La utillería del saber

Nebrija | Crítica

Nórdica publica, con prólogo de Juan Bonilla, el cómic 'Nebrija', obra del escritor y dibujante Agustín Comotto, donde se recuerda el relieve de sus logros humanísticos, al cumplirse cinco siglos de su muerte

El escritor y dibujante argentino Agustín Comotto
El escritor y dibujante argentino Agustín Comotto
Manuel Gregorio González

20 de febrero 2022 - 06:00

La ficha

Nebrija. Agustín Comotto. Nórdica Cómic. Madrid, 2022. Prólogo de Juan Bonilla. 176 págs. 25,05 €

Es en Ladero Quesada y Domínguez Ortiz donde podemos encontrar las razones, económicas y sociales, que llevarían a la expulsión de los judíos y la prosecución de conversos con que se abre el mundo moderno. Razones entre las cuales destaca la preemiencia alcanzada por muchos de ellos, en la proximidad del poder, y del que serían ejemplo sus propios persecutores, Torquemada y Deza. Para comprender, sin embargo, la envergadura de cuanto se recoge en este cómic, acaso convenga desplazarse más adelante, al XVII de Spinoza, donde se expresa en toda su magnitud, lo que en Elio Antonio de Nebrija, sospechoso de cristiano nuevo, es todavía una vaga, pero sólida intuición. En su Nueva historia de la filosofía occidental, sir Anthony Kenny recordaba la apreciación de un viajero holandés, a su paso por Rijnsburg en 1661, cuando describe la singularidad de Spinoza: “Alguien que se había convertido en cristiano siendo judío, y ahora era casi ateo. No le interesa el Antiguo Testamento, y según él, el Nuevo Testamento, el Corán y las Fábulas de Esopo tendrían el mismo peso”.

Nebrija concibe el lenguaje como un órgano de precisión, donde la realidad comparece con un contorno nítido

Nebrija, dos siglos antes, está abriendo una doble tronera por donde la modernidad se faculta para un conocimiento más exacto del mundo. Una primera es la elaboración de una gramática que conciba el idioma, no como una vasta y nebulosa cadena etimológica, sino como un órgano de precisión, donde la realidad comparezca con un contorno nítido. Todo esto se verá ayudado, naturalmente, por la frecuentación de la Retórica de Aristóteles, los Discursos de Cicerón y la Oratoria de Quintiliano. Pero también será fruto del brillante uso del lenguaje, en su acepción histórica, que ya habían hecho Petrarca y Valla. Esta es, pues, la segunda consecuencia de lo aventurado por Lebrija (así lo llama, correctamente, el profesor Juan Gil en un opúsculo breve y perspicaz) al traducir nuevamente la Vulgata de San Jerónimo, limpiándola de excoriaciones fruto de la ignorancia o el descuido: el carácter, ineludiblemente temporal, de la palabra revelada.

Recordemos que esta pureza de las fuentes fue una ambición común a aquella hora, que anhela la exactitud y se encuentra con el espesor del tiempo. Desde la Biblia políglota de Cisneros a las traducciones de Erasmo y Lutero, se trata de regresar a un testimonio directo, incontaminado, cuyo fruto paradójico será la naturaleza histórica, vale decir, humana, de las Escrituras. Contra esta posibilidad obraron los antagonistas de Lebrija, cuando critican sus indagaciones y sus logros, que son los logros de la modernidad tempana. Y es esta lucha contra la desacralización del orbe -la lucha de Lebrija por su precisa conceptuación, sin abandono alguno de la fe- la que aquí se explica en todo su dramatismo. En ese momento inicial, cuando el mundo se reformula y vuelve a decirse, es donde Comotto ha querido poner, con acierto, a su Nebrija/Lebrija. Y ello a través, no de un ensayo convencional -no de la gramática lebrijana- sino de aquella otra gramática, contemporánea suya, que es la que arbitran Brunelleschi y Alberti bajo el signo de la geometría; esto es, al amparo del De prospectiva pingendi de Piero della Francesca.

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