El llamado de Jerusalén
El sueño y la tumba | Crítica
Robert Payne repasa las ocho cruzadas en las que se embarcó la cristiandad
La ficha
El sueño y la tumba. Una historia de las cruzadas. Robert Payne. Traducción de Josep-Màrius Gomis Alepuz. Ático de los Libros. Barcelona, 2021. 528 páginas. 21,90 euros
La escuela británica es pródiga en dar historiadores dotados de rigor y mano novelesca. El magnífico El sueño y la tumba de Robert Payne (1911-1983), periodista y biógrafo todoterreno, viene precedido, no obstante, por el vasto fresco que en tres tomos esbozara Steven Runciman, alumbrador de Bizancio, en su indispensable Historia de las cruzadas. Del siglo XI al XIII la cristiandad de occidente, espoleada por los papas, se embarcó en ocho cruzadas para liberar de infieles mahometanos los Santos Lugares en Jerusalén. El pálpito del mundo conocido gravitaba por entonces sobre Europa y Constantinopla por Oriente, más el poder selyúcida (precedente del otomano) y, sobre todo, el mundo árabe, encarnado a ojos de occidente en el mito de Saladino.
Esto fue, en suma, lo que con el tiempo se conocería como el espíritu de las cruzadas. Robert Payne refleja vivazmente lo que aquella epopeya guerrera tuvo de aventura, de romanticismo arrebatado y misional, pero también de codicia y crueldad. El sueño redentor de Jerusalén, lejos de avivar la fe en Cristo, iría causando un sinfín de tropelías y sevicias.
Al grito de “Dios lo quiere”, alentado por el papa Urbano II, se inicia el movimiento cruzado en 1095. Godofredo de Bouillon y Balduino I de Jerusalén dominarán los Santos Lugares con efímera posteridad. La segunda cruzada acabará con la caída de Acre y Jerusalén por Saladino en 1187 (el papa Urbano III morirá de un síncope al saber la noticia). En la tercera cruzada, la de los Reyes, participarán Ricardo Corazón de León y Federico I Barbarroja con fallidos resultados. La cuarta será conocida por el infamante saqueo de Bizancio en 1204 por los ejércitos cruzados. La quinta discurrirá sin apenas memoria y la sexta lid (1228-1229) verá a Federico II, el Stupor Mundi (o asombro del mundo), como último rey de Jerusalén. Tras la séptima y octava cruzada, el cristianismo no dominará la Ciudad Santa hasta siete siglos después, en 1917, tras el exótico avatar de la Gran Guerra.
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