada, sólo está. Como Manuel de la Luz. Un coloso llamado Paco Ibáñez se sienta justo en la butaca que hay delante de mí. Silencio. El último concierto de Enrique Morente fue una representación de silencio. Arriba, junto al féretro y el mar de flores, Aurora Carbonell, bailaora y hoy viuda de España. Se ha ido como lo que era, un grande de España. Y eso es también una inmensa alegría. La familia, Aurora, Estrella, Enrique hijo y Soleá Morente, no tiene tiempo para respirar en su inmensa, formidable tarea en esta representación de la muerte real, que consiste en recibir pésames: Vicente Amigo, Nani y Antonio Sánchez, Juan Carmona, Andrés Marín, Noemí Martínez, Marina Heredia, José y Encarna Anillo, Eva Yerbabuena. Ningún grito, ningún llanto, que los hay a miles, miles de seres anónimos que desfilan ante el féretro conminados por la guardia urbana, la guardia del tránsito; ningún llanto, repito, rompe la armonía del silencio. ¿Ángel Gabarre, fiel escudero, roto de lágrimas, qué será de ti sin tu caballero andante?

Manolete habla de Amor de Dios por no hablar de la muerte. Hace un día espléndido en Granada y en la cuesta de la Alhambra los mimbres del río lloran mansamente. Dos coches de Policía abren el cortejo que pasa por la puerta del guitarrero Francisco Díaz, que cantó y contó con Morente.

El cementerio de San José es un tumulto de vida porque el dolor también es vida, Arcángel está transido y Falcón y Ortiz Nuevo parece sereno aunque me consta que es de los que más lloran. Todo se ha cumplido. Los operarios hacen su trabajo con ritmo y hasta buen humor, considerados pero enérgicos, como le hubiese gustado al maestro. Pero hablando de los gustos del maestro: ¿qué hace este predicador mediático evangelista arengando a la concurrencia? ¿No había cantado a los cuatro vientos Morente cuál es su fe, su profunda fe de vida? Todo está cumplido y nos quedamos, los que podemos soportarlo, los que no podemos soportarlo, alrededor de una tumba sin nombre. Como perros desconsolados sin amo al que seguir.

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